sábado, 28 de julio de 2007

"¡Put me back on the bike!"


Harry Hall sabía que lo que decía "el jefe", tenía que ser. Él era tan sólo el mecánico de la selección inglesa. Un aficionado le ayudó a colocar al ciclista en la vertical, le recolocó los calapiés de los pedales, que acaba de aflojarlos, le dio un empujoncito para salir. Pero parece que ese no iba a ser su día. Tampoco parecía que fuera a ser el de Tom Simpson, que se había pasado todo el Tour haciendo castillos en el aire con esa etapa. "La etapa del Ventoux será decisiva para ver quién gana el Tour" decía, "la que daré el estacazo final para la clasificación general". Él lo pensaba, nadie más, pero su positivismo, su optimismo daba ilusiones a sus compañeros, a esos jóvenes ingleses que veían a Tom como lo más alto a lo que se podía llegar en el ciclismo. Esa iba a ser la etapa decisiva. Pero erróneamente no para la clasificación general, sino para su propia vida.


13 de Julio de 1967, Mont Ventoux, más de 35º grados centígrados, una atmósfera irrespirable de polvo, calor y agotamiento. El asfalto, un poco derretido en las cunetas, formaba unos molestos pegotes en los neumáticos de los que iban dando tumbos, asfixiados por la temperatura y por ese coloso que no les dejaba siquiera recoger un poco de aire en sus pulmones. Uno de ellos era, y no por mucho tiempo, el inglés de Haswall. A los 300 metros, de buscar la cuneta izquierda, pasar a la derecha zigzagueando sin sentido, se desplomó. El monte estaba cobrándose la vida de un desdichado ciclista que intentaba escalar por ese río de asfalto ardiente, que pretendía que sus días de gloria no se quedasen en el ayer, ser encumbrado como el mejor ciclista del Tour. Pero las empresas de ese tipo tienen sus peligros, y Tommy Simpson no los había calibrado correctamente a la salida de su habitación, que compartía con el simpático Colin Lewis. Anfetaminas en los bolsillos, calentamiento en la cabeza y un revitalizante trago de cognac Remy Martin, que su gregario de habitación le había pasado por error. No eran los mejores acompañantes en el viaje hacia el éxito, o hacia la vida.


Simpson, uno de los ciclistas más queridos del pelotón, estaba derumbado en los brazos de Hall, sin respiración. Su vida se evaporaba en una atmósfera de rocas fundidas y calor. Su corazón no pudo más con todo. La deshidratación había vencido a su cuerpo. Las asesinas silenciosas, las anfetaminas, habían hecho de las suyas. Sustancia extendida por cualquier corredor del pelotón, atacaban a todos por igual, ardían en el estómago, en la garganta, se necesitaba una hidratación máxima, el fuego quemaba. Para Tom Simpson no fue una advertencia, fue una realidad. Los médicos no pudieron hacer nada pese a la rapidísima evacuación del británico por el personal competente. Sólo certificar la muerte y sus consecuencias. El corazón había dejado de latir. El ciclismo se vestía de luto, de luto por un corredor que había perdido el rumbo de sus posibilidades. Muchos dicen que le mataron las anfetaminas. Otros que su mezcla con alcohol. No fue nada de eso. Tom Simpson fue víctima de su propia actitud. Para él el Tour de Francia era una cuestión de victoria o nada. Y le tocó la nada en una de las laderas más descarnadas y terribles del ciclismo, en las laderas de ese monte pelado que se quedó sin árboles por los astilleros de Toulon y que Petrarca subió por vez primera en el siglo XIV.


El monte provenzano vió como el ciclismo profesional se cobraba su primera víctima en tiempo real, en directo. El ciclismo entraba en una nueva época, algo cambiaría a partir de ese fatídico día. La sombra del dopaje, la peligrosidad de caer en sus redes, significará una revolución que jamás nos permitiría una vuelta atrás, hacia los felices primeros años. El 13 de Julio de 1967 dio comienzo a un camino de no retorno, que cada año que pasa se putrefacta aún más en sus propias mezquindades, en su propio cinismo, en un desarrollo de mentiras y peligros que asfixia este deporte como perdió el aire Tom Simpson hace poco más de 40 años. Todo ha cambiado, todo se ha desarrollado como sabemos. El peligro sobrevuela este deporte mucho más intensamente que un enconado y empinado descenso, que un afilador en mal momento o que unas vayas mal colocadas. El espíritu de este deporte cayó no muerto, pero herido ese día y aún prevalece tocado, cada vez más inerte en su despedida.


Todo eso seguramente no lo pensaba Simpson. Él sólo pensaba en "dar ese golpe de efecto" que le convirtiese en una estrella, lo que para él era llegar al Olimpo, lo que diferenciaba a las estrellas de los demás, hacer un gran papel en el Tour. Así comenzó el Tour, y así llegó a las faldas del gigante de Provenza. Y para ello haría lo que fuese necesario, pasando de la ética, del espíritu de la competición, y finalmente, de su salud. Tom Simpson murió porque no supo aceptar sus limitaciones. Y éstas, encima de una bicicleta eran muchas. Resistente y potente, no era un gran escalador, y tampoco un as en la lucha contra el crono. Su destino no era estar delante en el Tour, pese a que siempre tuvo ilusión con ello. Sus carreras predilectas eran otras, algunas pudo ganarlas, como el Tour de Flandes, donde se preparó a conciencia, siendo muy recordado en la zona flamenca por su exquisito trato y por el cariño que siempre tuvo a esas tierras. También fue el primer británico en conseguir ser campeón del Mundo de Ruta, y vencer en prestigiosas carreras como Milán-San Remo o el Giro de Lombardía. Pero como él decía, "el dinero y la fama los da el Tour de Francia", y ese fue su gran sueño, el sueño de una vida que acabó desgarrada entre piedras y arena.


El título del artículo refleja de forma clara su espíritu, la lucha y también la inconsciencia. La inconsciencia y la incorformidad con un destino fuera de la grandeza y la heroicidad, y fue la lucha contra natura la que le ahogó en ese destino propio. El ataque que predijo hacer en esa etapa se borró en un día negro para todos, sobretodo para sus compañeros de la selección inglesa. Cuenta Colin Lewis , que no pudo reprimir las lágrimas cuando, de madrugada, tras observar triste la cama aún sin deshacer de su compañero de habitación, el masajista de la selección inglesa llamó a la puerta. "Llegó Gus Naessens, lloraba. "Tom ha muerto, Colin", me dijo, y cerró la puerta". No sería la única visita de Colin esa noche. Otros ciclistas de otras selecciones avisaban de la redada que iba a hacer la policía de sustancias estimulantes. Aconsejaban tirarlas donde fuese, pero que no les pillasen con ellas encima. Era el pan nuestro de cada día. A la salida de la etapa siguiente, se decidió que se la llevase algún británico, en homenaje al malogrado Simpson. El designado fue Barry Hoban, con las ganancias destinadas a la familia de Tom. En esa etapa se produjo un curioso incidente, como cuenta Colin Lewis. Al hablar con ellos, el que se había postulado como interlocutor de todo el pelotón, el respetado veterano Jean Stablinski, dobló el bolsillo trasero, dejando visiblemente una caja de estimulantes. Según Lewis: "Supongo que pretendía que no eran las anfetaminas las que habían matado a Tom, pues todas las utilizaban en el pelotón".


La muerte dejó muy consternado al joven inglés, que terminó el Tour en la posición 84, sólo mejor que 4 ciclistas. Él había sido el que había dado la botella de cognac a Simpson en una de las habituales "batidas" de los gregarios sobre los bares de los recorridos, lo que se llamaba "cafe-raid", y la había encontrado por error, como aquella mítica historia de Galdeano en la que entre le tumulto que se formaba, a tientas, cogió un jamón. Muy triste, Colin declaró a la prensa en París que "no fueron las anfetaminas, o el alcohol, la culpa es de la ambición, que le hizo sobrepasar sus límites". En esa línea siguió el comentario del mecánico, Harry Hall, en el entierro, a modo de epitafio no sólo de aquél día triste, en el que llegaron gentes ciclistas de todo el globo para dar su último adiós a un verdadero gentleman, un tipo de sonrisa inquebrantable, sino también de este artículo: "El estimulante que mató a Tom Simpson se llamaba Tom Simpson".

lunes, 23 de julio de 2007

¿Qué hubiera pasado si...?


Anteponiendo los temas que expondré en los próximos días, hoy, día 23 de Julio, el Tour de Francia ha pasado, durante el recorrido de la 15ª etapa, por uno de los lugares más míticos de la historia del ciclismo español en el Tour, por el col de Menté. En ese lugar, un 12 de Julio de 1971 y tras una tormenta espantosa que sorprendió a un pelotón enfilado por los corredores del equipo Molteni, las esperanzas de un conquense de Mont-en-Marsan de vencer a Eddy Merckx se esfumaron. Maillot amarillo manchado y roto, y con grandes dolores por todo el cuerpo tras su caída y posterior remate de Joop Zoetemelk y Joaquim Agostinho, Jesús Luís Ocaña Pernía lloraba, desconsolado, más por lo que estaba perdiendo que por el dolor de los traumatismos que había sufrido. Calado por la lluvia y el barro, ayudado por los mecánicos del Bic y por el personal médico del Tour que le llevaron en helicóptero hasta el hospital de Saint Gaudens, había perdido su gran oporunidad: después de haber noqueado a el caníbal, debía remacharlo. Pero los elementos, la mala suerte, todo, se puso en contra suya. Ese día caía un ciclista, pero se forjaba definitivamente el instinto de un mito, de un ciclista grandioso y muy pocas veces recordado.


Porque en el ciclismo español hay corredores encumbrados, ciclistas que se nombran una y otra vez cuando se habla de historia, de gestas, de grandeza, y otros que muy raramente salen a la luz. Este es, sin más, un homenaje al corredor español que más ímpetu y clase desarrolló en las carreteras europeas durante su carrera deportiva. Un hombre muy pocas veces aclamado, un hombre infravalorado, a la sombra de los Induráin, Delgado o Bahamontes, que en nada tuvo que envidiarles, y que, más aún, puso contra las cuerdas de forma solitaria al corredor más grande de la historia del ciclismo, al feudalismo de Eddy Merckx, siendo simplemente el único que pudo hacerlo en la plenitud de éste. Un ciclista que, además, ha protagonizado las dos gestas más importantes y espectaculares de la historia del ciclismo español, las dos cabalgadas que marcaron una época, más aún, un hito para siempre. Y ambas en la misma perspectiva: para ser el único, el más grande, y en ambas con un sentido victorioso sin igual dentro del ciclismo patrio.


Luís Ocaña perdió en 1971 la ocasión que no cedería en 1973, sin Merckx, de demostrar que él era también un fuera de categoría en cuanto a una generación maravillosa de corredores. Entre los Felice Gimondi, Jan Janssen, Joop Zoetemelk, Lucien Van Impe, José Manuel Fuente, Raymond Poulidor, sobresalían tanto él como un monstruo rediseñado como ciclista al que denominaban "el caníbal" o "el ogro" según interesase en cada ocasión. Él fue el único capaz de sacar de sus casillas a Merckx, el único que le destronó en su esplendor, el que le hizo contraatacar de cualquier manera y en cualquier terreno y el único que consiguió hacerle llorar, no por el esfuerzo, no por el dolor, sino porque se quedó sin rival en una competencia enconada pocas veces vista con tanta intensidad en 100 años de Tour de Francia. Merckx contra Ocaña, Ocaña contra Merckx, así habían decidido correr el Tour de 1971 y así lo hicieron. Con todo el empeño y con todas las fuerzas que pudiesen ambos, y tan sólo la mala suerte, el destino si se quiere, impidió que el gran duelo cayese del lado del conquense.


Competición. Para Ocaña no existió nunca contra el belga una palabra diferente. Tras su caída en Menté, su propio hijo pequeño picaba a su padre con los periodistas en su casa de Mont-en -Marsan, subido a su triciclo, diciendo "quiero ser como Eddy Merckx, porque siempre gana". Ocaña, con una sonrisa triste se quejaba de su mala suerte "Estoy convencido que hubiera ganado el Tour, lo más duro había pasado" repetía una y otra vez. Y es cierto, con la ventaja de la que gozaba gracias a la gesta de Orcieres Merlette(atacó en solitario en Laffrey a 100km de meta y terminó en la cima de Orcieres merlette con 8.32 sobre el caníbal) estaba siendo suficiente, porque además por mucho que lo intentaba Merckx(incluso en las bajadas) no conseguía distanciar a Ocaña salvo en segundos, como en la contrarreloj. El español estaba muy fuerte, muy concentrado, por fin estaba bien de salud, sin problemas en la rodilla o en el estómago que habían dilapidado sus opciones en los años anteriores, era su Tour. Sólo tenía que aguantar las acometidas constantes de Eddy, que en la etapa del Menté había atacado casi de salida, sólo tranquilizándose en los descensos una vez que la fuga del día(que acabó crononando José Manuel Fuente, el tarangu, en la meta de Luchon en solitario) se había formado.


Ocaña aguantaba, soldado a la rueda del de Tervueren, para desesperación de éste. Su equipo ponía un ritmo infernal para fatigar a todos, su guardia color tabaco. Así llegaron a pocos kilómetros de la cima de Menté, un puerto corto pero con una pendiente respetable del 8%. Allí, sin previo aviso, una tormenta de pedrusco y lluvia helada cayó sin remisisón sobre los esforzados corredores, haciendo casi imposible la subida, y peligrosísima la bajada. Torentes bajaban de la cima con varios centímetros de espesor, la rueda estaba literalmente sobre el agua, el tubular no sobresalía más que un poco en la subida.... y nada en la bajada. Tras coronar primero del pelotón, Eddy Merckx, ignorando el peligro se lanzó al descenso "a tumba abierta". Tras una curva y contracurva se fue al suelo, llevado por un arroyo en el que se unían agua, gravilla y tierra, un auténtico torrente de lodazal que impedía utilizar el freno. Ocaña, muy pegado al campeón belga se fue al suelo casi en el mismo lugar, levantándose ambos sin tomar un respiro siquiera. Los demás bajaban también intentado no perder comba con los cappos, y de repente llegó, entre la espesa niebla de la tormenta, sin frenos y gritando, Joop Zoetemelk incapaz de controlar su bicicleta. El choque con el maillot amarillo fue tremendo. El propio holandés, que salió ileso, lo retrataba: "de repente ví que el agua impedía totalmente frenar, grité al ver a gente delante y lo siguiente que pude observar fue una mancha amarilla, con la que choque bruscamente".


Todos se se levantaron, entre los amasijos de hierros y ruedas. Merckx esperaba impaciente que llegasen sus persegudiores, pero el maillot amarillo no se levantaba, le habían tirado hacia unas rocas, estaba totalmente dolorido, ensangrentado. El Tour había terminado. Merckx no cabía en sí, no sabía cómo terminar la etapa, o si debía terminarla. Paró, siguió a rueda, sin moverse, sin hacer nada, llevado por los otros gallos de la carrera, Aimar, Zoetemelk, Van Impe... Declara:"no voy a seguir en el Tour, no, no me pertenece. He perdido este Tour, no tengo nada que hacer, me vuelvo para casa". Le tendrían que convencer, y llorando al día siguiente tomó la salida sin un maillot amarillo que llevaría a Ocaña a la clínica, como homenaje. Competición, sí, pero deporte al fin y al cabo. El propio Ocaña le intentaba ganar en lo que fuese. Años después comentaba: "sí, Merckx en la bicicleta me ganaba, pero un día le llevé por la noche a tomar unas copas y no me aguantó ni un par de asaltos". Así era, así fue. En ello se convirtió, en un hombre marcado, que necesitaba examinarse cada vez que corría, ante Merckx o ante todos si éste no estaba. Ello nos brindó páginas de grandeza ciclista sin igual, como la siempre comentada etapa de Les Orres de 1973, pero... ¿qué hubiera pasado si Luís Ocaña no se hubiera caído en el col de Menté?


Es difícil predecir lo que hubiese conseguido, los logros que hubiera acumulado o las victorias que podría haber logrado. Ese Tour seguramente tenía que tener un gran perdedor, y con la caída fue Luis Ocaña el que ocupó ese lugar, quizá sin ese episodio Eddy Merckx podría haber protagonizado otros capítulos de ataques sin cuartel para la edición siguiente. Y las posteriores. Porque si algo sabemos de el canibal, es su falta total de conformismo, y su espíritu valiente y luchador. Pero...¿y Ocaña? Ocaña hubiese conseguido algo que jamás nadie logró, que fue ganar a Merckx en el Tour en pleno rendimiento. Sin dudas hubiese sido el hito más importante de un ciclista español hasta la fecha, y probablemente hoy sería algo muy recordado, en estas tardes de Julio, Tour en la Televisión y unos comentaristas que se pasan 6 horas narrando la carrera, con sus periodos más aburridos y otros con más tensión. Por otra parte Ocaña sufrió "el síndrome Merckx", que muy probablemente no hubiera padecido en caso de haberle derrotado. Esto significa que corría siempre con las miras puestas en la excelencia, en lo máximo, no era un hombre de medias tintas. Lo que le hizo conseguir logros increibles pero cometer errores importantes.


Con ese término medio, el conquense quizá hubiera sido un corredor más completo. No en el plano físico y ciclístico, que lo era, siendo uno de los mejores escaladores y contrarrelojistas ya no sólo de la época, sino sobretodo en el mental. Le hubiese dado tranquilidad, una forma de correr espectacular pero muy posiblemente menos agónica, menos rayando con la gesta más impresionante. Seguramente hubiera conseguido más triunfos, más respeto en la Vuelta a España, podría tener un palmarés más completo. Pero seguramente también nos hubiéramos perdido al máximo exponente junto a el Tarangu del ciclismo de ataque, del ciclismo de "todo o nada", esa filosofía que ambos llevaron hasta el ámbito personal. Nos hubiéramos perdido a un genio, en toda las versiones de la expresión. Un genio tragicómico, probablemente un perro verde dentro de los escaladores que se tomaban helados en las cumbres, o sólo buscaban el premio de la montaña, o esos contrarrelojistas que basaban sus triunfos en los esfuerzos solitarios, o esos hombres de historietas de tardanzas en las cronos, pero que ha sido, cuanto menos, tan grande como ellos.

lunes, 16 de julio de 2007

el Tour: los temas que vienen

El humilde administrador de este pequeño espacio de ciclismo se va a unas, espero, merecidas vacaciones. Entre tanto, os dejo con los nombres propios que llenarán el blog a partir del sábado, Tommy Simpson y Wim Van Est.

jueves, 5 de julio de 2007

La organización del Tour, entre la modernidad y el subjetivismo.


Siempre controvertida, siempre en el punto de mira, la organización del Tour de Francia, con su director a la cabeza, siempre ha sido foco de opinión y a la vez creadora también de pensamientos reflexiones, que en ocasiones han causado progresos, enfados e incluso escándalos. Cuando el 20 de Noviembre de 1902 los responsables de "L'Auto ", con Henry Desgrange a la cabeza, decidideron organizar una "vuelta a Francia", adquirían bajo sus hombros una pesada losa que cambiaría por completo el panorama ciclista profesional alrededor de la historia. Estaban ellos mismos escribiendo una gran parte de esa misma historia. Creaban una competición nueva, creaban una idea. Esa idea ha crecido hasta lo que hoy es en sí mismo el Tour de Francia, un acontecimiento centenario que congrega a millones de personas a lo largo del mundo ante la televisión, la radio o los periódicos o publicaciones específicas.


Pero el Tour es mucho más, sobretodo dentro del mundo ciclista. El Tour representa la carrera por excelencia, la competición más dura sobre una bicicleta, el novamás del deporte de las dos ruedas. Representa una idealización del ciclismo y por supuesto representa poder, representa patrocinadores, dinero, beneficios y muchas imágenes. Hoy en día el Tour ha llegado, en cuanto a cotas de espectación, de publicidad y promoción, a un momento que tan sólo la mente del adelantado a su tiempo Henry Desgrange, el patrón, podría haber soñado hace 105 años. Para ello ha debido de cambiar, de evolucionar, a veces a pasos de tortuga y a veces a paso de gigante, normalmente a tenor de los pensamientos y tendencias de la organización que lo gobernaba, que no sólo ha ido cambiando su carrera, sino también la concepción del ciclismo, la concepción incluso del deporte. Del Tour ha surgido un ramillete de vueltas y competiciones parecidas aunque no parejas a él, que en muchos casos han imitado su fórmula, en otras incluso la han mejorado llevando su propio camino. Cuando Géo Lefevre dispuso en su cerebro de la idea de unir varias ciudades de su país en sucesivas etapas, estaba escribiendo el capítulo quizá más importante de la historia del ciclismo.


Porque el Tour es en la actualidad, y ha sido, el colofón de la temporada, el momento más importante del calendario, pese a la pujanza tradicional de clásicas y sobretodo Giro de Italia. Sin esta competición y las que surgieron a su imagen y semejanza, el ciclismo es muy posible que no hubiera conseguido el "plus" de afición y expectación que consiguió tras el impacto mediático del anuncio de "L'auto" de organizarlo. Y sin los cambios y nombres propios de ésta tampoco podríamos hablar de un mismo Tour de Francia, de un mismo ciclismo. En él, quizá el nombre propio por excelencia es el de Henry Desgrange, junto con el de Géo Lefevre y Alphonse Steines. Los 3 cambiaron la forma de ver y hacer este deporte, de ver y hacer esta competición, y lo hicieron con inteligencia, con ambición y con valentía, mucha valentía. El nombre de Desgrange, al menos sus iniciales, han sido una imagen habitual en el maillot amarillo de la carrera que él creó, con sucesivos homenajes portando "HG" en las mangas, pechera o trasera de la prenda más preciada del ciclismo. Y no es para menos, su decisión siempre fue tajante, como hombre directo y temerario que siempre fue, pese a que algunos difieran de esta opinión.


Ellos 3 fueron los pioneros. Lefevre como primer periodista-organizador, que incluso corría partes de las etapas de la primera edición para tener información "de primera mano" sobre las sensaciones, las andanzas y las historias que surgieran en la carrera. Steines como instigador de otra de las grandes ideas del Tour, incluir puertos de montaña en las etapas. Y Desgrange como patrón, como líder, y como en muchas ocasiones punto de mira de ciclistas, patrocinadores o directores. El parisino, ex-ciclista, auténtico genio de la publicidad y de la promoción, dejó claro que la carrera era un negocio, una forma de conseguir público, crítica y dinero. Y quizá esa ha sido la idea que ha prevalecido, de forma más o menos explícita, en la organización del Tour de Francia hasta hoy. Todos los directores, en el paso del tiempo, han defendido esa idea de sus propias maneras, pero siempre preservando los ideales de la carrera, siempre imponiendo su lógica ante la de cualquier otra organización. Porque el Tour de Francia ha estado y está, por encima de cualquier otra organización ciclista. Es lo que tiene el ser independiente.


Y esa independencia está bien ganada, y sobretodo bien labrada. El Tour siempre ha sabido muy bien mover sus hilos cuando debía, en malas situaciones y en las buenas. Es, como no podía ser de otra manera, una de las instituciones más respetadas de Francia, y más populares en todo el mundo. Desde los primeros impulsos creadores de Desgrange hasta el continuísmo de Lévitan pasando por el innovador Jacques Goddet, finalizando en el más controvertido Leblanc, el director(o directores) del Tour siempre han tenido que imponer su ritmo siendo flexible con las nuevas tendencias, siempre han debido andar, correr y bailar en el alambre. Y mientras tanto forjar una imagen, una imagen de unidad, una imagen de modernidad y una imagen... francesa. Porque el Tour es uno de los embajadores más importantes de los que cuenta el país vecino, tanto de forma deportiva como de forma cultural, el Tour se enraíza en la cultura francesa de modo que a veces no sabes si estás mirando a la una, o al otro. Y eso es un gran paso hacia el respeto, hacia la credibilidad, hacia el respaldo de millones de personas. Por ello la organización siempre ha tenido tanto poder tanto en su carrera, donde nadie ha puesto veto a su feudalismo, como en el ciclismo en general, donde siempre ha sido una de las partes más poderosas de la oligarquía en el poder.


Pero esa capacidad de decisión, esa facilidad para ser obedecido a veces ha llevado a la organización a una prepotencia y a unos excesos quizá impropios de un puesto tan respetado. El propio Desgrange fue muchas veces tildado de ser "un auténtico tirano", en palabras de uno de los mejores ciclistas franceses de la historia, Henry Pelissier. El también parisino, líder de una fantástica saga de hermanos, fue uno de los más críticos con la organización del Tour y su director, a quien en una ocasión estuvo a punto de agredir. Su carácter rebelde no podía tener más que un enconado enemigo en Desgrange, empeñado en dominar su carrera y pretender, sobretodo en esos primeros años, que la organización fuese lo más estricta posible en cuanto a intrigas y enredos de los corredores en cuanto a tiempos, orden de llegada, atajos, etc. Su mayor pelea fue en relación a la ropa, ya que Desgrange pretendía que no se pudiesen quitar o poner ninguna prenda los ciclistas a lo largo de la carrera, y sospechaban que Pelissier llevaba dos maillots, uno cuando hacía frío a la salida de las etapas(normalmente a la madrugada) que después se quitaba en las tardes calurosas. La gota que colmó el vaso fue cuando le hicieron un chequeo para verlo. Tanto él como su hermano Francis se retiraron bajo una gran ovación de sus compañeros de competición dando pie a la entrevista más famosa de la historia del ciclismo, con Albert Londres como reportero, y la frase tantas veces escuchada "Mi nombre es Pelissier, no Azor" en relación a su perro.


Éste es tan sólo un ejemplo de la prepotencia de la que en ocasiones ha hecho gala la organización del Tour. Y más allá está el subjetivismo, quizá su defecto más grave. Llevar la organización de una carrera como ésta es complicado, sobretodo cuando las decisiones son comprometidas. Pero en algunos casos la organización siempre ha tendido hacia el mismo lado, el suyo. Y el suyo no quiere decir estrictamente el francés(las más veces), sino el de su propio interés, reflexionando muy poco o nada en la justicia de lo que imponían. El año pasado quedó muy patente con la exclusión de "algunos" de los implicados en la Operación Puerto(que acababa de aparecer, sin tantos datos de los que ahora gozamos) de forma arbitraria, pero no ha sido la única, ni por supuesto la última. A veces más comprensiblemente(en el caso de "repescar" ciclistas fuera de control por ejemplo) y otras de una forma intolerable, como en el caso anterior o en sus relaciones con el equipo Flandria, el abochornante espectáculo del puñetazo a Merckx, e incluso alterando resultados de la propia competición, como en 1977 tras el positivo no declarado de Bernard Thevenet, ganador de esa edición, en 1930 con las ayudas claras a André Leducq o en 1950, cuando el equipo italiano en bloque se retiró al recibir insultos, golpes e incluso botellazos en el col d'Aspin.


Ese tipo de cosas, como no saber(o no querer) controlar a algunos aficionados que iban en contra de ídolos extranjeros(Merckx, Bartali o Armstrong, por ejemplo) o la increíble manera de promocionar hacia la victoria a sus compatriotas(sobretodo en la era de Bernard Hinault), fuera legal o ilegal, ha empañado una organización siempre a la vanguardia de los adelantos tecnológicos, de las nuevas ideas y de la mejora constante de su producto. Quizá su director más gris ha sido Jean Marie Leblanc, posiblemente también por haber vivido, hasta el pasado año, un ciclismo diferente, una peor situación. Pese a todo, siempre ha sabido seguir el camino de sus predecesores: "pase lo que pase, el Tour tiene que salir beneficiado o cuanto menos indemne de los problemas", y así ha conseguido que la grande boucle prosiga con su prestigio y poder de decisión después del "caso Festina", la aparición de la EPO y el 50% del hematocrito, los problemas con Lance Armstrong y últimamente con la Operación Puerto. Pese a todo ello, el Tour sigue en la cumbre, siempre en la cumbre. Con la consigna evidente de que lo que importa es el Tour, lo demás es reemplazable.