sábado, 27 de septiembre de 2008

El adiós de Erik Zabel


Este domingo será la última gran carrera de Erik Zabel, un corredor de 38 años que tras 16 años encima de la bicicleta de manera profesional, ha dedido poner punto y final a su periplo profesional. En una competición en la que ha dado al palo una y otra vez, el Mundial de Ruta, sobretodo en los últimos años, cuando su punta de velocidad se vio mermada, pero su oficio y su inteligencia le mantenían en las primeras plazas en las volattas. En un Mundial que, a priori, parece bastante asequible, seguro que veremos los colores de su maillot delante, sino para ganar al menos para distinguirle en el loco mundo de los hombres rápidos, de aquellos que se juegan la gloria en 300 metros a altas velocidades y sin posibilidad de fallar. Donde precisamente un fallo, o propio o ajeno, te lleva a espantosas calamidades, sino que le pregunten a Laurent Jalabert o a Djamolidine Abdoujaparov. Una suerte que un ilustre segoviano definía así: "Para ser ciclista profesional hay que estar loco, para ser sprinter, hay que estar muy loco". La vida en 200 metros, el trabajo de meses en la potencia final, en esa característica especial de los sprinters de, después de un durísimo trabajo encima de la bicicleta durante muchos kilómetros, poder dar el último fogonazo para levantar los brazos muy cerquita de la línea de meta, en el caso de nuestro protagonista le costó una Milán-San Remo incluso hacerlo a 10 metros de la misma.


Esa capacidad de jugársela a una carta, con el peligro, las caídas, los milímetros que separan los triunfos de las derrotas, o peor, de la sangre y el dolor, hacen de los sprinters una raza absolutamente a parte dentro del ciclismo. Su importante característica les hacen ser extraños, volátiles, y dependiendo de su nacionalidad, fríos, distantes, estrellas, puro glamour, extravagantes. Pero Zabel nunca fue así, pese a enfrentarse a gente del carácter de Laurent Jalabert, de la terquedad de Abdoujaparov, o del vedettismo desaforado de Mario Cipollini. Con éste último comparte seguramente el ser el mejor de su generación. Pero mientras Cipollini era "il vello" con sus pretorianos incansables, hechos y derechos como castillos, Erik Zabel era la profesionalidad hecha corredor, disciplinado, regular, un ejemplo de entrega y trabajo. Por eso cuando llegaba la montaña uno hacía sus maletas con su zurrón de etapas conseguidas, y el otro se mantenía impasible ante los colosos alpinos porque aún quedaba trabajo por hacer. Trabajo. Un trabajo que le ha dado el récord de maillots de la mejor cualidad que tuvo en la carretera: regularidad dentro de su excelencia. 6 maillots verdes del Tour de Francia, una victoria que no cuenta en el palmarés como tal, pero que significa mucho, sobretodo entre esos alocados de los sprints.


Y mientras veíamos crecer a su hijo vestido de verde en el podio del Tour de Francia(desde 1996 ininterrumpidamente hasta su mejor año, el de 2001 donde ganó la Milán-San Remo, la clásica de Hamburgo, 3 etapas en Tour, Vuelta a España y Alemania, así como el otrora prestigioso ránking UCI), el berlinés iba ensanchando una leyenda sin parangón, con letras claras, eficientes, las que han marcado su carrera, visiblemente teutonas. Su punta de velocidad no estaba reñida con ser un ciclista extremadamente resistente, que era capaz de subir pendientes cortas con solvencia, y de los pocos sprinters que no temían el fuera de control en las grandes etapas de montaña de las grandes, donde a veces incluso se escapaba al inicio si había algún sprint bonificado, cualquier punto extra era siempre bienvenido, y eso, para los australianos rápidos, a los que se enfrentó sobretodo a partir de finales de los 90, estaba precisamente bastante alejado de su concepción de "pasar la montaña". Por eso, a su palmarés de etapas ganadas(12 en el Tour de Francia, 8 en la Vuelta a España) se le añade la clasificación de la desaparecida copa del Mundo, una Amstel Gold Race, una clásica de Hamburgo, 3 ediciones de la clásica de los sprinters(París-Tours) y nada menos que 4 ediciones de la classicíssima, la Milán-San Remo, donde solo le superan Merckx(7) y Girardengo(6), igualando con "il vecchio" Gino Bartali.


Su incansable espíritu de competición, que le ha mantenido en la élite tantos años, incluso cuando su punta de velocidad mermó con claridad, su impresionante ética de trabajo, de la que él mismo se considera un amante de montar en bicicleta, disfrutando como un principiante de cada entreno que realiza, aparte de un espíritu amable y una consideración afable, le hacen sin duda uno de los ciclistas más respetados del ciclismo actual. Un clásico, un corredor sin el que el Tour de Francia pierde uno de sus principales exponentes, en esa primera semana luchando codo con codo con Cipollini, y esas largas mañanas de Julio, de retransmisiones completas de las etapas de montaña, Erik Zabel vistiendo maillot verde muy cerca de la cabeza del pelotón, rodando por valles de bosques frondosos e imponentes ríos camino de la Madeleine, del Galibier. Su sonrisa eterna, que tantas y tantas veces hemos visto, con el maillot rosa, siempre rosa(o verde), y después siendo algo más que un acompañante al sucesor de il bello, Alessandro Petacchi, parecido en casi todo. Ni siquiera el absurdo episodio de 1996, reconocido con insidia muchos años después, ha podido eclipsar la trayectoria de este ciclista. Uno de los más grandes sprinters de la historia, y no por tamaño precisamente, ni por la fez pétrea de sus muslos de acero, sino por su trabajo, su clase y su entrega. Hasta siempre Erik, contigo se va finalmente una gran generación de hombres rápidos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades por el blog.
He leído varias entradas y me ah gustado mucho.

Un gusto leerte.

Saludos !

alby dijo...

gracias por tu comentario y apoyo.