jueves, 29 de noviembre de 2007

¡Aurrerá, aurrerá!


Decía Jesús Galdeano, navarro de Iguskiza: "Loroño era distinto, los del País Vasco, cuando tienen una figura, se vuelcan, van a los sitios que sea, y si hace falta gastar dinero se gasta, y hay que dar ánimos y hay que estar encima" en contraposición, claro está, de Federico Bahamontes. Eran los años 50, y el ciclismo español vivía, por enésima vez, enrarecido por un tenso ambiente en la federación velocipédica. Moscardó llevaba las federaciones como si fuesen cuarteles, con ese ambiente castrense que llevaba la España de finales de los 40 y principios de los 50. Como presidente del COE(Comité Olímpico Español), las decisiones más generales, las directrices básicas debían salir de su despacho. Se sucedieron los seleccionadores, unas veces por no saber llevar las relaciones con el "Conde del Alcázar", casi siempre por el ambiente entre los ases españoles, siempre recelosos de los méritos de los demás. Mariano Cañardo, Julián Berrendero, Luís Puig, Dalmacio Langarica... se sucedieron en el cargo en los años 50. Los problemas, las alianzas y enemistades, putrefactaban el ambiente en las selecciones, incluso en la Vuelta a España. Así era la vida de los ciclistas españoles.


Buscando la mayor presencia, la mayor atención, que significaba dinero y seguir la senda millonaria del ya triunfador Bernardo Ruíz, el pipas, los corredores patrios recelaban de todo, y de todos. Su trabajo en equipo era inexistente en la mayor parte de los casos, y la jerarquía en los equipos nacionales era tanto inexistente como subjetiva, dependía mucho de las relaciones personales y las alianzas aprovechadas entre unos y otros para sacar tajada. Así las cosas, era difícil hacer buenos papeles en las citas más prestigiosas, sobretodo porque cada uno hacía la vida por su cuenta o contaba tan sólo con la ayuda de algún doméstico leal o directamente comprado en carrera. A pesar de que algunos, como el ya citado Galdeano, se dejaron la piel por otros, muchas veces su trabajo era desaprovechado, ya fuera por una táctica de equipo equivocada y mal efectuada, otras veces porque el propio líder era incapaz de dominar su equipo, o lo malgastaba de mala manera. Uno de los grandes ejemplos de ésto último es el propio Fede, una persona que aún hoy, 40 años después, se queja de que "en sus años" nunca pudo disfrutar de un equipo con la suficiente disciplina, algo que no es cierto. Bajo el liderazgo y el carisma de Dalmacio Langarica el propio Bahamontes pudo disfrutar del primer equipo solidario y unificado de la selección española en 1959. Loroño, por otra parte, era mucho más callado, mucho más reflexivo.


Como personajes antagónicos, de una manera u otra tenían que chocar. Y más con Federico que chocó con todos los corredores que pudieron hacerle un mínimo de sombra, Poblet, Suárez y sobretodo Bernardo Ruíz. Jesús Loroño, por su parte, se había hecho un nombre entre los escaladores españoles en sus primeros años de profesional. Octavo de 9 hermanos, vivía en un caserío propio de la zona. La bicicleta era su medio de transporte, su medio de vida. Y a escondidas se ganaba unos duros en las carreras locales, intentando no dejar pistas que pudieran hacer pensar a su madre que era ciclista profesional, no quería "darle disgustos". Y fue compitiendo con los mayores, y fue haciéndose un nombre con victorias en la subida a Arrate, o al Naranco, o el Circuito de Getxo. Ahorraba ese dinero, se compraba el material que necesitase, para poder marchar a las mejores carreras, a la Volta a Catalunya, de la que ganó una etapa en 1951, terminándo la carrera en sexta posición. El año anterior había debutado en la Vuelta a España, haciendo el vigesimoprimer puesto final, enrolado en ZZ, con Dalmacio Langarica, al que le unió una buena amistad desde casi el principio, como compañeros de habitación de hoteles de muchas carreras(amistad que se paró en 1959, cuando Langarica, como seleccionador, dejó fuera a Loroño, y fue golpeado por un periodista vizcaíno, en el año del Tour que ganó Bahamontes).


Su año clave fue 1953, donde disputó su primera carrera importante fuera de España, el Giro de Italia. El seleccionador de entonces, Mariano Cañardo, le dijo: "mira Jesús, te voy a llevar a Italia". Loroño intentó deshacerse de la propuesta, no le hacía gracia ir a la Italia de Fausto Coppi, que haría su doblete Giro-Mundial. Cañardo le amenazó con no dejarle participar en ninguna otra carrera internacional si no iba al Giro, pero su 43º posición final le permitió demostrar al seleccionador que era capaz de correr con los más grandes. Y le abrió las puertas del Tour de Francia. Y no iba a desaprovechar esa oportunidad. Con 10.000 pesetas, con una bicicleta que le había dado la organización y que pesaba bastante más que la de los Louison Bobet(a la postre vencedor del Tour, el primero de 3 consecutivos), André Darrigade o Fiorenzo Magni y con Langarica de tutor, Loroño comenzó con dudas en el llano, con la lluvia y el frío. Acercándose a los Pirineos, notó el calor y se animó. Así, en una etapa memorable, con llegada al Cauterets, al pie del Aubisque, atacó mientras un paso a nivel se cerraba y se fué en solitario, culminando la escapada. En la cima, el seleccionador, Mariano Cañardo le agradecía el esfuerzo con lágrimas en los ojos. Se ponía líder de la montaña. Pero al día siguiente era Robic el que hacía la gesta entre Cauterets y Luchon y se ponía tanto líder de la carrera como de la montaña. Pero Robic no era bienvenido.


Como corredor ya veterano, y enrolado en un equipo regional, no gustaba como líder. Y Louison Bobet, la nueva estrella gala, y el campeón de Francia, Raphaël Geminiani, pusieron a su equipo nacional de acuerdo para acabar con el bretón. En la etapa de Berziers, imponen un fuerte ritmo. Robic se descuelga, pincha y pierde en la meta 38 minutos. Dos días después se retirará del Tour por la puerta de atrás, el liderato de la montaña está en las manos de el León de Larrabetzu, con claridad, a la espera de los Alpes. En el día grande de la carrera, con final en Briançon tras la subida a Vars e Izoard, en el que Bobet iniciará su racha de triunfos y su míticas citas con la caisse déserte, Loroño se lanza en Vars a la captura de Van Nolten y otros, que habían saltado antes. Con él, en plena ascensión, se une Bobet, como una moto, y ambos dan caza a los fugados. En el Izoard, el francés se va en solitario irremediablemente, en una gesta maravillosa que mantiene las cunetas repletas de exaltados aficionados, llegando a la meta con más de 5 minutos de ventaja sobre el holandés y Loroño, y más de 8 minutos a los que no pudieron seguirle en Vars. Sentencia el Tour, y Loroño, con sus cuentas, el de la montaña. Salva el Tour para los españoles. Un Tour en donde no pudo ir Bernardo Ruíz, que había sido 3º en el Tour de 1952, tras un escándalo tremendo en el Giro, con la consiguiente bronca entre él y Cañardo, el seleccionador.


Jesús pudo disfrutar de sus criteriums post Tour, de los agasajos, de llegar a España y a su tierra como un héroe. Se había convertido en estrella, de la noche a la mañana. En un viaje a Granollers, se produce otro de los episodios más chuscos de la historia del ciclismo español. Al aeropuerto de el Prat va a recogerle Cañardo, para llevarlo al homenaje de una peña de allí. No cuenta con que en el mismo lugar irán Bernardo Ruíz, el pipas, y Miguel Torelló, un mecenas del ciclismo que era primo de Juan Antonio Samaranch. Y se monta la gorda. Y Cañardo pega a ambos, a éste último sin motivo ninguno. Fue su final al frente de la selección. Fue sustituído por Julián Berrendero, el negro de ojos azules de San Agustín de Guadalix. Para Loroño, ese año 1954 significaría el paso atrás decisivo. Preparó el Tour con mimo. Fue incluso a París-Roubaix, al Giro, todo enfocado a volver con buen pie al Tour. Incluso ganó el campeonato de España de montaña. Pero en junio, escapado con 10 minutos de ventaja sobre el pelotón en el GP San Juán, se cruzó una moto en su destino. Y directo al hospital. No pudo ir al Tour, pese a que sus lesiones no fueron demasiado graves. Perdió esa oportunidad. Y fue Bahamontes quién la aprovechó, mostrándose como un escalador maravilloso, haciendo olvidar el trabajo de Loroño. Y, a partir de su retirada absurda en el Tour'57, convertirse en la esperanza española en el Tour. El vasco, sin embargo, sí hizo un buen Tour de Francia de 1957, una vez retirado Fede, ya que pudo disfrutar de alguna rueda de algún gregario cuando él pinchaba, terminando en 5ª posición.


Sus otros momentos de gloria serían en la Vuelta a España, que reaparecía en el calendario en 1955 tras 5 años sin organizarse(y no volvería a faltar). En 1955, en el equipo nacional con Bahamontes, Bernardo Ruíz, Miguel Poblet o Salvador Botella, sin ayuda ninguna de ninguno de ellos, acabó 4º tras perder el liderato en la 5ª etapa, en la que quedó retrasado y ningún compañero bajó al su grupo a ayudarle. El año siguiente fue aún más lamentable. Tras aguantar sin equipo hasta la última etapa a pocos segundos de Angelo Coterno, líder desde el segundo día, el italiano estaba enfermo de gripe, algo que evidentemente no pasó desapercibido para nadie. La última etapa era una peligrosa incursión entre Vitoria y Bilbao, la tierra de Loroño. Con la subida a Sollube, que el de Larrabetzu conocía a la perfección, parecía que el enfermo italiano no podría atajar los ataques previstos del vasco. Por eso se dedicó a comprar los equipos rivales. Así, mientras Loroño atacaba con todas sus fuerzas, equipos como el de Rik Van Steenbergen se dedicaron a empujar descaradamente a Coterno. El resultado fue minimizar las pérdidas, y una llegada masiva a Bilbao que ganó en propio Rik I. 13 segundos de diferencia, esa fue la distancia, Jesús en solitario, sin ayuda de gregarios para endurecer la carrera y Coterno con ciclistas importantes comprados a alto precio. Tras estas dos experiencias, la tercera tenía que ser buena, o la última. Afortunadamente esta vez para Loroño, la enemistad Ruiz-Bahamontes pasaba por su peor momento.


Por eso, Bernardo Ruíz, y su aliado en los despachos Luis Puig(nuevo seleccionador nacional), cuando vieron que Fede se ponía líder en las primeras etapas de la Vuelta a España de 1957, pensaron cómo hacer que ganase cualquier otro. Y movieron sus piezas. Primero a Salvador Botella en la etapa entre Valladolid y Madrid, y después en territorio levantino, la casa de ambos, cuando el toledano había recuperado el liderato. Fue el propio pipas en persona el que, junto a Loroño y otros escapados italianos, se marcharon del grupo camino de Valencia, con Fede desesperado, intentando seguirles, siendo agarrado del culotte por Galdeano, y tapado con el coche de la organización(casi se parte la crisma tras un volantazo de Puig intentando impedir su salida del pelotón). Loroño llegaba con varios minutos de ventaja junto con Ruiz en una etapa que ganaba Bruno Tognaccini. Bahamontes perdía definitivamente la Vuelta, que jamás ganaría, y se pasaría las siguientes etapas gritando "¡robo, robo!" a diestro y siniestro. Y Loroño, en el hotel, tras todo un día de aguantar a Fede diciendo "que si Loroño me ha robado, que si Loroño es un enchufado...", le cogió de la pechera y casi le pega. No volvieron a mirarse siquiera. Al año siguiente Loroño fue 8º ganando una etapa, año en que las tensiones Bahamontes-Loroño fueron máximas, cuando atacaba uno, el otro salía a por él, y viceversa(Luis Puig acabaría dimitiendo tras esta carrera como seleccionador). Lo curioso, es que a parte de compañeros de selección, lo eran en el equipo Faema. No se bajaría del top-10 de la Vuelta tampoco en sus dos últimas apariciones serias(9º en 1960 y 10º en el 61), además ganaría la Vuelta al País Vasco.


Este ciclista vasco, un escalador entregado y fuerte, capaz de mover desarrollos auténticamente extremos en las pendientes de porcentaje más elevado, y que había conseguido una técnica envidiable sobre la bicicleta gracias a horas y horas de sufrido y constante entrenamiento(de muy joven solía escaparse en la noche para entrenar 1 horita más y volvía sudado y sucio directo a la cama para que su madre no sospechase), además era un corredor completo. Su trabajo en la contrarreloj nunca fue tan malo como en el caso de Bahamontes. Y por ello en sus apariciones, ya veterano, en el campeonato de España(que se corría tradicionalmente en una contrarreloj de 100 kilómetros saliendo de Madrid con alguna subida a la sierra y de vuelta a la capital), brilló. Pero lo cierto es que esas carreras eran un tanto extrañas. Estaban abiertas al público, por lo que los aficionados podían coger una moto o un coche y seguir a su ídolo... y ayudarlo. En 1958, por ejemplo, Bahamontes ganó el campeonato tras ser ayudado en el primer tramo(el mejor tiempo en mitad de carrera fue de Loroño) por coches, y en la parte final se vio favorecido por el pinchazo de Botella. Se pusieron a relevos y, junto a un cazado, llegaron los 3 a meta, con Bahamontes finalmente vencedor. En 1960 Loroño fue segundo tras el madrileño Antonio Suárez, un gran contrarrelojista que se vió favorecido por el trato del público. En el 61 los mismos puestos, primero Suárez, segundo Loroño. Al año siguiente, en 1962, el emblema del ciclismo vasco planeó su retirada, no antes de firmar con el Funcor Mungia, equipo lleno de jóvenes a los que intentó dar ese apoyo de ciclismo veterano con sus enseñanzas y experiencia. Se retiró tras la Bayona-Bilbao, en un auténtico baño de multitudes, aclamado por su público, del que había sido bandera.

Perdidos del pelotón


Inicio a partir de mañana una serie de capítulos que irán apareciendo en este blog, no de forma ordenada ni tampoco será una correlación de artículos(entre medias aparecerán otros no relacionados, eso sí, se podrán ordenar por la etiqueta "Perdidos del pelotón"), que tratarán de los corredores españoles que consiguieron llegar a la excelencia en las carreteras, pero que nunca consiguieron el status de mitos y que hoy en día su obra casi está perdida. Para que no sólo los más sagaces les conozcan, éste será mi pequeño tributo a su memoria. Entre otros protagonistas, Jesús Loroño, Julián Berrendero, Miguel Poblet o Jaume Janer. Mañana será el turno de el león de Larrabetzu.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Bernard Hinault, equidistancia perfecta.

No hace mucho pude disfrutar de un "tête à tête" entre los dos corredores vivos, sin discusión, más grandes de la historia del ciclismo: Eddy Merckx y Bernard Hinault. Pese a quien le pese, sobretodo en España, tengan la visión que tengan sobre el bretón, la que sea(no mentar en este momento la "rumorología oscura", quién la conozca), representan los ganadores más prolíficos, espectaculares y prodigiosos de todos los que han competido sobre dos ruedas a lo largo del tiempo. Un reportaje la verdad muy interesante, contado en un punto de vista cercano, con los dos ídolos paseando sus veteranos maillots de campeones del Mundo en ruta por los alrededores de Meise, muy cerca de Bruselas, donde El Caníbal tiene su fábrica principal de bicicletas. Charlaban amigablemente, con un cierto tono de respeto en cada frase que intercambiaban. Como personajes privadamente públicos, tenían cierto recelo a las cámaras, y más a la altura de la película de sus vidas en la que llegaba la entrevista. En todo caso, tuvieron tiempo de intercambiar fotografías, maillots autografiados y muy buenas palabras. Debe ser la clase de relación que existe cuando dos grandes del deporte que sea, se cuentan batallitas.


Entre otras cosas se preguntaban sobre sus recuerdos más bonitos, en los que ambos recalaron en su primer Tour, y en el Campeonato del Mundo. Cómo no, Merckx tuvo unas palabras para con el Giro de Italia, la carrera que le convirtió en un hombre-Tour. O mejor, donde demostró que no sólo podía ganar clásicas y carreras cortas. También recordaron sus equipos, sus "domésticos", y los recelos que recibió Merckx en su primer equipo(de, cómo no, Rik Van Looy). Pues bien, la idea de este post llegó cuando Merckx preguntó a Hinault sobre los ciclistas a los que admiraba, y que le hicieron subirse a la bicicleta de forma profesional. El bretón contestó sin dudar que el propio Caníbal, y "maitre" Jacques, Jacques Anquetil, fueron sus modelos, uno cuando era un niño, el otro cuando era amateur. Mostraban una foto que, curiosamente, ambos guardaban un gran afecto: la visita que hicieron a un ya enfermo Anquetil a su palacete, los tres vestidos con el maillot amarillo del Tour sonriendo a la cámara. Pura historia del Tour de Francia, entre los 3 suman más victorias en la General que cualquier país salvo Francia y Bélgica. Curiosa relación de corredores. No recuerdo en qué orden estaban colocados en la ilustración, y no he encontrado en la red la foto, pero si alguien debía estar en el medio, ése debía ser Hinault.


Algunos pensarán que por antigüedad, eso no podía ser así. Otros pensarán otros factores. Yo me quedo con el factor ciclista. De ahí el título del artículo. Pura equidistancia, equidistancia entre dos formas de concebir y vencer en el ciclismo, de dominar sus épocas respectivas, de mostrar superioridad. Porque maitre Jacques si se le puede reconocer con algo, es con un cronómetro. O cronógrafo como dice Antonio Alix. Medía las posibilidades, la situación, los rivales, el premio y la distancia. Y con ello intentaba resolver la ecuación de la manera más económica posible. Pedaleando como un reloj, manteniendo el ritmo, con el mínimo esfuerzo que pudiese. Sacando el tiempo que podía en su terreno, la contrarreloj, y plegando velas y contando pérdidas en la montaña. No había alardes, era un puro ejercicio de cálculo, de racionalizar la competición en un simple teorema de tiempo, de distancia y velocidades medias. No había fantasías innecesarias, magia, ni ganas de pensar en hacer algo que a lo mejor no estaba en sus piernas. Él tenía que ganar con lo que podía contar, con lo que sabía que no le podía fallar. Así utilizó sus fuerzas en la crono, así utilizó sus gregarios en los momentos duros, las alianzas incluso, de forma magistral. Y consiguió ser un gran campeón, con un palmarés magnífico, con un respeto merecido y ganado a pulso, con muchísimo esfuerzo. Pero la afición, que empezaba a acostumbrarse a las andanzas de los audaces como Fausto Coppi, prefería al entrañable Raymond Poulidor, que no ganaba, pero lo intentaba aunque fuese a 100 kilómetros de meta. Las ecuaciones para los matemáticos, podían pensar.


Merckx, ya le conocemos, era el ciclista total. Era el corredor que intentaba ganar todo lo que competía y en sus años mozos competía de febrero a octubre en carretera, y fuera de ella corría los 6 días en pista con Patrice Sercu, entre otros. Incluso se atrevió con el cyclo-cross. No había nada que no intentase, en carrera y fuera de ella. Maillots, victorias parciales, generales, sprints intermedios, puertos de montaña. Todo. Lloraba de niño si no ganaba, y entrenaba más tiempo con 13 y 14 años solito por ahí para el siguiente día vencer a quién fuese. Lo corrió todo y lo ganó casi todo, con exhibiciones incontables, con un afán constante de mejorar lo mejorable. Si había ganado una carrera lo intentaba hacer pero por más tiempo, si iba con el maillot de líder, intentaba hacer ver a sus rivales que no podrían dejarle atrás. Su ciclismo no era tan inteligente(que en el tema gregarios fue excepcional) como el de Monsieur Crono, era salvaje. El ogro de Tervueren, el Caníbal. No había nada que no deborase, o quisiese deborar. El récord de la hora, cantidad de días de amarillo, etapas ganadas en el Tour, victorias en San Remo, en Lieja. No había desgaste mental, pero sí físico. Tanta gesta, tanto acelerón, tanto ir cara al aire se acaba pagando, sobretodo cuando las fuerzas no acompañan, y fue en no demasiadas veces en su carrera, pero ocurrieron. La gente le idolatró, la prensa se rendía a sus pies. Su altura como competidor, como deportista competitivo no tiene parangón en la historia. E Hinault conocía todo ésto, lo había vivido.


Y él fue la figura que encontró la mezcla perfecta entre el oportunismo y frialdad de uno, con la espectacularidad e inconformismo del otro. Porque Le Blaireau era capaz de vencer de las dos maneras, porque no renunciaba a ninguna. Como Anquetil sabía que su cuerpo tenía unas capacidades finitas, y había que aprovecharlas al máximo para sus mayores objetivos. Por eso no quiso disputar el Récord de la Hora en condiciones, porque, como él mismo decía, "tenía que estar en forma en otros momentos de la temporada, y no podía ponerlos en peligro". Como Merckx, hizo algunas de las gestas más espectaculares y consiguió algunas victorias escandalosas, al más puro estilo de los 50 a finales de los 70 principios de los 80. Su Lieja-Bastogne-Lieja bajo la nieve es uno de los espectáculos más grandes de la historia de este deporte. Su carrerón en Serranillos, sus cabalgadas en los puertos, sus ataques en París de amarillo, incluso en su último Tour fue capaz de intentar poner contra las cuerdas a su compañero Lemond tras atacar en la bajada del Galibier camino de Alpe D'Huez. Incluso pudo emular al belga venciendo lo que no consiguió Anquetil, el Campeonato del Mundo, en 1980 en Sallanches culminando lo que dijo 4 años antes: "si se hace un campeonato del Mundo en Francia lo ganaré".


Como Anquetil, su relación con Cyril Guimard le hizo más concentrado, más profesional, emulando a la relación entre el normando y Raphaël Geminiani, esa relación corredor-director. Como Merckx, sabía perfectamente como tratar a sus gregarios, como ganarse su confianza y apoyo, y tenía la valentía y carácter suficiente para imponer su voluntad por encima de cualquier otra. Pero Bernard Hinault incluso pudo "aprender" lecciones que siquiera había él recibido. Como corredor inteligente y habituado a la victoria como los otros dos grandes, no quiso cometer el "error" que ellos sí cometieron: se retiró a tiempo. Se ahorró el mal trago de lesiones, problemas físicos y ver como las nuevas generaciones superaban a los veteranos. Su último Tour, el de 1986 que vencío Greg Lemond al que poco antes me refería, consiguió ganar 3 etapas, el maillot de la montaña y quedar segundo tras su "compañero". Esa temporada se preparó para terminar su vida deportiva con un Tour para recordar, y lo consiguió de manera espectacular, con una mezcla de Anquetil y Merckx. Como el normando, escondió sus cartas, relegando públicamente a Lemond la responsabilidad de vencer el Tour. Como Merckx, cuando las cosas se vieron favorables tras la etapa de Pau que venció Pedro Delgado, lo intentó hasta el final, de cualquier manera y a la heroica cuando volvió a verlo perdido.


Por unir las dos esencias, consiguió 215 victorias(kernesses y critériums incluidos), con 5 Tours de Francia y 28 etapas, 3 Giros de Italia y 6 etapas(dos dobletes Tour-Giro 82' y 85') y 2 Vueltas a España y 6 etapas en el plano de las grandes Vueltas, con 6 Grandes Premios de las Naciones, uno de manera amateur, de crono(el lugar natural de Anquetil), y por otra parte 2 Liejas, 2 Flechas valonas, 2 Giros de Lombardía, París-Roubaix, Amstel Gold Race... en el territorio Merckx. Su estilo de correr, como él decía "con el virtuosismo de un violinista" en los piñones pero con cambios de ritmo audaces y descarados como los de Merckx le hicieron inigualable, muy complicado de batir en grupos, en 1 contra 1 o en contrarreloj, del que era un auténtico especialista. Completo e inteligente en carrera, pendiente de cada movimiento, creció en su equipo de toda la vida para convertirse en un referente del ciclismo francés, compartiendo con maitre Jacques el honor de las 5 victorias en el Tour y probablemente siendo el más completo de todos los ciclistas que haya dado el país galo. Este granjero de hoy, que cuida personalmente a sus vacas, demostró que la victoria espectacular en el ciclismo no va reñida con la frialdad, con la contemporización de los objetivos. Por ello, consiguió ser uno de los grandes, a la altura de nombres como Coppi, Anquetil o Merckx, en el Olimpo del deporte.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Tranquilo Denis, la navidad parece adelantarse.


Termina la temporada 2007 en este principio de Noviembre, los ciclistas dejan de dar pedales, es tiempo de que sus mandamases hagan su labor, y establezcan las bases de su proyecto para el año que viene, ya saben, patrocinadores, altas, bajas, nuevos reglamentos(cada pocos meses eso parece cambiar en el ciclismo), políticas de equipo y, por supuesto, atentos a posibles nuevos
"bombazos" de dopajes, de periodistas que hablan y de público que escucha. Público reducido, por supuesto, ya que sin competición a la vista parece ser más difícil seguir el ciclismo. Se ha cerrado un año más, en el que todo parece seguir igual. Hace no demasiado en otro modestísimo blog me quedé con una frase que rezaba más o menos así: "El Tour de 1996 como el de 2006". Brillante, elocuente. Síntesis de lo que realmente parece este mundo: muchas noticias escabrosas, muchas reuniones para cambiar el rumbo, muchos bandos todos con nuevas ideas y defendiendo supuestamente la misma bandera y finalmente para sus luchas intestinas de poder se la rompen en la cabeza unos a otros, muchas percepciones, pero han pasado 10 años, y esto sigue casi igual que antes. Pero volvamos al tema de hoy, que no es hablar de la actualidad, los que me lean habitualmente saben que esto no se hace normalmente en este blog.


El Giro de Lombardía que aún centellea en el templo en da carpetazo casi oficial a la temporada, la gran competición se cierra con una carrera con una historia que, desde 1905, llena el principio del otoño en su rocoso recorrido. Los más grandes siempre han tenido una cruz en esta carrera, desde los legendarios pioneros como Garrigou, Pelissier o Thys, hasta los más actuales Laurent Jalabert o Michele Bartoli. Las carreteras lombardas se pueblan de ciclistas, espectadores y hojas muertas y dan un hasta pronto al ciclismo, hasta que el frío invierno vaya desapareciendo en Europa. Se cierra la gran competición con un homenaje a una zona importante del ciclismo italiano, a lugares míticos para el ciclismo como Madonna del Ghisallo, que es oficialmente la patrona de los ciclistas. Y se sabe que el ciclismo siempre ha sido muy dado a estos homenajes, sea en forma de puertos míticos, a ciclistas y heroicidades, sea a puntos de interés incluso religiosos. La liturgia obliga, incluso un convencido ateo como Fausto Coppi fue relevista de la antorcha bendecida por el Papa Pio XII que centellea en Magreglio desde 1948. El respeto por la historia, por los que hicieron grande este deporte siempre ha sido, más que una obligación, un deber. Pocos deportes tienen tan arraigada leyenda y la han tenido siempre en cuenta a la hora de su honra.


Pero las crisis, sobretodo como la actual del ciclismo que es ante todo de personalidad, llevan tiempos extraños y convulsos, en los que los tiempos pasados parecen olvidarse, parecen no respetarse, parecen no contar. Así la época actual aparece ridículamente caricatuada en relación al pasado, muchas veces por acción más de sus propios fracasos que en las benevolencias pasadas. En esta situación se enmarca el tema de hoy. El título se refiere explícitamente a una carrera, a unos protagonistas pero es extensible a casi cualquier carrera del calendario actual, simplemente es un ejemplo evidente del cambio de actitud al que me refería en este mismo párrafo.


Y como si de regalos de Navidad se tratase, en la Vuelta a España de esta temporada su ganador, Denis Menchov, se llevó, gracias a la inoperancia de sus más de 190 rivales en la carretera, casi todas las clasificaciones, habidas y por haber, de la carrera. La regularidad la perdió en un último y definitivo sprint de Daniele Bennati que había llegado a la carrera a rodar, prepararse a que Ballerini le diese el visto bueno a su candidatura para la selección y, de paso, si podía caer alguna victoria en el zurrón, pues mejor. La montaña fue imperialmente dominada por un corredor que sólo luchaba por la general, que no disputó ni un solo puerto porque no le iba en ello. Pero es que nadie, ningún otro corredor salvo el modestísimo Serafín Martínez Acevedo, que había llegado a la Vuelta a España de rebote(y que no pudo a pesar de su lucha terminar la ronda) intentó ganar un premio que queda grabado para siempre en la historia de la carrera. Nadie salvo un debutante y neo vieron la posibilidad de gastar un gramo de fuerza más para posar orgulloso con un maillot que le identificase como primero en algo, como vencedor de algo. Ni los que luchaban por la general, ni los que no, nadie. Incluso a un corredor que lo llevó durante unos días, el belga Jurgen Van Goolen, se le veía en el podio con mala cara, como molesto por llevar algo que no quería y que no tenía ningún afán por retener.


Y era cuestión de tiempo que se conviertiera en un regalo. Al corredor de la general que estuviese más regular en la general, fuese quién fuese. Le tocó al dominador de toda la prueba. Pero podría haber sido otro. El regalo era simplemente eso: a quién correspondiese, como el que tira desde la azotea de la Torre Picasso un cheque al portador por una cantidad cualquiera. El que lo tenga lo podrá cobrar. Y la regularidad pues exactamente lo mismo. Lo único que cambió es que en una vuelta con tantos días de relleno, esta vez se la llevó un sprinter de rebote y no un hombre para la general de rebote. Pero igualmente de rebote. O eso parece. Sin lucha, sin nada. Como si conseguir una victoria en el ciclismo fuese fácil, como si fuese gratuito, que todos lo consiguen y pierde valor. Es curioso. Mientras algunos en su lucha por destacar por delante de otros llegan a la utilización de métodos prohibidos, sean cuales sean éstos, en el caso de destacar llevando un maillot que te indica como líder nadie lo lucha, nadie lo disputa. Algo raro pasa. Y más cuando en la nómina de ganadores están Julián Berrendero, Fermín Trueba(hermano de Vicentuco), Federico Bahamontes, Julito Jiménez, José Manuel Fuente, Jose Luis Laguía, Lucho Herrera o el Chaba Jiménez. Y algunos con peleas legendarias como Fede contra Jesús Loroño. Los dos más grandes escaladores españoles de su época luchando por lo que hoy descarta Jurgen Van Goolen, es cuanto menos curioso.


Y ésto no es cuestión tan sólo de la Vuelta, aunque en la carrera patria sea aún más bochornoso. Incluso el Tour de Francia padece las consecuencias. Por ejemplo en sus maillots, cada vez menos honrosos. Mientras que antes ganar un maillot de la montaña era motivo de heroísmo, de mucho dinero y por lo tanto de éxito y de lucha, ahora parece abocado a una lucha de secundarios, o de batir récords antiguos. El maillot verde, una auténtica religión(otra más) entre los hombres rápidos, que se batían el cobre con los más completos, dándonos luchas protagonizadas por monstruos como Rik Van Looy, Stan Ockers, Francesco Moser, Eddy Merckx, Sean Kelly, Jan Janssen o Bernard Hinault, se ha convertido en un coto de 3 ó 4 ciclistas que ponen a un par de hombres a tirar para luchar unas cuantas metas volantes. Incluso en las propias carreras cada vez se nota menos lucha. Como si los vítores, las victorias y los besos de las azafatas estuviesen ya dados de antemano, son pocos los valientes, son pocos los que realmente optan a la victoria. Mientras casi todos hablan sólo de lo mismo, como discos de vinilo rayados y sin cambio, de la peste de siempre, siempre esa misma peste, pocos escritos en prensa se leen sobre la falta de lucha en prendas tan legendarias como el maillot de la montaña. Como mucho alguna vieja gloria achacándolo a la "especialización del ciclismo", olvidando que eso existe desde casi desde que el ciclismo es ciclismo. Debe ser que una de las características del ciclismo de ahora es su generosidad.