viernes, 28 de diciembre de 2007

Cuento de Navidad


Érase una vez, un pequeño hombrecito de Meensel-Kiezegem llamado Edouard Louis Joseph. Había nacido en una familia normal, ni muy rica ni muy pobre, pero que dependía única y exclusivamente de su duro trabajo para salir a delante. Le gustaba salir con los amigos, holgazanear lo que podía y pasar buenos ratos junto a su compañera fiel, su bicicleta de paseo, sin marchas. Le gustaba tanto montar en ella, que se pasaba tardes y tardes muertas por ahí, ganando en sus primeras carreras a sus amigos, en las calles cercanas. Soñaba con ser un referente, el más grande, y decidió que debía trabajar para ello. Entrenó, entrenó y entrenó, y ganaba casi siempre, y cuando perdía, lloraba, lo pasaba mal. ¡Cúantas malas tardes y noches pasó recordando alguna derrota! Y decidió una cosa: como no le gustaba perder, haría todo lo posible para que en la carretera, en las carreras, fuera casi invencible. Desde muy pequeño, con 19 años, se convirtió en campeón del Mundo Amateur, era un referente en su país. Hablaban de un corredor muy fuerte que nunca quería perder, que luchaba todo. Se hacía su propia leyenda.


Y con esfuerzo, con tesón y con una calidad que sólo la Divina Providencia le había concedido a él, se convirtió en Eddy, en "el caníbal", en "el ogro de Tervueren", cualquier apelativo parecía quedarse corto al lado de su grandeza. Sus rivales, hartos de su dominio incontestable(ganaba casi 1 de cada 2 carreras) intentaban ponerse de acuerdo, acabar con él juntos. Pero no podían, Edouard tenía la capacidad para imponerse a los más difíciles retos. Desde su primera Milán-San Remo con 21 años y unos cuantos meses, hasta su primer Giro de Italia con aún no cumplidos los 23, se mostró como un joven talento, como la estrella rutilante que el ciclismo necesitaba tras la muerte de Fausto Coppi y los declives de "la generación de oro" de este deporte. Pero él no cayó en la pasividad y la inercia de la fama. Sabía que su éxito estaba basado en parte en su esfuerzo, y por lo tanto no sería lo mismo sin él. Se pasaba el invierno trabajando, corriendo, entrenando y alimentándose correctamente. Iba a los velódromos y allí también destacaba, con su habitual Patrick Sercu. Corría tras moto, en los 6 días, en lo que fuese. Sus Navidades eran justamente otro pasaje de su trabajo.


Con la profesionalidad por bandera, cuando fue cumpliendo años, y vió que su cuerpo ya no podía aguantar tanto trabajo en todos los frentes, se dedicó a cuidarse especialmente, sobretodo su espalda, maltrecha del accidente del velódromo de Blois que casi le deja paralítico. Muchas noches se levantaba y ajustaba al milímetro su bicicleta, se subía, probaba cómo le iba con su espalda. Entrenaba lo suficiente, lo que él veía que necesitaba para estar a tope en los muchos momentos en los que necesitaba su mejor forma para derrotar a unos rivales cada vez más sedientos de derrotarle. Llegaron momentos buenos, los dobletes Giro-Tour, las grandes etapas, las clásicas, bajo la nieve, el viento, la lluvia, rivales incansables intentando derrotarlo. Y llegaron también momentos malos, derrotas, corredores que ponían su capacidad al máximo de posibilidades, caídas y, por qué no, positivos puntuales. En una balanza, sin embargo, cualquier cosa se quedaba pequeña al lado de la calidad y la cantidad del trabajo logrado. Se había convertido por méritos propios en el más grande, en el nombre que todos al nombrarlo inculcaban respeto y los principios del esfuerzo y la grandeza. Aprovechó su momento, aprovechó su calidad con el trabajo y la profesionalidad de cualquier persona que depende de su obra para sobrevivir. Y llegó al Olimpo.


Unos años después, el año en el que Luis Ocaña y el tarangu daban al mundo la mejor etapa de la historia del Tour de Francia, nacía un querubín que respondía al nombre de Jan. Como buen ciudadano de la Alemania Democrática, su educación fue estricta como también lo fue su enseñanza deportiva. La necesidad de demostrar al mundo que con trabajo se podía conseguir de un país pequeño una superpotencia, hacía de las competiciones deportivas el lugar perfecto para medirse con los decadentes países capitalistas. Por lo tanto, la dinámica de entrenos y la estricta disciplina hacía de niños y adolescentes auténticas máquinas deportivas sin sentimientos. Largas concentraciones lejos de la familia, profesores agresivos, nulo tiempo de privacidad. En ese ambiente, Jan creció en el Dynamo de Berlín dentro de las Kinder und Jugendspartakiade. Destacó sobretodo en ciclismo y atletismo, por su capacidad cardiobascular. La madre, que había criado a sus hijos sola, tenía un filón, un hijo que podía ser un héroe. Y en esos finales años del muro de Berlín, así siguió, con un estático plan de entrenamientos duros y pertinaces. Pero el trabajo duro dio sus frutos. Con 19 años, como nuestro anterior protagonista, el chico ganaba en Oslo el campeonato del Mundo amateur.


Ese mismo año pasaba al Telekom como profesional, todo lo que un corredor tan joven alemán puede soñar. Crecía en el equipo, con corredores a su lado de la talla de Erik Zabel, del que se esperaba mucho en los rosas, Olaf Ludwig, Rolf Aldag o Udo Bolts. Con la llegada de Bjarne Riis, que había sido podio en 1995, se aseguraban un hombre para la general, y un Ullrich gregario debutaba en el Tour siguiente, para dejar boquiabiertos a todos. De él se sabía que era un gran contrarrelojista, había ganado a los superespecialistas teutones el año anterior en el campeonato nacional de contrarreloj, y que era un hombre capaz para casi cualquier terreno, pero que con 22 años y medio pudiera ser segundo en el Tour tras su compañero, haciendo unos pirineos prodigiosos sólo lo podían pensar sus fans más optimistas. Pero la Divina Providencia le había dado el don del talento. De ser una central nuclear, incapaz de atacar como los escaladores pero que machacaba con sus cambios de ritmo. Los mismos que utilizó para ganar el Tour de 1997 con una claridad meridiana que asombraba al mundo ciclista. Otro prodigio, otro corredor joven con todo que ganar, al más puro estilo francés de los 80, 23 años.


Pero a Jan no le gustaba el ciclismo. Lo hacía porque era lo que mejor se le daba, pero no tenía ninguna vocación por él. Por eso, llegaban los inviernos y en vez de apurar las comidas, de no descuidar su cuerpo ni su forma, no sólo engordaba varios kilos de más, sino que era asiduo a fiestas nocturnas, propias de su edad, pero impropias de un deportista de élite, y menos en un deporte como el ciclismo. La falta de personalidad en carrera, que le hacía apático en ocasiones le dejaba K.O. en el Tour que podría haber sido de la confirmación. Bajo la lluvia no fue capaz ni de utilizar a su equipo ni de sobreponerse, acabando con una pájara legendaria por no comer en el descenso. Y a partir de ahí, los problemas, y la colección de puestos de honor. Todos eran conscientes de que era el corredor con más clase del pelotón, pero no lograba sobreponerse a la presión, ni a su falta de preparación invernal. Las Navidades eran días de comidas exageradas y ningún hábito de entreno. Para una persona que no disfruta sobre la bicicleta, es difícil estar en los momentos en los que lo que cuenta es la fuerza de voluntad. Su enorme capacidad se fue diluyendo en acciones equivocadas, propias de un niño malcriado más que de un veinteañero serio. El positivo por anfetaminas fue la gota que colmó el vaso.


Además, su alter ego personal, el hombre que había vencido a la muerte, le ganaba en la carrera gracias a su mentalidad, a su poder de concentración y su profesionalidad. Lo que le habían inculcado a Jan de pequeño, que con trabajo se conseguía casi todo, se lo demostraba un representante de esos decadentes países capitalistas. Mientras él, que despreciaba todo lo que había vivido de juventud, tiraba sus enormes posibilidades en un cúmulo de grasas, fiestas, azúcares y debilidad. Y el final no podía estar lejos. Fue la Operación Puerto, como podía haber sido cualquier otra cosa. En este caso, las sombras llenan a un tipo vació, un juguete roto que pudo ser y no fue. Porque, y aunque tenga casi mejor palmarés que cualquier otro ciclista de su generación, ni eso lo es todo, ni es una ínfima parte de lo que podría haber conseguido, simplemente con un poco de esfuerzo, con unas Navidades controladas y con sentido de la profesionalidad. Y colorín colorado, este cuento, se ha acabado. La moraleja de esta historia es que en el ciclismo, como en todo, el trabajo al final es importante y determinante. Se puede ser un elegido y conseguirlo todo y se puede serlo y no conseguir más que oscuridad y condescendencia. Pero hay algo que pasa de un lado al otro, el trabajo duro, la profesionalidad.

Deseando que os haya gustado, no me falta más que desearos una Feliz Navidad y un próspero año nuevo!

jueves, 29 de noviembre de 2007

¡Aurrerá, aurrerá!


Decía Jesús Galdeano, navarro de Iguskiza: "Loroño era distinto, los del País Vasco, cuando tienen una figura, se vuelcan, van a los sitios que sea, y si hace falta gastar dinero se gasta, y hay que dar ánimos y hay que estar encima" en contraposición, claro está, de Federico Bahamontes. Eran los años 50, y el ciclismo español vivía, por enésima vez, enrarecido por un tenso ambiente en la federación velocipédica. Moscardó llevaba las federaciones como si fuesen cuarteles, con ese ambiente castrense que llevaba la España de finales de los 40 y principios de los 50. Como presidente del COE(Comité Olímpico Español), las decisiones más generales, las directrices básicas debían salir de su despacho. Se sucedieron los seleccionadores, unas veces por no saber llevar las relaciones con el "Conde del Alcázar", casi siempre por el ambiente entre los ases españoles, siempre recelosos de los méritos de los demás. Mariano Cañardo, Julián Berrendero, Luís Puig, Dalmacio Langarica... se sucedieron en el cargo en los años 50. Los problemas, las alianzas y enemistades, putrefactaban el ambiente en las selecciones, incluso en la Vuelta a España. Así era la vida de los ciclistas españoles.


Buscando la mayor presencia, la mayor atención, que significaba dinero y seguir la senda millonaria del ya triunfador Bernardo Ruíz, el pipas, los corredores patrios recelaban de todo, y de todos. Su trabajo en equipo era inexistente en la mayor parte de los casos, y la jerarquía en los equipos nacionales era tanto inexistente como subjetiva, dependía mucho de las relaciones personales y las alianzas aprovechadas entre unos y otros para sacar tajada. Así las cosas, era difícil hacer buenos papeles en las citas más prestigiosas, sobretodo porque cada uno hacía la vida por su cuenta o contaba tan sólo con la ayuda de algún doméstico leal o directamente comprado en carrera. A pesar de que algunos, como el ya citado Galdeano, se dejaron la piel por otros, muchas veces su trabajo era desaprovechado, ya fuera por una táctica de equipo equivocada y mal efectuada, otras veces porque el propio líder era incapaz de dominar su equipo, o lo malgastaba de mala manera. Uno de los grandes ejemplos de ésto último es el propio Fede, una persona que aún hoy, 40 años después, se queja de que "en sus años" nunca pudo disfrutar de un equipo con la suficiente disciplina, algo que no es cierto. Bajo el liderazgo y el carisma de Dalmacio Langarica el propio Bahamontes pudo disfrutar del primer equipo solidario y unificado de la selección española en 1959. Loroño, por otra parte, era mucho más callado, mucho más reflexivo.


Como personajes antagónicos, de una manera u otra tenían que chocar. Y más con Federico que chocó con todos los corredores que pudieron hacerle un mínimo de sombra, Poblet, Suárez y sobretodo Bernardo Ruíz. Jesús Loroño, por su parte, se había hecho un nombre entre los escaladores españoles en sus primeros años de profesional. Octavo de 9 hermanos, vivía en un caserío propio de la zona. La bicicleta era su medio de transporte, su medio de vida. Y a escondidas se ganaba unos duros en las carreras locales, intentando no dejar pistas que pudieran hacer pensar a su madre que era ciclista profesional, no quería "darle disgustos". Y fue compitiendo con los mayores, y fue haciéndose un nombre con victorias en la subida a Arrate, o al Naranco, o el Circuito de Getxo. Ahorraba ese dinero, se compraba el material que necesitase, para poder marchar a las mejores carreras, a la Volta a Catalunya, de la que ganó una etapa en 1951, terminándo la carrera en sexta posición. El año anterior había debutado en la Vuelta a España, haciendo el vigesimoprimer puesto final, enrolado en ZZ, con Dalmacio Langarica, al que le unió una buena amistad desde casi el principio, como compañeros de habitación de hoteles de muchas carreras(amistad que se paró en 1959, cuando Langarica, como seleccionador, dejó fuera a Loroño, y fue golpeado por un periodista vizcaíno, en el año del Tour que ganó Bahamontes).


Su año clave fue 1953, donde disputó su primera carrera importante fuera de España, el Giro de Italia. El seleccionador de entonces, Mariano Cañardo, le dijo: "mira Jesús, te voy a llevar a Italia". Loroño intentó deshacerse de la propuesta, no le hacía gracia ir a la Italia de Fausto Coppi, que haría su doblete Giro-Mundial. Cañardo le amenazó con no dejarle participar en ninguna otra carrera internacional si no iba al Giro, pero su 43º posición final le permitió demostrar al seleccionador que era capaz de correr con los más grandes. Y le abrió las puertas del Tour de Francia. Y no iba a desaprovechar esa oportunidad. Con 10.000 pesetas, con una bicicleta que le había dado la organización y que pesaba bastante más que la de los Louison Bobet(a la postre vencedor del Tour, el primero de 3 consecutivos), André Darrigade o Fiorenzo Magni y con Langarica de tutor, Loroño comenzó con dudas en el llano, con la lluvia y el frío. Acercándose a los Pirineos, notó el calor y se animó. Así, en una etapa memorable, con llegada al Cauterets, al pie del Aubisque, atacó mientras un paso a nivel se cerraba y se fué en solitario, culminando la escapada. En la cima, el seleccionador, Mariano Cañardo le agradecía el esfuerzo con lágrimas en los ojos. Se ponía líder de la montaña. Pero al día siguiente era Robic el que hacía la gesta entre Cauterets y Luchon y se ponía tanto líder de la carrera como de la montaña. Pero Robic no era bienvenido.


Como corredor ya veterano, y enrolado en un equipo regional, no gustaba como líder. Y Louison Bobet, la nueva estrella gala, y el campeón de Francia, Raphaël Geminiani, pusieron a su equipo nacional de acuerdo para acabar con el bretón. En la etapa de Berziers, imponen un fuerte ritmo. Robic se descuelga, pincha y pierde en la meta 38 minutos. Dos días después se retirará del Tour por la puerta de atrás, el liderato de la montaña está en las manos de el León de Larrabetzu, con claridad, a la espera de los Alpes. En el día grande de la carrera, con final en Briançon tras la subida a Vars e Izoard, en el que Bobet iniciará su racha de triunfos y su míticas citas con la caisse déserte, Loroño se lanza en Vars a la captura de Van Nolten y otros, que habían saltado antes. Con él, en plena ascensión, se une Bobet, como una moto, y ambos dan caza a los fugados. En el Izoard, el francés se va en solitario irremediablemente, en una gesta maravillosa que mantiene las cunetas repletas de exaltados aficionados, llegando a la meta con más de 5 minutos de ventaja sobre el holandés y Loroño, y más de 8 minutos a los que no pudieron seguirle en Vars. Sentencia el Tour, y Loroño, con sus cuentas, el de la montaña. Salva el Tour para los españoles. Un Tour en donde no pudo ir Bernardo Ruíz, que había sido 3º en el Tour de 1952, tras un escándalo tremendo en el Giro, con la consiguiente bronca entre él y Cañardo, el seleccionador.


Jesús pudo disfrutar de sus criteriums post Tour, de los agasajos, de llegar a España y a su tierra como un héroe. Se había convertido en estrella, de la noche a la mañana. En un viaje a Granollers, se produce otro de los episodios más chuscos de la historia del ciclismo español. Al aeropuerto de el Prat va a recogerle Cañardo, para llevarlo al homenaje de una peña de allí. No cuenta con que en el mismo lugar irán Bernardo Ruíz, el pipas, y Miguel Torelló, un mecenas del ciclismo que era primo de Juan Antonio Samaranch. Y se monta la gorda. Y Cañardo pega a ambos, a éste último sin motivo ninguno. Fue su final al frente de la selección. Fue sustituído por Julián Berrendero, el negro de ojos azules de San Agustín de Guadalix. Para Loroño, ese año 1954 significaría el paso atrás decisivo. Preparó el Tour con mimo. Fue incluso a París-Roubaix, al Giro, todo enfocado a volver con buen pie al Tour. Incluso ganó el campeonato de España de montaña. Pero en junio, escapado con 10 minutos de ventaja sobre el pelotón en el GP San Juán, se cruzó una moto en su destino. Y directo al hospital. No pudo ir al Tour, pese a que sus lesiones no fueron demasiado graves. Perdió esa oportunidad. Y fue Bahamontes quién la aprovechó, mostrándose como un escalador maravilloso, haciendo olvidar el trabajo de Loroño. Y, a partir de su retirada absurda en el Tour'57, convertirse en la esperanza española en el Tour. El vasco, sin embargo, sí hizo un buen Tour de Francia de 1957, una vez retirado Fede, ya que pudo disfrutar de alguna rueda de algún gregario cuando él pinchaba, terminando en 5ª posición.


Sus otros momentos de gloria serían en la Vuelta a España, que reaparecía en el calendario en 1955 tras 5 años sin organizarse(y no volvería a faltar). En 1955, en el equipo nacional con Bahamontes, Bernardo Ruíz, Miguel Poblet o Salvador Botella, sin ayuda ninguna de ninguno de ellos, acabó 4º tras perder el liderato en la 5ª etapa, en la que quedó retrasado y ningún compañero bajó al su grupo a ayudarle. El año siguiente fue aún más lamentable. Tras aguantar sin equipo hasta la última etapa a pocos segundos de Angelo Coterno, líder desde el segundo día, el italiano estaba enfermo de gripe, algo que evidentemente no pasó desapercibido para nadie. La última etapa era una peligrosa incursión entre Vitoria y Bilbao, la tierra de Loroño. Con la subida a Sollube, que el de Larrabetzu conocía a la perfección, parecía que el enfermo italiano no podría atajar los ataques previstos del vasco. Por eso se dedicó a comprar los equipos rivales. Así, mientras Loroño atacaba con todas sus fuerzas, equipos como el de Rik Van Steenbergen se dedicaron a empujar descaradamente a Coterno. El resultado fue minimizar las pérdidas, y una llegada masiva a Bilbao que ganó en propio Rik I. 13 segundos de diferencia, esa fue la distancia, Jesús en solitario, sin ayuda de gregarios para endurecer la carrera y Coterno con ciclistas importantes comprados a alto precio. Tras estas dos experiencias, la tercera tenía que ser buena, o la última. Afortunadamente esta vez para Loroño, la enemistad Ruiz-Bahamontes pasaba por su peor momento.


Por eso, Bernardo Ruíz, y su aliado en los despachos Luis Puig(nuevo seleccionador nacional), cuando vieron que Fede se ponía líder en las primeras etapas de la Vuelta a España de 1957, pensaron cómo hacer que ganase cualquier otro. Y movieron sus piezas. Primero a Salvador Botella en la etapa entre Valladolid y Madrid, y después en territorio levantino, la casa de ambos, cuando el toledano había recuperado el liderato. Fue el propio pipas en persona el que, junto a Loroño y otros escapados italianos, se marcharon del grupo camino de Valencia, con Fede desesperado, intentando seguirles, siendo agarrado del culotte por Galdeano, y tapado con el coche de la organización(casi se parte la crisma tras un volantazo de Puig intentando impedir su salida del pelotón). Loroño llegaba con varios minutos de ventaja junto con Ruiz en una etapa que ganaba Bruno Tognaccini. Bahamontes perdía definitivamente la Vuelta, que jamás ganaría, y se pasaría las siguientes etapas gritando "¡robo, robo!" a diestro y siniestro. Y Loroño, en el hotel, tras todo un día de aguantar a Fede diciendo "que si Loroño me ha robado, que si Loroño es un enchufado...", le cogió de la pechera y casi le pega. No volvieron a mirarse siquiera. Al año siguiente Loroño fue 8º ganando una etapa, año en que las tensiones Bahamontes-Loroño fueron máximas, cuando atacaba uno, el otro salía a por él, y viceversa(Luis Puig acabaría dimitiendo tras esta carrera como seleccionador). Lo curioso, es que a parte de compañeros de selección, lo eran en el equipo Faema. No se bajaría del top-10 de la Vuelta tampoco en sus dos últimas apariciones serias(9º en 1960 y 10º en el 61), además ganaría la Vuelta al País Vasco.


Este ciclista vasco, un escalador entregado y fuerte, capaz de mover desarrollos auténticamente extremos en las pendientes de porcentaje más elevado, y que había conseguido una técnica envidiable sobre la bicicleta gracias a horas y horas de sufrido y constante entrenamiento(de muy joven solía escaparse en la noche para entrenar 1 horita más y volvía sudado y sucio directo a la cama para que su madre no sospechase), además era un corredor completo. Su trabajo en la contrarreloj nunca fue tan malo como en el caso de Bahamontes. Y por ello en sus apariciones, ya veterano, en el campeonato de España(que se corría tradicionalmente en una contrarreloj de 100 kilómetros saliendo de Madrid con alguna subida a la sierra y de vuelta a la capital), brilló. Pero lo cierto es que esas carreras eran un tanto extrañas. Estaban abiertas al público, por lo que los aficionados podían coger una moto o un coche y seguir a su ídolo... y ayudarlo. En 1958, por ejemplo, Bahamontes ganó el campeonato tras ser ayudado en el primer tramo(el mejor tiempo en mitad de carrera fue de Loroño) por coches, y en la parte final se vio favorecido por el pinchazo de Botella. Se pusieron a relevos y, junto a un cazado, llegaron los 3 a meta, con Bahamontes finalmente vencedor. En 1960 Loroño fue segundo tras el madrileño Antonio Suárez, un gran contrarrelojista que se vió favorecido por el trato del público. En el 61 los mismos puestos, primero Suárez, segundo Loroño. Al año siguiente, en 1962, el emblema del ciclismo vasco planeó su retirada, no antes de firmar con el Funcor Mungia, equipo lleno de jóvenes a los que intentó dar ese apoyo de ciclismo veterano con sus enseñanzas y experiencia. Se retiró tras la Bayona-Bilbao, en un auténtico baño de multitudes, aclamado por su público, del que había sido bandera.

Perdidos del pelotón


Inicio a partir de mañana una serie de capítulos que irán apareciendo en este blog, no de forma ordenada ni tampoco será una correlación de artículos(entre medias aparecerán otros no relacionados, eso sí, se podrán ordenar por la etiqueta "Perdidos del pelotón"), que tratarán de los corredores españoles que consiguieron llegar a la excelencia en las carreteras, pero que nunca consiguieron el status de mitos y que hoy en día su obra casi está perdida. Para que no sólo los más sagaces les conozcan, éste será mi pequeño tributo a su memoria. Entre otros protagonistas, Jesús Loroño, Julián Berrendero, Miguel Poblet o Jaume Janer. Mañana será el turno de el león de Larrabetzu.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Bernard Hinault, equidistancia perfecta.

No hace mucho pude disfrutar de un "tête à tête" entre los dos corredores vivos, sin discusión, más grandes de la historia del ciclismo: Eddy Merckx y Bernard Hinault. Pese a quien le pese, sobretodo en España, tengan la visión que tengan sobre el bretón, la que sea(no mentar en este momento la "rumorología oscura", quién la conozca), representan los ganadores más prolíficos, espectaculares y prodigiosos de todos los que han competido sobre dos ruedas a lo largo del tiempo. Un reportaje la verdad muy interesante, contado en un punto de vista cercano, con los dos ídolos paseando sus veteranos maillots de campeones del Mundo en ruta por los alrededores de Meise, muy cerca de Bruselas, donde El Caníbal tiene su fábrica principal de bicicletas. Charlaban amigablemente, con un cierto tono de respeto en cada frase que intercambiaban. Como personajes privadamente públicos, tenían cierto recelo a las cámaras, y más a la altura de la película de sus vidas en la que llegaba la entrevista. En todo caso, tuvieron tiempo de intercambiar fotografías, maillots autografiados y muy buenas palabras. Debe ser la clase de relación que existe cuando dos grandes del deporte que sea, se cuentan batallitas.


Entre otras cosas se preguntaban sobre sus recuerdos más bonitos, en los que ambos recalaron en su primer Tour, y en el Campeonato del Mundo. Cómo no, Merckx tuvo unas palabras para con el Giro de Italia, la carrera que le convirtió en un hombre-Tour. O mejor, donde demostró que no sólo podía ganar clásicas y carreras cortas. También recordaron sus equipos, sus "domésticos", y los recelos que recibió Merckx en su primer equipo(de, cómo no, Rik Van Looy). Pues bien, la idea de este post llegó cuando Merckx preguntó a Hinault sobre los ciclistas a los que admiraba, y que le hicieron subirse a la bicicleta de forma profesional. El bretón contestó sin dudar que el propio Caníbal, y "maitre" Jacques, Jacques Anquetil, fueron sus modelos, uno cuando era un niño, el otro cuando era amateur. Mostraban una foto que, curiosamente, ambos guardaban un gran afecto: la visita que hicieron a un ya enfermo Anquetil a su palacete, los tres vestidos con el maillot amarillo del Tour sonriendo a la cámara. Pura historia del Tour de Francia, entre los 3 suman más victorias en la General que cualquier país salvo Francia y Bélgica. Curiosa relación de corredores. No recuerdo en qué orden estaban colocados en la ilustración, y no he encontrado en la red la foto, pero si alguien debía estar en el medio, ése debía ser Hinault.


Algunos pensarán que por antigüedad, eso no podía ser así. Otros pensarán otros factores. Yo me quedo con el factor ciclista. De ahí el título del artículo. Pura equidistancia, equidistancia entre dos formas de concebir y vencer en el ciclismo, de dominar sus épocas respectivas, de mostrar superioridad. Porque maitre Jacques si se le puede reconocer con algo, es con un cronómetro. O cronógrafo como dice Antonio Alix. Medía las posibilidades, la situación, los rivales, el premio y la distancia. Y con ello intentaba resolver la ecuación de la manera más económica posible. Pedaleando como un reloj, manteniendo el ritmo, con el mínimo esfuerzo que pudiese. Sacando el tiempo que podía en su terreno, la contrarreloj, y plegando velas y contando pérdidas en la montaña. No había alardes, era un puro ejercicio de cálculo, de racionalizar la competición en un simple teorema de tiempo, de distancia y velocidades medias. No había fantasías innecesarias, magia, ni ganas de pensar en hacer algo que a lo mejor no estaba en sus piernas. Él tenía que ganar con lo que podía contar, con lo que sabía que no le podía fallar. Así utilizó sus fuerzas en la crono, así utilizó sus gregarios en los momentos duros, las alianzas incluso, de forma magistral. Y consiguió ser un gran campeón, con un palmarés magnífico, con un respeto merecido y ganado a pulso, con muchísimo esfuerzo. Pero la afición, que empezaba a acostumbrarse a las andanzas de los audaces como Fausto Coppi, prefería al entrañable Raymond Poulidor, que no ganaba, pero lo intentaba aunque fuese a 100 kilómetros de meta. Las ecuaciones para los matemáticos, podían pensar.


Merckx, ya le conocemos, era el ciclista total. Era el corredor que intentaba ganar todo lo que competía y en sus años mozos competía de febrero a octubre en carretera, y fuera de ella corría los 6 días en pista con Patrice Sercu, entre otros. Incluso se atrevió con el cyclo-cross. No había nada que no intentase, en carrera y fuera de ella. Maillots, victorias parciales, generales, sprints intermedios, puertos de montaña. Todo. Lloraba de niño si no ganaba, y entrenaba más tiempo con 13 y 14 años solito por ahí para el siguiente día vencer a quién fuese. Lo corrió todo y lo ganó casi todo, con exhibiciones incontables, con un afán constante de mejorar lo mejorable. Si había ganado una carrera lo intentaba hacer pero por más tiempo, si iba con el maillot de líder, intentaba hacer ver a sus rivales que no podrían dejarle atrás. Su ciclismo no era tan inteligente(que en el tema gregarios fue excepcional) como el de Monsieur Crono, era salvaje. El ogro de Tervueren, el Caníbal. No había nada que no deborase, o quisiese deborar. El récord de la hora, cantidad de días de amarillo, etapas ganadas en el Tour, victorias en San Remo, en Lieja. No había desgaste mental, pero sí físico. Tanta gesta, tanto acelerón, tanto ir cara al aire se acaba pagando, sobretodo cuando las fuerzas no acompañan, y fue en no demasiadas veces en su carrera, pero ocurrieron. La gente le idolatró, la prensa se rendía a sus pies. Su altura como competidor, como deportista competitivo no tiene parangón en la historia. E Hinault conocía todo ésto, lo había vivido.


Y él fue la figura que encontró la mezcla perfecta entre el oportunismo y frialdad de uno, con la espectacularidad e inconformismo del otro. Porque Le Blaireau era capaz de vencer de las dos maneras, porque no renunciaba a ninguna. Como Anquetil sabía que su cuerpo tenía unas capacidades finitas, y había que aprovecharlas al máximo para sus mayores objetivos. Por eso no quiso disputar el Récord de la Hora en condiciones, porque, como él mismo decía, "tenía que estar en forma en otros momentos de la temporada, y no podía ponerlos en peligro". Como Merckx, hizo algunas de las gestas más espectaculares y consiguió algunas victorias escandalosas, al más puro estilo de los 50 a finales de los 70 principios de los 80. Su Lieja-Bastogne-Lieja bajo la nieve es uno de los espectáculos más grandes de la historia de este deporte. Su carrerón en Serranillos, sus cabalgadas en los puertos, sus ataques en París de amarillo, incluso en su último Tour fue capaz de intentar poner contra las cuerdas a su compañero Lemond tras atacar en la bajada del Galibier camino de Alpe D'Huez. Incluso pudo emular al belga venciendo lo que no consiguió Anquetil, el Campeonato del Mundo, en 1980 en Sallanches culminando lo que dijo 4 años antes: "si se hace un campeonato del Mundo en Francia lo ganaré".


Como Anquetil, su relación con Cyril Guimard le hizo más concentrado, más profesional, emulando a la relación entre el normando y Raphaël Geminiani, esa relación corredor-director. Como Merckx, sabía perfectamente como tratar a sus gregarios, como ganarse su confianza y apoyo, y tenía la valentía y carácter suficiente para imponer su voluntad por encima de cualquier otra. Pero Bernard Hinault incluso pudo "aprender" lecciones que siquiera había él recibido. Como corredor inteligente y habituado a la victoria como los otros dos grandes, no quiso cometer el "error" que ellos sí cometieron: se retiró a tiempo. Se ahorró el mal trago de lesiones, problemas físicos y ver como las nuevas generaciones superaban a los veteranos. Su último Tour, el de 1986 que vencío Greg Lemond al que poco antes me refería, consiguió ganar 3 etapas, el maillot de la montaña y quedar segundo tras su "compañero". Esa temporada se preparó para terminar su vida deportiva con un Tour para recordar, y lo consiguió de manera espectacular, con una mezcla de Anquetil y Merckx. Como el normando, escondió sus cartas, relegando públicamente a Lemond la responsabilidad de vencer el Tour. Como Merckx, cuando las cosas se vieron favorables tras la etapa de Pau que venció Pedro Delgado, lo intentó hasta el final, de cualquier manera y a la heroica cuando volvió a verlo perdido.


Por unir las dos esencias, consiguió 215 victorias(kernesses y critériums incluidos), con 5 Tours de Francia y 28 etapas, 3 Giros de Italia y 6 etapas(dos dobletes Tour-Giro 82' y 85') y 2 Vueltas a España y 6 etapas en el plano de las grandes Vueltas, con 6 Grandes Premios de las Naciones, uno de manera amateur, de crono(el lugar natural de Anquetil), y por otra parte 2 Liejas, 2 Flechas valonas, 2 Giros de Lombardía, París-Roubaix, Amstel Gold Race... en el territorio Merckx. Su estilo de correr, como él decía "con el virtuosismo de un violinista" en los piñones pero con cambios de ritmo audaces y descarados como los de Merckx le hicieron inigualable, muy complicado de batir en grupos, en 1 contra 1 o en contrarreloj, del que era un auténtico especialista. Completo e inteligente en carrera, pendiente de cada movimiento, creció en su equipo de toda la vida para convertirse en un referente del ciclismo francés, compartiendo con maitre Jacques el honor de las 5 victorias en el Tour y probablemente siendo el más completo de todos los ciclistas que haya dado el país galo. Este granjero de hoy, que cuida personalmente a sus vacas, demostró que la victoria espectacular en el ciclismo no va reñida con la frialdad, con la contemporización de los objetivos. Por ello, consiguió ser uno de los grandes, a la altura de nombres como Coppi, Anquetil o Merckx, en el Olimpo del deporte.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Tranquilo Denis, la navidad parece adelantarse.


Termina la temporada 2007 en este principio de Noviembre, los ciclistas dejan de dar pedales, es tiempo de que sus mandamases hagan su labor, y establezcan las bases de su proyecto para el año que viene, ya saben, patrocinadores, altas, bajas, nuevos reglamentos(cada pocos meses eso parece cambiar en el ciclismo), políticas de equipo y, por supuesto, atentos a posibles nuevos
"bombazos" de dopajes, de periodistas que hablan y de público que escucha. Público reducido, por supuesto, ya que sin competición a la vista parece ser más difícil seguir el ciclismo. Se ha cerrado un año más, en el que todo parece seguir igual. Hace no demasiado en otro modestísimo blog me quedé con una frase que rezaba más o menos así: "El Tour de 1996 como el de 2006". Brillante, elocuente. Síntesis de lo que realmente parece este mundo: muchas noticias escabrosas, muchas reuniones para cambiar el rumbo, muchos bandos todos con nuevas ideas y defendiendo supuestamente la misma bandera y finalmente para sus luchas intestinas de poder se la rompen en la cabeza unos a otros, muchas percepciones, pero han pasado 10 años, y esto sigue casi igual que antes. Pero volvamos al tema de hoy, que no es hablar de la actualidad, los que me lean habitualmente saben que esto no se hace normalmente en este blog.


El Giro de Lombardía que aún centellea en el templo en da carpetazo casi oficial a la temporada, la gran competición se cierra con una carrera con una historia que, desde 1905, llena el principio del otoño en su rocoso recorrido. Los más grandes siempre han tenido una cruz en esta carrera, desde los legendarios pioneros como Garrigou, Pelissier o Thys, hasta los más actuales Laurent Jalabert o Michele Bartoli. Las carreteras lombardas se pueblan de ciclistas, espectadores y hojas muertas y dan un hasta pronto al ciclismo, hasta que el frío invierno vaya desapareciendo en Europa. Se cierra la gran competición con un homenaje a una zona importante del ciclismo italiano, a lugares míticos para el ciclismo como Madonna del Ghisallo, que es oficialmente la patrona de los ciclistas. Y se sabe que el ciclismo siempre ha sido muy dado a estos homenajes, sea en forma de puertos míticos, a ciclistas y heroicidades, sea a puntos de interés incluso religiosos. La liturgia obliga, incluso un convencido ateo como Fausto Coppi fue relevista de la antorcha bendecida por el Papa Pio XII que centellea en Magreglio desde 1948. El respeto por la historia, por los que hicieron grande este deporte siempre ha sido, más que una obligación, un deber. Pocos deportes tienen tan arraigada leyenda y la han tenido siempre en cuenta a la hora de su honra.


Pero las crisis, sobretodo como la actual del ciclismo que es ante todo de personalidad, llevan tiempos extraños y convulsos, en los que los tiempos pasados parecen olvidarse, parecen no respetarse, parecen no contar. Así la época actual aparece ridículamente caricatuada en relación al pasado, muchas veces por acción más de sus propios fracasos que en las benevolencias pasadas. En esta situación se enmarca el tema de hoy. El título se refiere explícitamente a una carrera, a unos protagonistas pero es extensible a casi cualquier carrera del calendario actual, simplemente es un ejemplo evidente del cambio de actitud al que me refería en este mismo párrafo.


Y como si de regalos de Navidad se tratase, en la Vuelta a España de esta temporada su ganador, Denis Menchov, se llevó, gracias a la inoperancia de sus más de 190 rivales en la carretera, casi todas las clasificaciones, habidas y por haber, de la carrera. La regularidad la perdió en un último y definitivo sprint de Daniele Bennati que había llegado a la carrera a rodar, prepararse a que Ballerini le diese el visto bueno a su candidatura para la selección y, de paso, si podía caer alguna victoria en el zurrón, pues mejor. La montaña fue imperialmente dominada por un corredor que sólo luchaba por la general, que no disputó ni un solo puerto porque no le iba en ello. Pero es que nadie, ningún otro corredor salvo el modestísimo Serafín Martínez Acevedo, que había llegado a la Vuelta a España de rebote(y que no pudo a pesar de su lucha terminar la ronda) intentó ganar un premio que queda grabado para siempre en la historia de la carrera. Nadie salvo un debutante y neo vieron la posibilidad de gastar un gramo de fuerza más para posar orgulloso con un maillot que le identificase como primero en algo, como vencedor de algo. Ni los que luchaban por la general, ni los que no, nadie. Incluso a un corredor que lo llevó durante unos días, el belga Jurgen Van Goolen, se le veía en el podio con mala cara, como molesto por llevar algo que no quería y que no tenía ningún afán por retener.


Y era cuestión de tiempo que se conviertiera en un regalo. Al corredor de la general que estuviese más regular en la general, fuese quién fuese. Le tocó al dominador de toda la prueba. Pero podría haber sido otro. El regalo era simplemente eso: a quién correspondiese, como el que tira desde la azotea de la Torre Picasso un cheque al portador por una cantidad cualquiera. El que lo tenga lo podrá cobrar. Y la regularidad pues exactamente lo mismo. Lo único que cambió es que en una vuelta con tantos días de relleno, esta vez se la llevó un sprinter de rebote y no un hombre para la general de rebote. Pero igualmente de rebote. O eso parece. Sin lucha, sin nada. Como si conseguir una victoria en el ciclismo fuese fácil, como si fuese gratuito, que todos lo consiguen y pierde valor. Es curioso. Mientras algunos en su lucha por destacar por delante de otros llegan a la utilización de métodos prohibidos, sean cuales sean éstos, en el caso de destacar llevando un maillot que te indica como líder nadie lo lucha, nadie lo disputa. Algo raro pasa. Y más cuando en la nómina de ganadores están Julián Berrendero, Fermín Trueba(hermano de Vicentuco), Federico Bahamontes, Julito Jiménez, José Manuel Fuente, Jose Luis Laguía, Lucho Herrera o el Chaba Jiménez. Y algunos con peleas legendarias como Fede contra Jesús Loroño. Los dos más grandes escaladores españoles de su época luchando por lo que hoy descarta Jurgen Van Goolen, es cuanto menos curioso.


Y ésto no es cuestión tan sólo de la Vuelta, aunque en la carrera patria sea aún más bochornoso. Incluso el Tour de Francia padece las consecuencias. Por ejemplo en sus maillots, cada vez menos honrosos. Mientras que antes ganar un maillot de la montaña era motivo de heroísmo, de mucho dinero y por lo tanto de éxito y de lucha, ahora parece abocado a una lucha de secundarios, o de batir récords antiguos. El maillot verde, una auténtica religión(otra más) entre los hombres rápidos, que se batían el cobre con los más completos, dándonos luchas protagonizadas por monstruos como Rik Van Looy, Stan Ockers, Francesco Moser, Eddy Merckx, Sean Kelly, Jan Janssen o Bernard Hinault, se ha convertido en un coto de 3 ó 4 ciclistas que ponen a un par de hombres a tirar para luchar unas cuantas metas volantes. Incluso en las propias carreras cada vez se nota menos lucha. Como si los vítores, las victorias y los besos de las azafatas estuviesen ya dados de antemano, son pocos los valientes, son pocos los que realmente optan a la victoria. Mientras casi todos hablan sólo de lo mismo, como discos de vinilo rayados y sin cambio, de la peste de siempre, siempre esa misma peste, pocos escritos en prensa se leen sobre la falta de lucha en prendas tan legendarias como el maillot de la montaña. Como mucho alguna vieja gloria achacándolo a la "especialización del ciclismo", olvidando que eso existe desde casi desde que el ciclismo es ciclismo. Debe ser que una de las características del ciclismo de ahora es su generosidad.

lunes, 15 de octubre de 2007

El hombre que apuñaló a Homero


Este lunes parece ser que la organización del Tour de Francia hará entrega a Óscar Pereiro Sío de su maillot amarillo en relación a la edición del año pasado, en presencia, como no, de don Jaime Lissavetzky, presto a "ayudar" a los ciclistas en particular y ante todo a mostrarse con alguno de ellos preferiblemente. Quizá para que algunos se olviden de su papel en los meses posteriores(ya casi años) a la Operación Puerto. Nunca se sabe, y no os preocupeís, este blog no suele tratar de este tipo de cosas y no lo hará en esta ocasión. Ni mucho menos de la ética del momento, de los juicios pasados, del tiempo que ha pasado desde el 23 de Julio de 2006, de la complicidad perdida entre los dos protagonistas del podio de aquél día ni de si es lícito dar al segundo clasificado lo que pierde el primer clasificado por dopaje. Esos pensamientos, como digo eminentemente éticos y reflexivamente personales, creo que están de más en este momento de la película, y, si me lo permitís, creo que están mejor en la privacidad de nuestros propios designios neuronales. El protagonista de este blog siquiera será el protagonista de la foto, sólo el brazo ejecutor.


Simplemente el que apuñale al que se le han atribuído las primeras grandes historias de esos héroes sin igual, de esas epopeyas grandilocuentes, el que acabe con el Homero figurado del ciclismo. Y ese no fue otro que Floyd Landis, al que algunos llaman acertadísimamente(desde un modestísimo blog, por ejemplo) "DisneyLandis". Porque el ciclismo es grande por las jornadas épicas. El ciclismo nace del esfuerzo y la superación y se embellece con la valentía y el inconformismo. Esos dos valores, esas características únicas que forman la actitud temeraria de todo gran héroe, son las que nos han dejado los verdaderos momentos para el recuerdo de este deporte, los que los distinguen de otras situaciones más normales, más habituales, incluso más racionales, que se funden y confunden en la memoria de vez en cuando, haciéndonos incapaces de reconocerlas por sí solas más que como un grupo de repeticiones más o menos parejas de actos semejantes. La importancia del ciclismo en cuanto sobretodo a otros deportes es justamente ésa. Se desmarca de palmareses grises y oxidadas copas en vitrinas hacia el reconocimiento ante el héroe de a pie, hacia el temerario que cruzó los límites de lo "normal" y conquistó el triunfo. La posibilidad del cambio irracional, de que algo no planeado cambiara por completo el resultado racional. Esa es la magia de éste deporte, que, por otra parte, multiplica la susceptibilidad de cambios con la climatología, los problemas en las bicicletas, las caídas, estados de forma...



Esa visión del ciclismo hizo mito a Fausto Coppi, dejando gris parduzco a otros corredores importantes de su época como Fiorenzo Magni, tan sólo como simples apuntes de una historia dorada y espectacular. Fue a partir de ese momento cuando el ciclismo dejó de ser épico simplemente por terminar la carrera con vida, por no haber sido carne de caída, de un tren gracias a un paso sin vallar o de los osos en el círculo de la muerte del Tourmalet. El sprint del pelotón, el llanear sin vida ni competición hasta 250 metros del final empezaba a ser un enemigo, las cosas habían cambiado, los esforzados de la ruta, los isolés, los desherités, habían desaparecido, fruto del profesionalismo galopante del ciclismo, este deporte pasaba de una manera generalizada a la modernidad. Y el profesionalismo llevaba a la comercialización, al resultadismo, una vez pasada la posguerra en Europa. Ese resultadismo nacía, e iba alimentándose de las mentes de algunos que creyeron que con el sólo hecho de ganar serían recordados. En la actualidad, tan sólo el porcentaje de aquéllos con los héroes es lo que ha cambiado. Se ha ido desarrollando, destrozando silenciosamente y de forma salvaje la épica en el ciclismo. La búsqueda de resultados, la fórmula mágica que dará con el palmarés adecuado. Adecuado para ser recordado, para ser alguien, ganar dinero y fama. El enemigo del héroe, que subraya sus bondades ante la adversidad.


En los últimos años, ya las grandes gestas están cada vez más lejanas, que no olvidadas. Cuando existe alguna temeridad cualquiera ya piensa que no llegará muy lejos. Insensateces creen algunos. Cómo se puede atacar a 100 km de meta? muy puesto irá, seguro. O si no en 50 km le tienen... quizá solo busca el maillot de la montaña, una lucha secundaria. La igualdad de los ciclistas, la igualdad que han traído las mejoras en la preparación, material, medicina y sobretodo en la mentalidad hacen que sea más difícil luchar contra el resultadismo, ganar de cualquier manera. Las dictaduras ya no son como antes, de ciclistas, sino de ideas, de mentalidades. Ahora que algunos dicen que no se puede tener dos picos de forma(Abraham Olano dixit), que sólo se puede correr en condiciones una gran vuelta por etapas, que condicionan todo a la forma del ciclista, que hablan de túneles del viento más que de carreteras normandas o provenzanas, es el tiempo del resultadismo más aberrante, del pinganillo, de los sprints de montaña, de las decisiones en etapas contra el reloj. Esta situación se mantiene, pasan los campeones, con sus trofeos, sus podios y sus sonrisas ante vedettes locales, sin pena ni gloria, haciendo vibrar a sus aficionados con... resultados.


En este mundo, un hombre, un menonita frustrado por una cercana operación de cadera que podría acabar con su carrera, luchaba contra los elementos. Después de un desfallecimiento terrible el día anterior, Floyd Landis estaba dispuesto, ese jueves, 20 de Julio de 2006, a sobreponerse, a reverdecer viejos laureles quizá olvidados, a rememorar los días de Coppi, de Koblet, de Merckx, de Fuente. Y a 128 kilómetros de la meta de Morzine, se marchaba en solitario, buscando una oportunidad. Los más convencidos del nuevo régimen auguraban lo habitual: puede que gane la etapa, pero desfallecerá. Nada, la Joux Plane es dura y lo engullirán. Va puesto hasta las cejas, seguro. Algunos iban escuchando cantos de sirena, que movían a tiempos cálidos y soleados de los años 50 y 60, vida sencilla aunque dura, feliz aunque ganada a sudor y fuego. La estrategia había sido visada por Eddy Merckx, no podía ser, todo cuadraba a la perfección. Corredor dando de sí lo máximo. Otros, mucho más preocupados por el puestómetro miraban a sus coches esperando reacciones de los que les mandan. Tirones, ritmo sin ganas, como esperando uno de esos finales habituales que les esperan a los ciclistas fugaces, de minuto bueno como dice Pedro Delgado. Pero no.


El estadounidense, dejando atrás esa idea tan anglo-americana del pragmatismo(instalada precisamente en un deporte eminentemente europeo continental), se llenaba de confianza al ver las reacciones, al ver las referencias. Podía ser, la gesta podía dar un vuelco a su undécima posición en la general. La vida volvía a tener una especia extra que podía trastocarlo todo. Nerviosismo detrás, las cabezas pensantes del volante no pensaban, más bien querían quitarse el pinganillo antes que sus ciclistas. Cuidado que el menonita llega, y con ventaja. Apoteosis. La Joux Plane ha dado lucha de fuerzas justas, como podía esperarse, también con el escapado, que ha pagado en parte su esfuerzo, pero que, de nuevo de forma milagrosa, se ha recuperado para hacer una bajada increíble en un descenso peligroso. Fuga de 130 kilómetros, etapa, casi liderato, Eddy Merckx, Joux Plane a 40º grados centígrados. Es perfecto. Hay un nuevo héroe, hay una nueva gesta. El resultadismo se desploma, algunos, los más positivos, cantan a los cuatro vientos la desaparición de la tiranía del resultadismo, del big blue, de las contrarrelojes extraterrestres y casi de la pájara de Jacques Anquetil en Envalira. Es un día feliz para el ciclismo de siempre, el de los aventureros, el de la gente que no se arruga ante las dificultades, que las afronta.


Pero tiene truco señores, el gran Houdini parece ser que era un espía estadounidense y de ahí su fama, y Floyd Landis se había metido no se sabe cuanta testosterona. Ni Eddy Merckx, ni gesta, ni nada. Mentira. El ciclismo de la épica, en coma latente desde finales de los 80, moría sin remedio en ese 20 de Julio de 2006, víctima de una mentira. El resultadismo y la falacia de la actualidad ahogan el sentimiento de la heroicidad, imponiendo lógicas absurdas y sin sentido a algo que escapa a las normas, que no conoce de conformidad. Algunos creen que todas las gestas eran producto de la "magia negra". Justifican que ahora no se mueva ni una lagartija en los hastiados pelotones lejanos a meta. Asegurar lo ganado se puede llamar. El tiempo en el que se llamaba regalar lo perdido ha pasado. Si ni siquiera se pueden hacer dos grandes con opciones, qué más se puede pedir? Reducciones de kilometrajes, seguro. Y que no haya puertos, puede ser. Algunos creerán que eso tapará los resquicios por los que se hunde este gran barco. Hacer de este deporte todo lo que son los otros: resultados, palmarés, Copas de Europa en blanco y negro. Landis acabó con el resquicio de esperanza que levantó el mismo en el col de Saisies. Al menos siempre nos quedará una cosa: ilusión. Como los niños con los trucos de magia, en el ciclismo nunca sabes qué y cómo va a desaparecer cualquier cosa, aunque algunos desde sus volantes intenten hacer creer lo contrario.

lunes, 1 de octubre de 2007

Siguen siendo los 4 fantásticos.


Con la victoria de ayer de Paolo Bettini, de nuevo se vuelve a su guarida, al menos por un año, la posibilidad de que Óscar Freire Gómez rompa un grupo en el que de momento sigue contando. El Mundial, o mejor, el récord de victorias de los campeonatos del Mundo de ciclismo en carretera sigue siendo cosa de 4, de esos "4 fantásticos" a los que me refiero parafraseando a los míticos "Fantastic four" creados por Stan Lee y Jack Kirby. Como si de Mr. Fantástico, antorcha humana, mujer invisible y la cosa se tratase, nuestros 4 protagonistas siguen en ese Olimpo de los ganadores de la carrera de un día más importante del año, de la carrera en la que en un día se juntan todos los grandes competidores del ciclismo y se disputan la victoria. Permanecen juntos un año más, a la espera de que el único que sigue en activo, acabe con esa verdad universal del ciclismo(una de tantas), que dice que ningún corredor, gane pronto o tarde en su carrera, es capaz de lograr 4 campeonatos del Mundo, o más.


Y prosiguiendo con el paralelismo anterior de los héroes del cómic, voy a ir desgranando muy brevemente los actores principales de esta historia, esta vez de ciclismo. Comenzamos con, en este caso, "el hombre invisible", que responde al nombre de Óscar Freire. El corredor cántabro, el único que sigue en activo con sus ya 31 años, es como su sobrenombre indica, un hombre al que se le ve muy poco. Esta afirmación además en el de Torrelavega tiene muchas acepciones. La primera, y más importante, es que a pesar de sus grandes triunfos, en los que destacan estos 3 Mundiales(con Verona como ciudad talismán), las dos victorias en Milán-San Remo, las etapas del Tour de Francia, las de la Vuelta, la clásica de Hamburgo e infinidad de otras victorias de gran prestigio, es muchas veces olvidado por la prensa y los aficionados españoles salvo cuando se trata de los Mundiales. España, país eminentemente abocado a la montaña y con ello a las grandes vueltas en las que predomina ese terreno, muchas veces ha defenestrado u olvidado a otros grandes ciclistas que hicieron de su especialidad ese "otro ciclismo", como el propio Freire, su contemporáneo Juan Antonio Flecha, y sobretodo Miguel Poblet, entre otros. Como el mismo corredor de Torrelavega denunciaba al conseguir su segunda victoria en "la classicissima".


Por otro lado, es un corredor muy poco habituado a los alardes. Cuando Óscar Freire acelera, es simplemente para ganar. Lo hemos visto cuando sprinta, siempre inteligente, siempre dando las pedaladas justas en los huecos suficientes. Y lo hemos visto cuando, pese a que no es su estilo, ataca. Lo vimos en su primer Mundial en Verona, en 1999, ante los grandes favoritos como Ullrich, Casagrande, Vandenbroucke, Zberg o Camenzind, o por ejemplo, en la Flecha de Brabante, donde ha ganado los últimos 3 años. Sus rivales no le ven, las cámaras no le suelen mostrar haciendo esfuerzos de más en ataques-gaseosa o en ritmos sin sentido. Pero cuando aparece Óscar Freire es para levantar los brazos, no hay otra. Por eso es un ciclista como la copa de un pino. Porque a una clase fuera de toda duda, le añade una inteligencia, una visión de carrera y un oportunismo únicos. Es el tipo de corredor al que, estando en forma, es muy sencillo darle responsabilidad, está habituado a cumplir. Ya sea ayudándole desde el primer momento, como en Verona en 2003, o con su equipo comercial, donde casi siempre tiene que sacarse él solito las castañas del fuego.


Del más moderno pasamos al más antiguo, a "la antorcha humana", sobretodo porque cuando aceleraba de sus tubulares salía humo: Alfredo Binda. "La Gioconda", un ciclista que no pensaba serlo, que tocaba la trompeta despreocupadamente, y con bastante talento, antes de marcharse a Niza a sacar adelante su futuro, junto a su hermano. Y que, de forma amateur, consiguió ser 4º en el Giro de Lombardía de 1924, una carrera habituada a ases del ciclismo del tamaño de Henry Pelissier, o de Constante Girardengo. Se apuntó, se fue desde Niza en bicicleta como entrenamiento y quedó 4º detrás de Brunero, Girardengo y Pietro Linari. Automáticamente fichó por el Legnano, donde se quedaría toda la vida. Y donde disputaría una carrera muy intensa, con grandes triunfos, sobretodo convirtiéndose en "Campionissimo" con 5 Giros de Italia. Y por supuesto siendo una leyenda en los campeonatos del Mundo, ganando el primero de ellos que dejó participar a profesionales, el de 1927, por delante de Girardengo, azuzando esa intensa rivalidad que les hizo únicos en las carreteras italianas. También de Learco Guerra, el preferido de Benito Mussolini.


Cuenta la leyenda que Mussolini se enfadó cuando, en el sprint del campeonato del mundo de 1934 en Roma, Binda se imponía en vez de Guerra, que no lograba impedir que el ciclista de Citigglio se adelantase un par de segundos para coronarse por tercera vez. El segundo lo había ganado en sus mismas narices, en un sprint de grupo en Lieja, con el gran rival Georges Ronsse 3º, despúes de haber logrado los dos mundiales anteriores. Lo cierto es que el porqué de que Mussollini prefiriese a Learco se refería sobretodo a su apellido, más del agrado del dictador italiano. Después de él, sólo un auténtico coloso como Rik Van Steenbergen, podía igualar su gesta de ganar 3 campeonatos del Mundo. "Rik I" o el "boss" es, en esta historia, la cosa. Un hombre hercúleo(en la foto es el primero, el de detrás es Van Looy) espectacularmente esculpido, con su 1,86 m y sus 83 kilos de músculos y fuerza descomunal, que, al lado de los otros ciclistas, tan delgados, tan mermados, parecía un forzudo. Un sprinter con todas las letras, para muchos, el mejor de la historia. Y como tiene que ser, todo fuerza, todo potencia. Unos muslos como piedras, capaces de tirar en el llano como una locomotora.


Otra de las características de Van Steenbergen era su simpatía, y su buen trato hacia compañeros y rivales, lo que le hizo un hombre muy respetado en el pelotón. Puede parecer una obviedad, pero cuando tienes como enemigo en tu propia casa a uno de tus discípulos, además el más preparado, Rik Van Looy, es una ventaja. Algunos contemporáneos de su selección, como Raymond Impanis, o Stan Ockers, siempre estaban dispuestos a echar una mano a Van Steenbergen, incluso algunos rivales deportivos, como Miguel Poblet o Charly Gaul, le ayudaban en las carreras, cuando a ellos la cosa no les iba. Con el luxemburgués sobretodo tuvo muy buena relación en los mundiales. él no se jugaba nada, ya que esas no eran sus carreras, así que muchas veces trabajó para la parte de la selección belga que se destinaba para el corredor de Amberes. Muy duradero, desarrolló 21 años de carrera ciclista, en los que logró 331 triunfos en carretera y la friolera de ¡1325! en pista, en los habituales "6 días"(40 victorias en pruebas de 6 dias) y otras carreras de velódromo. Su potencia era su mejor arma, y en la pista le hacía casi imbatible. Así logró prestigiosas victorias como París-Roubaix en dos ocasiones, Tour de Flandes en otras dos, Milán-San Remo, 4 etapas en el Tour, 15 en el Giro de Italia, donde fue segundo, y 5 en la Vuelta a España con 7 campeonatos de Bélgica.


Y por supuesto 3 Mundiales. Como Freire con Verona, Van Steenbergen venció en 2 ocasiones en la misma ciudad, Copenhague, y le dedicó el nombre de la "brasserie" que tenía como negocio familiar. El primero fue en 1949. En ese mundial, muy llano, Fausto Coppi intentó escaparse una y otra vez, siempre delante, tirando, atacando. Casi lo consigue, pero a 200 metros del final Van Steenbergen lo supera con facilidad. Los periódicos italianos lo titularían con sarna: "Le aquile non scendono nelle aie". 7 años después, en la misma ciudad y en un recorrido muy parecido, llano, pero con lluvia y frío, Rik I se imponía a su compatriota Van Looy con la ayuda de Fred DeBruyne, que se negó a hacer la llegada a Van Looy pero sí se la hizo a Van Steenbergen. Exactamente igual al año siguiente, en Waregem, en un circuito con muro y bajada en pavés(la subida a tiegem), Impanis y De Bruyne se intercalaron para impedir que el triunfo fuese a parar a Van Looy, ayudando a Van Steenbergen a entrar en la historia, que ya contaba con 33 años. No pudo conseguir ningún título más, dejando el liderato de su selección a su máximo rival, con quién en alguna ocasión casi llega a las manos.


El último de nuestros fantásticos es un hombre que simplemente es eso, Mr. Fantástico. El corredor fantástico, el mejor corredor de la historia del ciclismo: Edouard Louis Joseph Merckx. De el ogro de Tervueren poco hay que decir que no se haya dicho o se vaya a decir en este blog. Por lo tanto, es anecdótico lo que pueda decir en este final de artículo sobre él, ya hablaré, como es normal, largo y tendido sobre, simplemente, el mejor.


Todos ellos comparten una acción que les hace ser los únicos socios de un selecto club. Una colección de 3 gestas que nadie ha podido coleccionar como ellos. Uno de ellos aún tiene cartas que robar del mazo, y puede que su trío se convierta en un póker, lo que nunca antes ha conseguido nadie. De momento es una simple posibilidad, que dentro de un año volverá a resonar con fuerza en nuestros oídos proveniente de los machacones medios de prensa que huelen un poco de historia y la desempolvan rápidamente y en ocasiones de mala manera. Si tengo que decir la verdad, me gusta este grupo de 4 corredores. El Mundial es, de todas las carreras, seguramente la más esquiva. Muchos grandes ciclistas no han brillado en él, de una u otra manera. Puede que sea por los recorridos, que nunca se adaptan plenamente a unos u otros. O puede que sea por esa magia del ciclismo que hace que 2+2 a veces no sean 4, y que nos ha enseñado que por muy claro que esté algo, hasta que no se consigue no se puede saborear.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Enemigo público número 1


Ronse es una ciudad de 25.000 habitantes en la zona más sur del Oost-Vlaanderen. La zona valona lo denomina Renaix, y como casi siempre ocurre en el ciclismo, esa forma afrancesada de llamarlo es la preferida por casi todos. Es un lugar muy habituado al ciclismo. En sus alrededores reinan los típicos bergs, las colinas propias de la geografía flamenca y valona. Mientras en un lado los llaman bergs o muurs, en el otro lado se llaman cotes. Sea como fuere, carreras del calado e historia de Omloop Het Volk(la semi-clásica que abre la temporada de primavera en Flandes) y por supuesto de Ronde van Vlaanderen(el Tour de Flandes), suelen ser invitados a los alrededores de Ronse, sobretodo en el Kluisberg, un muro hoy asfaltado que hace 44 años tenía un adoquín marchito y grisáceo. Un kilómetro al 6,8% con rampas que llegan al 15% son sus señas de identidad. Habitualmente se añade en el Tour de Flandes como aperitivo del Kwaremont y como inicio de toda la serie de 15 muros que llevarán a los corredores hasta Ninove.


En el ciclismo, además de por esos datos, Ronse es conocida como sede de los dos campeonatos mundiales de ciclismo más extraños y polémicos de la historia. El primero, y su protagonista, será el tema del que hablará este artículo. En el segundo, ganado por Maurizio Fondriest, hubo hasta una demanda judicial, presentada por el gran favorito, Claude Criquielion, contra Steve Bauer, que le había cerrado en el sprint y le había tirado por los suelos. Esa demanda, además de hacerle perder la medalla al belga, le hizo pagar 12.000 euros al canadiense, que salió ileso tanto en lo deportivo como en lo judicial. Era el año 1988, había pasado un cuarto de siglo desde el anterior mundial en esa ciudad flamenca. Los organizadores no pensaban que podría ocurrir otro Mundial con tanto qué hablar ni con tanta polémica. Ya que en 1963, algunos incluso llegaron a las manos.


En 1963, Benoni Beheyt, nacido en una pequeña localidad flamenca, aun no había cumplido los 23 años cuando fue llamado por la selección belga, el equipo que corría en casa y que llevaba una escuadra potentísima, para defender los colores de su país. Su nombramiento no era extraño, pese a la gran competencia que existía en una nacionalidad tradicionalmente ciclista, ya que ese año había debutado en el Tour de Francia, y había conseguido vencer en carreras del prestigio de Gante-Wevelgem o el Tour de Wallonia. Era un ciclista duro, al más puro estilo belga: rodador incansable, difícil de dejar atrás, luchador, potente en las subidas cortas y rápido en llegadas en grupo. Un buen clasicómano, que, enrolado en el Wiel's-Groene Leeuw, tenía mucha pinta de poder despuntar en los años venideros. Era un joven sin miedo, de los que podía imponer su liderazgo en su equipo a corredores más veteranos como Eddy Pauwels o Gilbert Desmet. Su papel en la selección en todo caso no pasaba de ser el de los demás: ayudar a Rik Van Looy, keizer van Heerentals, a conseguir su tercer entorchado mundial.


El corredor de las cercanías de Amberes, acababa de realizar su posiblemente mejor Tour de Francia, venciendo en 4 etapas, y había sido campeón del Mundo en 1960 y 61, además de haber conseguido ya vencer en el Campeonato de Bélgica, París-Tours, Milán-San Remo, Tour de Flandes, Lieja-Bastogne-Lieja, París-Roubaix, Gante-Wevelgem, Giro de Lombardía, 12 etapas en el Giro, 4 en el Tour y coleccionar a finales de ese año más de 250 victorias entre carreras y critériums. Tenía 31 años, estaba en los mejores momentos de su carrera y tenía una Mundial a su medida en su propio país. Además todas las estrellas que confeccionaron esa selección, los Giuseppe Pino-Cerami, Raymond Impanis, Josef Planckaert... estaban dispuestos a colaborar. El gallinero estaba tranquilo, Rik Van Steenbergen, su archienemigo declarado, estaba más próximo a la retirada que otra cosa. Él era el indiscutible emperador, era una de las estrellas rutilantes junto a Jacques Anquetil, el emergente joven Raymond Poulidor y otros venerados como Federico Martín Bahamontes o Charly Gaul. Estaba todo preparado para su victoria.


El recorrido era llano con el Kluisberg a 10 de meta. El lugar perfecto para seleccionar a los sprinters menos resistentes y poder preparar la llegada para Van Looy. Había corredores importantes que podrían hacerle sombra, como el francés Andre Darrigade, los holandeses Jo de Roo y Jo de Haan, y por supuesto los italianos, con Nino de Filippis, que ya había puesto en dificulades a Van Looy en anteriores campeonatos, pero la selección belga estaba en bloque con su líder, y el recorrido era perfecto. Todas las piezas estaban en su lugar en la salida, una soleada mañana de septiembre. El ritmo fue dejando el grupo más pequeño, tras unos comienzos marcados por la habitual escapada consentida. Pero el equipo belga no estaba para regalos, llegado el último paso por el Kluisberg, los belgas impusieron un ritmo fortísimo, capitaneados por Pino-Cerami. En lo alto de la colina tan sólo 29 corredores aguantaban delante, con Van Looy escoltado todavía por otros 6 compañeros. La victoria no podía fallar. Quedaban menos de 7 a meta y los belgas comenzaron a preparar la llegada, ritmo duro, todos relevando delante para que nadie pudiera escaparse. Todos menos Van Looy, por supuesto.


El emperador de Herentals, como así le llamaban, era un tipo bastante egoísta. Tenía mala fama entre algunos de sus rivales por su vedettismo, por su necesidad de control absoluto, de que todos trabajasen para él. En el Faema eso le había causado problemas con la "parte española" del equipo, ya que el belga impedía que corriesen el Tour en favor de sus gregarios belgas, todo músculo rodador para ayudarle. Sus malas relaciones con Rik Van Steenbergen, el otro gran belga de los 50, fueron antológicas, a veces casi llegaban a las manos. Los aficionados se dividieron. Rik I, mucho más mayor que Van Looy, provenía de la pista, era un armario en la bici. Altísimo y fornido, era un sensacional rodador y sprinter. Van Looy también, aunque menos potente. Pero era más listo en carrera, y mucho más completo. Su menor peso le hacía más ligero en las subidas, y su visión de carrera le llevaban casi siempre al grupo de cabeza con el menor esfuerzo. Así sería el final del mundial, Van Looy no había destacado en toda la carrera pero sus 6 compañeros le harían el trabajo. En el momento de los nervios, del último kilómetro, cayó en la cuenta de que sólo 5 ciclistas relevaban. Una bandera tricolor estaba en cola de grupo, pero ganaba posiciones.


Beheyt había dejado de trabajar, estaba en la trasera de la cabeza de carrera, justo hasta que llegó el último kilómetro. Realmente no había apenas trabajado, estaba haciendo su carrera. Van Looy comenzó el sprint a 200 metros de meta controlando a Darrigade y a los holandeses, con las piernas tensas del esfuerzo y los nervios. A su izquierda, apareció de repente Beheyt. Rik Van Looy, incrédulo, le intentó cerrar contra las vallas, impidiéndole el paso. Benoni no se lo pensó dos veces, y agarró el sillín de su "jefe de filas" para apartarle, y hacerse hueco. El público, extrañado y asombrado, asistía a la victoria del joven ciclista del Oost Vlaanderen. Los compañeros de selección no sabían si celebrar el doblete o mejor callarse antes de la reacción de Van Looy. Éste no cabía en sí de furia. Cogió una toalla, la tiró, no podía creerselo. Se la había jugado su propio compañero. El público, expectante, esperó a la ceremonia de entrega de medallas(en la foto). Jo de Haan, medalla de bronce no sabía donde mirar, en su papel de convidado de piedra. Van Looy estaba totalmente roto. No quería ni mirar a Beheyt, que sonreía tímidamente en lo alto del podio. Los aplausos apenas se notaron, un ambiente tenso se notaba entre el público.


El joven Benoni había ganado un campeonato del Mundo, pero todos o casi todos se le echaron encima, desde sus compañeros de selección, que había trabajado intensamente por Van Looy, pasando por sus rivales y por supuesto los aficionados, que se colocaron casi en mayoría por el gran campeón. Los pocos pero ruidosos que siguieron junto a Benoni intentaban defender a su corredor de cualquier manera. Esos días siguientes a la carrera fueron de habituales tumultos en los bares. Los aficionados de unos y otros se insultaban, y a veces llegaban a pelearse. La policía tuvo que intervenir en varias ocasiones para calmar los ánimos. André Darrigade decía después "El líder del equipo era Rik, yo me llevaba bien con los dos, pero la jerarquía hay que respetarla". Van Looy no volvió a dirigirse hacia Beheyt. Ni siquiera le miraba a la cara. Y como se suele decir, la venganza es un plato que se sirve muy frío. Y Rik Van Looy era una superestrella, uno de los corredores más poderosos e influyentes del pelotón internacional. Muchos ciclistas dejaron de dirigirse a Benoni. En su propio equipo comercial había ciclistas que no le soportaban, le tildaban de traidor. Su futuro se fue al garete. Corrió sólo dos Tours de Francia más. Cuando terminó su contrato con Wiel's-Groene Leeuw, ningún equipo de primera fila le quería en ninguna parte. Ningún critérium quería al campeón del Mundo de 1963 en su carrera. Patrocinadores, directores, organizadores y ciclistas le dieron la espalda. Su ilusionante carrera quedó en nada, pero con el campeonato del Mundo en su palmarés.

lunes, 10 de septiembre de 2007

¡Perico!, un grito unánime


El protagonista del post de hoy es, sin lugar a dudas, el corredor español perfecto, el ciclista popular por antonomasia, el hombre que tantas y tantas tardes mantuvo a millones de espectadores pendientes de la televisión en esas calurosas tardes de Julio, y también en aquellos frescos días de Abril y Mayo. Un hombre que conquistó tan ansiosamente el corazón de los aficionados de su país, que revitalizó una carrera que parecía abocada a las victorias de "completar palmarés" y a sprinters ávidos de buenas clasificaciones generales y dominios de clasicómanos completando su pico de forma. Un hombre que llegó a la cima, y consiguió sin embargo que en su declive, se le asociase de forma evidente con otro gran campeón que surgía. Este post simplemente intenta desgranar los motivos de ello, de que Pedro Delgado Robledo, se covirtiese en el único corredor español intachable por todos.


Segoviano de nacimiento, de familia muy normal, de esos mediados de años 60 de progreso en los que creció, Pedro comenzó a montar en bici como una afición, realmente como algo más. Devoraba el tiempo con sus modestas bicicletas, que fue renovando en cuanto pudo con los ahorrillos que conseguía vendiendo periódicos en sus primeros días de juventud. Era un joven español más, un chico corriente que cuando subía en su máquina se convertía en un peligro para sus rivales. Seguramente soñaba con emular a José Manuel Fuente o a Luís Ocaña, que en esos momentos batían el cobre a Eddy Merckx, el caníbal, que hacía casi siempre estéril la quijotesca lucha de los españoles contra él. La España ciclista vivía emocionada y dividida, Luis Ocaña había nacido en Priego, pero realmente decían que su corazón era del rival francés, y los KAS, que siempre llevaban en el pecho la brega y la lucha de los escaladores. Eran grandes ciclistas, que lucían nuestros colores en el extranjero, y que lo intentaban en la carrera patria, pero muchas veces sucumbían. Su grandeza, la importancia de sus gestas nunca tuvo el eco que merecían, Nunca la tuvieron y siguen sin tenerla. Es muy probable que el público no estuviese preparado para ello, no le diera una importancia que en España no se entendía.


Porque España ha tenido grandes generaciones, pero siempre han tenido sus más y sus menos, incluso con los aficionados. La primera gran generación, la de los finales años 30, con VicentucoTrueba, con Julián Berrendero, con Mariano Cañardo, con Federico Ezquerra, fue doblada por la Guerra Civil, y en muchos casos vilipendiada por la prensa, que les consideraba más unos buscavidas egoístas que unos héroes de la patria. La importancia de la prensa, de las informaciones, imponía de forma casi tan feudal su opinión como el nuevo régimen en la vida de los españoles. Por eso la segunda generación, que había crecido en las miserias de la posguerra, con Federico Bahamontes y Jesús Loroño como puntas de lanza enfrentadas, tampoco consiguió una recuperación de la popularidad total del ciclismo español. Que los aficionados de uno y de otro se enfrentasen en las cunetas mientras ellos casi llegan a los puños en varias ocasiones tampoco hacía mucho en favor de la unión. Mucha culpa es de Bahamontes, aunque él siempre diga lo contrario. Su manía persecutoria ante corredores que pudiesen hacerle algo de sombra, como el propio ciclista vasco, o Bernardo Ruíz, o Antonio Suárez, o sobretodo Miguel Poblet, al que todos(incluída la prensa) tachaban de correr de una manera egoísta y poco heroica, hizo que la afición se dividiese, y realmente conseguir que la selección que se unía en las grandes citas no fuera nada sino un guirigay.


En esta situación, después de la retirada de otros ilustres como Julito Jiménez, otro demasiado olvidado en la actualidad, y Fuente y Ocaña, comenzaba quizá la generación más brillante de la historia ciclista española. En diversos puntos del país estaban creciendo los ciclistas que por fin llenarían de forma total el corazón de la afición española, con un liderazgo unánime con Pedro Delgado. Nacidos desde mediados de los años 50, los José Luís Laguía, Alberto Fernández, Marino Lejarreta, Álvaro Pino, Ángel Arroyo, Pedro Delgado, Peio Ruíz Cabestany o Eduardo Chozas serán los abanderados de la generación de oro, del "boom" del ciclismo en España, los corredores que engancharon a mucha parte de la juventud contemporánea, y a los aficionados anteriores divididos. Ellos, junto un gran trabajo de los directores deportivos jóvenes que empezaban sus carreras mimando las canteras y los equipos de promesas, consiguieron que la nueva generación creciera hacia delante sin complejos, o con los complejos más minimizados, lo que dio un grupo de ciclistas más completo y con muchas más posibilidades. Pese a todo, pese a que muchos de esos directores traían ideas modernas y menos pre-concebidas, fueron los escaladores los que tomaron la mayor relevancia.


Los primeros 80 llegaban con Lejarreta y Arroyo tomando las riendas de la generación. Mientras el junco de Bérriz se hacía con la Vuelta a España de 1982 por descalificación de Arroyo por positivo, era Arroyo el que llevaba las ilusiones al Tour de Francia un año después consiguiendo un segundo puesto brillante. José Luís Laguía martilleaba en la montaña con su colección de maillots de la Vuelta, y otros como Chozas apelaban a la casta, a la clase y a la versatilidad para marcarse cabalgadas imposibles y culminarlas con éxito. Perico, como todos ya le llamaban era un corredor que todavía no estaba hecho. En el Tour había llegado a despuntar, así como había sido amarillo en la Vuelta, pero le faltaba fondo. Varias caídas además le impidieron brillar. Pero justamente fue lo contrario lo que le llevaría al éxito. Su progresión fue una carrera de fondo, con su calidad como base. Fue mejorando, fue puliendo detalles que le hicieron más fuerte, y venció en Luz Ardiden en una etapa apoteósica, aguantando a los escaladores colombianos bajo la niebla. Ese corredor, que acababa de ganar la Vuelta a España tras uno de los finales más extraños, misteriosos, espectaculares y, según algunas voces, compinchados de la historia, estaba casi preparado para dar el salto, para intentar lo máximo, que en España fue, es y seguirá significando Tour de Francia.


Corredor sencillo, totalmente opuesto a esos mocetones setenteros que en España no cuajaban, pero también opuesto a esos míseros escaladores que sólo buscaban su bien económico, Pedro se hacía notar con una simpatía personal que enganchaba. Su terreno era, como no, la montaña, un escalador de los que arriesgaban, de los que daban hachazos a lo Julito, duros. Se estaban juntando los que finalmente fueron los ingredientes del éxito tanto deportivo como popular. Naturalidad y naturaleza agradable, de hombre normal, de tipo cercano al espectador, escalador, de los que además gustan por el espectáculo, joven, rivalizando con los grandes corredores internacionales y consiguiendo éxitos notables, afable con la prensa, de esos momentos de su primer Tour en los que se ofrecía directamente a los periodistas para charlar sobre lo que era la carrera en el Reynolds de Ángel Arroyo. Tan sólo el propio Arroyo podía ser el detonante de que este proyecto de joven exitoso se fuera al traste. Pero Ángel Arroyo demostró ser demasiado irregular, y las fiebres que le machacaron acabaron con su carrera. Dejó de contar. Cuentan las malas lenguas que su relación nunca fue realmente buena. Parece que había bastante competitividad entre uno y otro. Y la carrera de fondo que antes me refería la ganó claramente Delgado, su momento estaba llegando.


Y lo hizo, ganó el Tour. Previo paso por equipo holandés de moda. Lo consiguió tras dominar claramente la carrera, tras un problema con un medicamento en el que él nunca pareció culpable. Estaba en la cima, la gente estaba con él, todos estábamos con él. Un corredor espectacular, que no renunciaba a jugar sus cartas, y que encima cometía despistes que le hacían mucho más popular, todos recordamos su imagen con un paraguas protegiéndose de la lluvia, o hablando por uno de los pocos teléfonos móviles de la época con nosesabequién en medio de la etapa. Esa forma de ganarse al público, a todos, fue única, y es lo que le faltó a la frialdad de Miguel Induráin, por ejemplo. Perico caía bien fuera de la carretera, y en la carretera era un espectáculo, con su forma de bajar con el culotte casi rozando el tubular trasero. Muchos le llamaron "el loco" por aquello. Y su halo se hizo mítico en Luxemburgo. Nadie sabe qué hubiese pasado en caso de no perderse en las calles del gran Ducado. Pero su popularidad ha traspasado el ciclismo. Ese despiste es una leyenda popular dentro del deporte español.


Y en el ocaso de su carrera, cuando ya sabía que no podía subir de forma tan eléctrica como antes, se dedicó a enseñar los gajes del oficio a un joven grandullón navarro del que decían ganaba carreras en solitario sin ni siquiera atacar, tirando a bloque se quedaba sólo. Ese corredor, que sería el gran campeón español del futuro, tuvo el apoyo de Perico, que en todo momento se mostró profesor del alumno, tanto en la carretera como en sus declaraciones. Mientras su final se hacía más evidente, unía sin embargo su nombre al de un hombre que rompería todos los registros. Hasta para eso Perico hizo perfectas las cosas. Es de los pocos ciclistas que han conseguido en España que todo un pelotón español se callase las referencias y le ayudasen en la sierra de Madrid ante un equipo Peugeot absolutamente distraído y después incrédulo. Posiblemente no fue un corredor más talentoso que Induráin, o que el propio Luís Ocaña, o no subía con la capacidad de Bahamontes, pero sin lugar a dudas, Pedro Delgado, "Perico" para la afición, fue el corredor de todos.