martes, 26 de junio de 2007

El arte de rodar.


"Usted no pinta nada aquí" . "Menuda desfachated" murmulla entre dientes Alex Burtin, director del equipo suizo del Tour de Francia de 1951. Algo raro se teme, algo raro ha visto durante la etapa cronometrada, 85 kilómetros, entre La Guerche y Angers. En los puntos intermedios en donde había algún asistente suizo Hugo Koblet era mejor que el francés Louison Bobet. Pero al final la organización ha dispuesto en las tablillas que ha ganado Bobet, con un segundo de ventaja. "El pedaleur de charme" se ha quedado anonadado, hubiera jurado que había ganado. Por eso Burtin se había acercado a los comisarios, que revisaban las cuentas en caso de fallos. Y así le habían tratado, de mala manera. En la concetración, más calmados los ánimos, los suizos con su legendaria precisión echan cuentas. "Le he sacado un minuto a Bobet, estoy seguro" dice el de Zúrich. Los asistentes le dan la razón, por ahí debe andar la cosa. Pues de nuevo a moverse, Koblet y Burtin salen a buscar a la organización, y se encuentran a Jacques Goddet, el director del Tour, cenando plácidamente en el hotel que habían dispuesto para ellos. Le cuentan todo, Goddet, que sabe de la importancia de la joven estrella suiza, reúne a comisarios y asistentes suizos en una misma sala.


Durante un par de horas se tiran hablando y calculando, papeles por el suelo, por todas partes. Es tarde pero por fin lo encuentran, han encontrado el minuto perdido. Reclasifican a los dos primeros, Hugo Koblet es el vencedor de la etapa con 59 segundos de ventaja sobre el bretón. El joven de 26 años, vestido para la ocasión, con un pantalón "beige" y una bonita camisa marrón oscuro, ha vencido en su primera etapa en el Tour de Francia. Se van a celebrarlo, pese a que es noche cerrada. Van a un buen restaurante y la comida es bien regada por una botellita de champagne, Koblet es amante de lo bueno, de lo caro, y de lo más chic del momento. Su encanto para las damas es indescriptible, elegante, sobrio, guapo, chulapón, es todo un caballero. Si hubiera vivido en el siglo XIX sin dudas sus fiestas hubieran sido las más aclamadas entre la nobleza. En los años 50 lo eran, pero entre ciclistas, deportistas de élite, políticos y modelos, muchas modelos. Su mansión bien cerquita del lago de Zúrich siempre es un buen lugar para la diversión y el lujo. Para disfrutar con buena comida, con buena bebida, con buenas mujeres y con espectáculos. Incluso a veces los da el propio anfitrión.


Porque...¿cuántos coches debió destrozar Hugo Koblet a velocidades de vértigo a la orilla de su amado lago? pues muchos sin duda. No tenía control. Gafas oscuras, unas anfetaminas en el salpicadero y a correr, 180, 200, 210 km/h... los coches más rápidos de la época en las manos del corredor ciclista de moda. Un joven suizo de ojos azules intensos, de esa clase de mirada que funde al sentirla. Tenía que darse a conocer, ser una estrella era algo natural, cuestión de tiempo. Pero la elegancia, el porte, la frescura... le hacía también sobre la carretera único. Es muy posible que jamás volvamos a ver un ciclista tan exquisito encima de una bicicleta. Sobretodo en el llano, Hugo Koblet era un especialista para rodar, o mejor, para deslizar las ruedas de su bicicleta allende las carreteras de la época. Talones rectos, ángulo recto de los codos, espalda en la que se podría haber servido una copa de vino, cara pétrea, sin fisuras, en ocasiones(como en la fotografía) con gafas tintadas, en una expresión de superioridad y de "poder llegar a más". Un auténtico espectáculo para la vista.


Los años 50 fueron la época dorada del ciclismo. Ya no por el talento de sus figuras, por la mejora de las carreteras ni porque los ciclistas ya no pasaban hambre. Sobretodo fue por la dedicación de sus ciclistas, el intento continuado de los Coppi, Gaul, Bobet, Van Looy, Van Steebergen, Ockers, Geminiani ... de llegar a la perfección ciclista en todos sus sentidos. "la corsa pazzesca é la corsa piú bella" decía Fausto Coppi. A parte de ganar había que hacerlo lo mejor posible, dar espectáculo, demostrar que el más fuerte era el mejor. Por eso mismo se vio una lucha sensacional en todos los terrenos, especialistas de todas partes luchaban en las carreras desde marzo hasta el Giro de Lombardía. Y entre las especialidades estaba la elegancia a la hora de rodar en llano, pese a que algunos, como Ferdi Kubler, pareciese que le estaban dando un ataques de epilepsia. "il campioníssimo" era otro de los preciosistas, otro de los espectaculares. Bajando cortaba las curvas de una manera sublime, casi mágica. Una facilidad pasmosa le hacía llevar el trazado correcto, en el momento justo. Una delicia para la vista.


Pero Koblet era único, inconfundible. Después de él hubo otros, otros muy importantes, muy grandes que siguieron sus pasos, pero el auténtico James Dean del ciclismo, del deporte, era él, el guapo conquistador que se lavaba la cara antes de cruzar la meta, aunque perdiese tiempo para la general. Un ciclista distinto, quizá el primer gran ciclista junto con Coppi en cambiar la dinámica y la imagen del ciclista. En vez del aguerrido routier con polvo en la cara y gafas de aviador, representaban la nueva hornada de corredores, mocetones, altos, delgados, modernos, preparados para la acción, dinámicos. Koblet llegaba más aún, era conquistador, un play boy. Las mujeres de la época iban a verle correr, a ese rubio suizo de gran belleza. Él se casaría, con la modelo Soja Bühl, pero viviría una gran vida en temas amorosos y escarceos. Y según cuenta la leyenda, tras el Tour victorioso de 1951 se fué a México a descansar... y disfrutar... y no volvió sólo. Volvió con una rara debilidad, lo que en realidad escondía una enfermedad venérea que había contraído en su viaje de placer. No volvió a ser el mismo aunque siguió intentando hacer cosas interesantes, y brillando.


Su testigo, en casi todas las referencias, lo recogió Jacques Anquetil. "Maitre" Jacques era un corredor fenomenal, apenas sin fisuras. Un auténtico purista de la contrarreloj, quizá el mejor contrarrelojista de la historia con permiso de Miguel Induráin. Rodaba plenamente concentrado, fueras cuales fueran las circunstancias en las que lo hacía. Ya fuera en montaña, en llano o en pavés, seguía un ritmo propio y a aguantar, de una manera u otra, los arreones, y si se podía, un piñón menos para fugarse del pelotón. Una figura esbelta y una tez blanca cuál arcángel hicieron de Anquetil el líder... de las ensoñaciones de las jovencitas. Un hombre elegante y lujoso allí por donde pasaba, conquistador y gentleman sin igual en Francia, su personalidad mitad atormentada-mitad encantadora sedujo a millones de señoritas que disfrutaban de esos penetrantes ojos y esa cara de niño bueno que siempre tuvo, hasta su merte. También por su puesto fue un hombre de excesos, y además un hombre sincero, muy sincero. Siempre decía lo que le parecía, lo que le produjo bastante y enconados enemigos pero también fiables amistades. El ex-ciclista y en su momento director del normando, Raphaël Geminiani, era una de ellas.


Y tuvo mucho peso en él, le ayudó a concentrarse más en las competiciones, en centrarse más en el entreno, sin excederse, al menos durante las carreras importantes, en el terreno fuera del ciclismo. Una de sus más acérrimas amistades, el alsaciano Roger Hassenforder, era tan bien uno de los que le echaban a perder. Bromista en exceso, Roger llegó incluso a orinar en el bidón de Anquetil haciéndole vomitar. Sus correrías fuera de la carretera, en hoteles y restaurantes, fue mítica, como los berbiquíes que utilizaba en las puertas para ver a las chicas cambiándose en el hotel cuando coincidian las concentraciones del Bertin con personas fuera de la carrera. Era un extravagante, iba vestido así. ¡Cómo se lo pasaban cuando iban a los restaurantes!. Hacían pillerías de niños, haciendo experimentos con las anfetaminas, tirándose comida. Pero no era la mejor compañía, Hassenforder a veces hacía demasiadas locuras. Por eso "Maitre" Jacques tenía que tener cuidado. Su compañero de juegos no era más que uno más en el pelotón, él era un elegido. El primero en ganar 5 Tours de Francia. Un hombre sin igual.


El descenso de Envalira en 1964 fue, cuanto menos, el más valiente de la historia. Medio grogui por la pájara que le había caído en el puerto, a más de 5 minutos de Poulidor en la cima, Anquetil, entre la niebla y la lluvia, inició su persecución. Se guió por los faros de las motos para trazar algunas de las curvas, pero en los más de 25 kilómetros de descenso había cazado a los escapados. Había salvado su 5º Tour, que sentenciaría en el mágico "duelo en el volcán" en el hombre-con-hombro con Raymond Poulidor. Anquetil era un auténtico espectáculo bajando, y en el llano, en las contrarrelojes era un mago. Rodaba con una cadencia de pedaleo exacta, como si de un reloj se tratse, tic, tac, tic, tac. Las piernas se movían con extrema precisión, siempre en el momento, siempre más que las de los demás. Así pudo ganar nada menos que 9 Grandes premios de las Naciones, muchas veces Geminiani, "el gran fusil" decía que le gustaba colocar el coche del equipo justo detrás de Jacques, para poder disfrutar desde el volante del espectáculo que era verle rodar en solitario. Pero no era el único.


La especialidad de rodar era dispar pero especialidad. Si Rik Van Steenbergen era un hombre hercúleo por el que la bicicleta en sus manos apenas parecía un nudo de alambres y parecía que se iba comer la carretera en cada golpe de riñón, Rik Van Looy era el acople, el apenas moverse encima de ella, siempre atento y listo para asestar el sprint decisivo. La clase de Anquetil, y su afición por lo "extradeportivo" la compartió Jan Janssen. El holandes de las gafas de sol, que le daban un aspecto inmaculado de "chico-disco", fue uno de los ciclistas de más clase de los años 60, justamente antes de la aparición de Merckx venció un Tour de Francia, pero no era capaz de sentar la cabeza tan sólo en el ciclismo. A partir de los años 70 desaparecieron gran parte de los puristas. Merckx era un purista, de las gestas, no del estilo. Su forma de rodar, muy redonda y haciendo grandes esfuerzos, era muy peculiar y pese a todo muy correcta, pero quizás no elegante. Ellos habían heredado el gusto por las dificultades, pero menos el gusto por la perfección.


Tristemente ésta se ha ido devaluando con el tiempo, más preocupados en la actualidad por el simple resultadismo que por la belleza del triunfo, y del que lo consigue. Pese a todo, muchos nunca dejaremos de admirar a Koblet por lo que fue, un purista, un enamorado de la perfección incluso en el estilo, o de Coppi, o de cualquiera de ellos. Porque enseñaban una valiosísima idea: en el deporte, el resultado es muy importante, pero no lo es todo. La forma de conseguirlo, el disfrutar mientras lo logras, tiene un valor también muy alto que hacen disfrutar a todos, especialmente a uno mismo. Por eso, los aficionados al ciclismo tenemos tanto que añorar y que respetar a estos corredores.

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