jueves, 5 de julio de 2007

La organización del Tour, entre la modernidad y el subjetivismo.


Siempre controvertida, siempre en el punto de mira, la organización del Tour de Francia, con su director a la cabeza, siempre ha sido foco de opinión y a la vez creadora también de pensamientos reflexiones, que en ocasiones han causado progresos, enfados e incluso escándalos. Cuando el 20 de Noviembre de 1902 los responsables de "L'Auto ", con Henry Desgrange a la cabeza, decidideron organizar una "vuelta a Francia", adquirían bajo sus hombros una pesada losa que cambiaría por completo el panorama ciclista profesional alrededor de la historia. Estaban ellos mismos escribiendo una gran parte de esa misma historia. Creaban una competición nueva, creaban una idea. Esa idea ha crecido hasta lo que hoy es en sí mismo el Tour de Francia, un acontecimiento centenario que congrega a millones de personas a lo largo del mundo ante la televisión, la radio o los periódicos o publicaciones específicas.


Pero el Tour es mucho más, sobretodo dentro del mundo ciclista. El Tour representa la carrera por excelencia, la competición más dura sobre una bicicleta, el novamás del deporte de las dos ruedas. Representa una idealización del ciclismo y por supuesto representa poder, representa patrocinadores, dinero, beneficios y muchas imágenes. Hoy en día el Tour ha llegado, en cuanto a cotas de espectación, de publicidad y promoción, a un momento que tan sólo la mente del adelantado a su tiempo Henry Desgrange, el patrón, podría haber soñado hace 105 años. Para ello ha debido de cambiar, de evolucionar, a veces a pasos de tortuga y a veces a paso de gigante, normalmente a tenor de los pensamientos y tendencias de la organización que lo gobernaba, que no sólo ha ido cambiando su carrera, sino también la concepción del ciclismo, la concepción incluso del deporte. Del Tour ha surgido un ramillete de vueltas y competiciones parecidas aunque no parejas a él, que en muchos casos han imitado su fórmula, en otras incluso la han mejorado llevando su propio camino. Cuando Géo Lefevre dispuso en su cerebro de la idea de unir varias ciudades de su país en sucesivas etapas, estaba escribiendo el capítulo quizá más importante de la historia del ciclismo.


Porque el Tour es en la actualidad, y ha sido, el colofón de la temporada, el momento más importante del calendario, pese a la pujanza tradicional de clásicas y sobretodo Giro de Italia. Sin esta competición y las que surgieron a su imagen y semejanza, el ciclismo es muy posible que no hubiera conseguido el "plus" de afición y expectación que consiguió tras el impacto mediático del anuncio de "L'auto" de organizarlo. Y sin los cambios y nombres propios de ésta tampoco podríamos hablar de un mismo Tour de Francia, de un mismo ciclismo. En él, quizá el nombre propio por excelencia es el de Henry Desgrange, junto con el de Géo Lefevre y Alphonse Steines. Los 3 cambiaron la forma de ver y hacer este deporte, de ver y hacer esta competición, y lo hicieron con inteligencia, con ambición y con valentía, mucha valentía. El nombre de Desgrange, al menos sus iniciales, han sido una imagen habitual en el maillot amarillo de la carrera que él creó, con sucesivos homenajes portando "HG" en las mangas, pechera o trasera de la prenda más preciada del ciclismo. Y no es para menos, su decisión siempre fue tajante, como hombre directo y temerario que siempre fue, pese a que algunos difieran de esta opinión.


Ellos 3 fueron los pioneros. Lefevre como primer periodista-organizador, que incluso corría partes de las etapas de la primera edición para tener información "de primera mano" sobre las sensaciones, las andanzas y las historias que surgieran en la carrera. Steines como instigador de otra de las grandes ideas del Tour, incluir puertos de montaña en las etapas. Y Desgrange como patrón, como líder, y como en muchas ocasiones punto de mira de ciclistas, patrocinadores o directores. El parisino, ex-ciclista, auténtico genio de la publicidad y de la promoción, dejó claro que la carrera era un negocio, una forma de conseguir público, crítica y dinero. Y quizá esa ha sido la idea que ha prevalecido, de forma más o menos explícita, en la organización del Tour de Francia hasta hoy. Todos los directores, en el paso del tiempo, han defendido esa idea de sus propias maneras, pero siempre preservando los ideales de la carrera, siempre imponiendo su lógica ante la de cualquier otra organización. Porque el Tour de Francia ha estado y está, por encima de cualquier otra organización ciclista. Es lo que tiene el ser independiente.


Y esa independencia está bien ganada, y sobretodo bien labrada. El Tour siempre ha sabido muy bien mover sus hilos cuando debía, en malas situaciones y en las buenas. Es, como no podía ser de otra manera, una de las instituciones más respetadas de Francia, y más populares en todo el mundo. Desde los primeros impulsos creadores de Desgrange hasta el continuísmo de Lévitan pasando por el innovador Jacques Goddet, finalizando en el más controvertido Leblanc, el director(o directores) del Tour siempre han tenido que imponer su ritmo siendo flexible con las nuevas tendencias, siempre han debido andar, correr y bailar en el alambre. Y mientras tanto forjar una imagen, una imagen de unidad, una imagen de modernidad y una imagen... francesa. Porque el Tour es uno de los embajadores más importantes de los que cuenta el país vecino, tanto de forma deportiva como de forma cultural, el Tour se enraíza en la cultura francesa de modo que a veces no sabes si estás mirando a la una, o al otro. Y eso es un gran paso hacia el respeto, hacia la credibilidad, hacia el respaldo de millones de personas. Por ello la organización siempre ha tenido tanto poder tanto en su carrera, donde nadie ha puesto veto a su feudalismo, como en el ciclismo en general, donde siempre ha sido una de las partes más poderosas de la oligarquía en el poder.


Pero esa capacidad de decisión, esa facilidad para ser obedecido a veces ha llevado a la organización a una prepotencia y a unos excesos quizá impropios de un puesto tan respetado. El propio Desgrange fue muchas veces tildado de ser "un auténtico tirano", en palabras de uno de los mejores ciclistas franceses de la historia, Henry Pelissier. El también parisino, líder de una fantástica saga de hermanos, fue uno de los más críticos con la organización del Tour y su director, a quien en una ocasión estuvo a punto de agredir. Su carácter rebelde no podía tener más que un enconado enemigo en Desgrange, empeñado en dominar su carrera y pretender, sobretodo en esos primeros años, que la organización fuese lo más estricta posible en cuanto a intrigas y enredos de los corredores en cuanto a tiempos, orden de llegada, atajos, etc. Su mayor pelea fue en relación a la ropa, ya que Desgrange pretendía que no se pudiesen quitar o poner ninguna prenda los ciclistas a lo largo de la carrera, y sospechaban que Pelissier llevaba dos maillots, uno cuando hacía frío a la salida de las etapas(normalmente a la madrugada) que después se quitaba en las tardes calurosas. La gota que colmó el vaso fue cuando le hicieron un chequeo para verlo. Tanto él como su hermano Francis se retiraron bajo una gran ovación de sus compañeros de competición dando pie a la entrevista más famosa de la historia del ciclismo, con Albert Londres como reportero, y la frase tantas veces escuchada "Mi nombre es Pelissier, no Azor" en relación a su perro.


Éste es tan sólo un ejemplo de la prepotencia de la que en ocasiones ha hecho gala la organización del Tour. Y más allá está el subjetivismo, quizá su defecto más grave. Llevar la organización de una carrera como ésta es complicado, sobretodo cuando las decisiones son comprometidas. Pero en algunos casos la organización siempre ha tendido hacia el mismo lado, el suyo. Y el suyo no quiere decir estrictamente el francés(las más veces), sino el de su propio interés, reflexionando muy poco o nada en la justicia de lo que imponían. El año pasado quedó muy patente con la exclusión de "algunos" de los implicados en la Operación Puerto(que acababa de aparecer, sin tantos datos de los que ahora gozamos) de forma arbitraria, pero no ha sido la única, ni por supuesto la última. A veces más comprensiblemente(en el caso de "repescar" ciclistas fuera de control por ejemplo) y otras de una forma intolerable, como en el caso anterior o en sus relaciones con el equipo Flandria, el abochornante espectáculo del puñetazo a Merckx, e incluso alterando resultados de la propia competición, como en 1977 tras el positivo no declarado de Bernard Thevenet, ganador de esa edición, en 1930 con las ayudas claras a André Leducq o en 1950, cuando el equipo italiano en bloque se retiró al recibir insultos, golpes e incluso botellazos en el col d'Aspin.


Ese tipo de cosas, como no saber(o no querer) controlar a algunos aficionados que iban en contra de ídolos extranjeros(Merckx, Bartali o Armstrong, por ejemplo) o la increíble manera de promocionar hacia la victoria a sus compatriotas(sobretodo en la era de Bernard Hinault), fuera legal o ilegal, ha empañado una organización siempre a la vanguardia de los adelantos tecnológicos, de las nuevas ideas y de la mejora constante de su producto. Quizá su director más gris ha sido Jean Marie Leblanc, posiblemente también por haber vivido, hasta el pasado año, un ciclismo diferente, una peor situación. Pese a todo, siempre ha sabido seguir el camino de sus predecesores: "pase lo que pase, el Tour tiene que salir beneficiado o cuanto menos indemne de los problemas", y así ha conseguido que la grande boucle prosiga con su prestigio y poder de decisión después del "caso Festina", la aparición de la EPO y el 50% del hematocrito, los problemas con Lance Armstrong y últimamente con la Operación Puerto. Pese a todo ello, el Tour sigue en la cumbre, siempre en la cumbre. Con la consigna evidente de que lo que importa es el Tour, lo demás es reemplazable.

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