Luís Ocaña Pernía es muy posiblemente el segundo mejor corredor de la historia de España. Esta afirmación, que para muchos puristas seguramente será una aberración, habituales amantes de la veneración sobre
Pedro Delgado o Federico Bahamontes, me parece una forma de definir a un ciclista con tanta clase como temperamento. Es muy sencillo refutarla, y precisamente no por su palmarés, ya de por sí extenso y rico, sino por cómo y contra quién lo logró. El corredor de
Priego es el único corredor que fue capaz de vencer a
Eddy Merckx en sus mejores momentos en la
grande boucle. Y no se trata de ganar en una diferencia de tubulares, se trata de dominar al belga, de hacer peligrar su victoria tanto, tantísimo, que le obligó a poner en juego su físico, su carrera incluso, para tratar de devolverle la jugada. Pero la carrera francesa tenía una última broma a Ocaña en ese verano de 1971, en forma de tormenta dantesca en la subida y posterior bajada del
col de Mente, un puerto más que dejaría de ser anónimo para siempre ese día. El maillot amarillo por los suelos, destrozado física y anímicamente después de haber conseguido el imposible, poner contra las cuerdas al mejor corredor de la historia, al
emperador del ciclismo.
No hace falta decir mucho más, simplemente ahondar en las características de un ciclista soberbio, de un talento único que tuvo la mala suerte de encontrarse con el mejor, y que tampoco supo sobrellevar su carácter hacia las mejores prestaciones. Contrarrelojista fantástico, ganador del
Gran Premio de las Naciones amateur y profesionalmente, en el que era el campeonato del Mundo
no-oficioso de la época. Pero también un corredor de raza, de pedaleo ágil que le convirtió en un escalador tremendo, capaz de los cambios de ritmo más tortuosos para sus rivales. Y luego estaba su carácter. Fuerte, rudo en las formas, de sinceridad descarnada, así era el
"español de Mont en Marsan", quizá poco racional en algunos momentos, que parecía que le faltaba un poco de repensar las decisiones antes de ejecutarlas. Pero sin ello no hubiera sido lo que fue, un aguerrido competidor, incapaz de dar nada por perdido por difícil que fuese. Y en el
Tour de 1973 se encontró a la horma de su zapato,
José Manuel Fuente, el escalador más impresionante de su época, a la altura de los
Bahamontes, Gaul o Coppi. Subido en su bicicleta no había puerto en donde no impusiera su bailoteo extremo para sus rivales, de un hachazo dejaba seco al pelotón, y cuando nadie podía dar una pedalada más rápido, bajaba un par de piñones para
"poder hacer distancia".Si Ocaña era peculiar, Fuente era el
"raro entre los raros", un ciclista único tanto dentro como fuera de la carretera, como el conquense, sinceridad meridiana, nada de justificar nada, simplemente luchar. Su pero: la concentración. No era un buen rodador, pero tampoco estaba preparado para concentrarse al 100%, parecía incapaz. Cuando estaba centrado, era imparable, sus rivales lo sabían. Cuando atacaba muchas veces le dejaban marchar, sabían que no podrían aguantar jamás su ritmo en montaña. Una vez ahí, cabían dos posibilidades, que anduviese fino y había que contar las pérdidas y estragos causados, o que le diera una de sus míticas pájaras por no comer, o porque su organismo se llenaba de las toxinas que sólo uno de sus riñones podía filtrar. Entonces 50 kilómetros más allá lo encontrarían a paso de tortuga llegando a meta como pudiera. En 1973 Ocaña venía de ser segundo tras
Eddy Merckx esta vez en la
Vuelta a España, que había dominado el belga para completar su palmarés. Venía en gran forma, se sabía con posibilidades pese a su mal Tour del año anterior.
El caníbal no participaría después de haber hecho doblete Vuelta-Giro, y las posibilidades se abrían. Entre los rivales el eterno
Raymond Poulidor, un corredor regular en todos los terrenos, un hombre al que la historia del
Tour de Francia jamás le dio lo que hubiera merecido por méritos propios. El joven
Bernard Thevenet, que había sido el tercero en la Vuelta y ya tenía etapas y buenos puestos en el Tour.
Joop Zoetemelk, que había hecho podio en pasados Tours,
Lucien Van Impe, escalador belga ganador de los últimos premios de la montaña...
El holandés da primero siendo líder en el prólogo disputado en su tierra, de nuevo dejando a
Pou Pou con la miel en los labios siendo segundo por unas décimas. Las siguientes etapas son aprovechadas por los rodadores, y un
Van Springel que se hacía con el amarillo tras una escapada culminada por
Catieau, y por el equipo
Watney-Maes de
Wally Planckaert y Jens Verbeeck, que vencen sin trascendencia en la crono por equipos del primer sector del segundo día. Ocaña, que se había caído en principio sin consecuencias en la primera etapa, llega a la tercera con algún rasguño pero con una idea en la cabeza: dar un golpe mortal a los rivales donde menos lo esperan. La etapa termina en
Reims, proveniente de
Roubaix, la mítica localidad que cierra
el infierno del Norte. Por supuesto, la organización ha preparado una carrera ratonera, con algunos tramos de pavé habituales en la clásica. El
Bic prepara una encerrona en la vereda adoquinada de
Querenaing, donde el viento cambia radicalmente a pasar a viento de cara casi al coronar, lugar donde ataca Ocaña junto a sus compañeros
Catieau, Vasseur, Mortensen y Schleck, colándose con ellos el rapidísimo
Cyril Guimard y unos pocos más. A más de 100 kilómetros de meta, toma descolocados a los demás favoritos, siendo Poulidor y su
dorsal 1 los más proclives a la reacción.
Justo antes de la llegada a los Vosgos, Ocaña ha metido ya 2.34 a Raymond Poulidor, Zoetemelk, Thevenet y Van Impe, y más de 7 a Fuente. La general la pasa a liderar su compañero Catieau. En los primeros pasos montañosos se suceden las habituales escapadas sin peligro para la general, hasta la llegada de las estribaciones alpinas, donde Ocaña ataca el el Soléve en solitario para ponerse líder, un amarillo que podrá por fin llevar hasta París, no sin antes protagonizar la etapa más importante, la más espectacular de la historia del Tour de Francia. Cualquier buen aficionado sabe lo que ocurrió en ese mítico escenario entre Meribel y Les Orres, con La Madeleine, Galibier(por el lado del Telegraphe), Izoard y Les Orres por delante. A más de 100km de meta, en el Telegraphe ataca Fuente, deja despatarrado a todo el pelotón salvo a Ocaña, que intenta mantener el acuerdo de colaboración entre los equipos españoles con el Bic para la victoria de Ocaña en la general. Pero Fuente no atiende de pactos fuera de la carretera, hasta 30 hachazos da intentando dejar al maillot amarillo, sin poder lograrlo. Lo siguiente es historia, historia del gran ciclismo. Ocaña tira en solitario con el asturiano a rueda en el Galibier, en el Izoard y en Les Orres ya sólo, tras el pinchazo de el tarangu.
Al final 1 minuto diferencia a los dos españoles en la cima, a la que Ocaña llega absolutamente exhausto. Thevent llega a 7 minutos, regulando sus posibilidades de podio.después, la nada. Zoetemelk llega a 20 minutos siendo el ¡6º! en la etapa. Ocaña sentencia el Tour a lo grande, a lo Merckx. Al estilo de Orcieres Merlette en 1971, donde el propio caníbal había comentado que "había dominado al pelotón como el torero al toro en la plaza", después de sacar casi 7 minutos en solitario a todos los demás. No sería la última etapa ganada por el español en 1973, después de la increíble exhibición del día siguiente de vicente lópez Carril escapado en solitario casi toda la etapa, que cerraba el trayecto alpino. Ocaña ganaría la siguiente contrarreloj individual, sobre un Poulidor que abandonaría al día siguiente por una caida. La llegada de los pirineos lleva a otra exhibición del conquense, atacando en el Portillon y llegando a Luchon en solitario, donde Zoetemelk fue el único que le vio de cerca, y cómo no, también la etapa del Pui de Dôme, hoy casi olvidado, tenía que ser para el líder, en una de sus cimas más favorables tras un ataque en solitario. Pero aún faltaba la guinda, con la victoria parcial en la última de las contrarrelojes individuales, sobre un Thevenet que defendía su segunda posición sobre Fuente, que acabaría fallando también en su intento de conquistar el jersey de la montaña, que fue para Pedro Torres, que había ganado un etapón camino de Pau.
Así,
Luís Ocaña dominaba el Tour de Francia de 1973 a su antojo, uno de los mejores de la historia, marcado por la etapa más grande de todas las disputadas seguramente en los más de 100 años de la carrera francesa. Protagonizado por dos españoles, el Tour sin Merckx se convirtió en un toma y daca impresionante, en una exhibición de talento de un Ocaña que hizo olvidar la ausencia del caníbal. La increíble general terminaba así:
1. Luis Ocaña (Esp) en 122h25'34"
2. Bernard Thévenet (Fra) à 15'51"
3. José-Manuel Fuente (Esp) à 17'15"
4. Joop Zoetemelk (Hol) à 26'22"
5. Lucien Van Impe (Bel) à 30'20"