martes, 27 de mayo de 2008

Perdidos del pelotón: Miguel Poblet


Hace ya bastante tiempo comencé la "colección" de nombres de perdidos del pelotón, lo que es simplemente los nombres españoles más infravalorados en el ciclismo, que muchos no conocen o que inciden solo en pocos hitos desperdigados. El primero fue Jesús Loroño, y podéis agruparlos todos los que vaya publicando bajo la etiqueta "perdidos del pelotón", que añadiré en cada uno de ellos. Hoy, cursándose el Giro en estas fechas, es el turno de quizá el peor ejemplo español de una falta total y absoluta de dimensión en el ciclismo, causada por los periodistas y noticias interesadas, así como por el propio ciclismo español y sus instituciones. Muchos sólo saben de él lo que Carlos De Andrés y otros comentaristas como él relatan en sus retransmisiones: datos, y nada más. En todo caso creo firmemente que hablo de uno de los grandes sin discusión del ciclismo español, muy dado a entronizar a medianías populares y dejar de lado a los grandes más impopulares. Éste es el caso de Miguel Poblet.

Miguel Poblet Orriols nación en Moncada i Rexach, en Barcelona, en 1928. Desde su propio nacimiento estuvo marcado por el ciclismo primero, ya que su familia tenía un taller-tienda prestigioso en la zona, y por la diferenciación después, ya que su familia burguesa hizo que no pasara penalidades en la guerra, y en los años después de la contienda. Estas dos características definieron lo que después fueron sus pasos en el ciclismo profesional, tanto en carretera como en pista, de la que era asiduo para conseguir un dinero extra. Y es que Poblet comenzó su carrera como ciclista casi por obligación, por la insistencia de un padre que veía talento y posibilidades a su hijo. La posibilidad de conseguir la licencia a los 16 años no le llegaba a muchos de forma tan sencilla, pero Poblet la aprovechó, además del material y el dinero del que podía contar y que otros compañeros de generación no tenían ni por asomo. Esto le acompañó desde siempre, como un ciclista poco querido entre sus compañeros de profesión, entre los ciclistas, que eran un fiel reflejo de la época de penurias y necesidades de la España de mediados de los años 40.

Desde muy joven comenzó a destacar en las carreras de la zona, como un corredor duro y que se adaptaba bien a numerosos terrenos, lo que hace que el club Sants se fije en él y le fiche. Pese a ser pequeño y no tener mucho peso, gozaba de una tremenda potencia, aunque el mejor y mayor atributo que tenía sobre la bicicleta era su asombrosa inteligencia, una característica que le serviría para codearse entre los más grandes de todos los tiempos y no salir derrotado. Su picardía en carrera, el control de sus propias fuerzas al milímetro, le hacía un corredor de aspecto rácano, que no hacía alardes si no estaban justificados. Simplemente se dedicaba a afilar el cuchillo y dar el golpe decisivo en el momento en que era preciso. Unido a sus hipertrofiados cuádriceps y capacidad, le convirtió en un notable sprinter, perfecto en la colocación y con la suficiente potencia para lograr derrotar a las máquinas belgas que le sacaban una cabeza de estatura y bastantes kilos de peso. Pero su versatilidad le permitía subir de una manera ágil en pendientes duras. Estos ingredientes se fueron fraguando con el tiempo, al ritmo en el que en España se le hacía más complicado la convivencia. Y es que Spain is different, y en ciclismo es aún más complicada.

Los tiempos de explosión de cualidades de Poblet eran los tiempos de Bahamontes y Loroño, de la Unión Velocipédica Española del amiguismo y del Caudillo. De las gestas de una nueva raza de escaladores nacidos del hambre y las necesidades que demostraban en las agrestes y lamentables carreteras españolas que el país, y su patética organización ciclista se quedaba a años luz de sus posibilidades. La Vuelta a España no se disputaba con regularidad, no había medios, no había material, no había dinero. Y había que conseguirlo de diferentes maneras, compitiendo donde se pudiese. Poblet ganó muy joven 3 campeonatos de España de montaña nada menos, y había destacado en la Volta a Cataluña consiguiendo un 5º puesto, y competía en pista y conseguía buenos puestos y victorias en las pruebas más prestigiosas de los velódromos más populares de Cataluña y Baleares. Finalmente, decide irse a Italia a una escuela de entrenamiento, donde perfecciona su técnica y logra un mayor aguante y resitencia, que demostraría a su vuelta logrando la victoria en la Volta de 1952 y llevándose 3 etapas. Pero no se le abren las puertas del Tour, disputado por selecciones donde el liderato recae en Bernardo Ruíz, enemigo y receloso, cada vez más, de ese niño rico que destaca en el llano y copa "domésticos" para lugares donde no los necesita.

Ése precisamente fue uno de los hándicaps más evidentes que tuvo que padecer Poblet hasta el final de su carrera, tener que correr casi siempre en solitario, sin un equipo fuerte que apostase por él, aún menos en la selección, donde el engranaje del equipo nacional estaba absolutamente oxidado. Muchas veces, Poblet ofrecía dinero a cambio de ayuda en etapas, y muchas veces recibía la negativa de los corredores españoles, que le achacaban una y otra vez su "falta de sufrimiento". Sin embargo, es el primer ciclista español que se enfundó el maillot amarillo del Tour de Francia, tras vencer la primera etapa de la edición de 1955, en su debut en la ronda gala, donde además lograría imponerse también en el Parque de los Príncipes, compartiendo gloria con el ganador final Louison Bobet, al que también había derrotado al pasar primero en el Tourmalet, nada menos. Su carrera empieza a tomar cuerpo de forma internacional, sobretodo en Italia, donde acabaría fichando por el Ignis, siendo una auténtica pieza clave y convertido, años después en leyenda. En el país transalpino logró 20 victorias de etapa en la corsa rosa, y siendo el primer español(y único hasta mucho tiempo después) en lograr vencer en la Milán-San Remo, en dos ocasiones además, en 1957 y 1959 ante nada menos que Fred De Bruyne en la primera, y Rik Van Steenbergen en la segunda. Dos de los mejores sprinters de la historia, además de ser segundo en la edición de 1958 tras Rik Van Looy, otro de los grandes.

Pese a que muchos no le tengan en consideración, Poblet es nombrado siempre como uno de los corredores más brillantes en la generación más importante de la historia del ciclismo. Fue un corredor muy querido en Italia, no al nivel de Coppi o Bartali pero sí al nivel de otros grandes ciclistas de fuera del país transalpino que han honrado la gran carrera italiana, como Eddy Merckx o José Manuel Fuente. Su palmares es de los más brillantes del ciclismo español, con más de 100 victorias, etapas en las 3 grandes(en 1957 logró ganar etapa en las 3 en ese mismo año, una de ellas siendo testigo de la gran historia del ciclismo en el Giro de 1957 cuando Gaul paró a orinar y se escaparon algunos favoritos, entre ellos Poblet que acabó ganando en el Bondone) y buenos puestos en carreras por etapas. Además tiene en clásicas varios de los hitos por los que han desfilado los ciclistas españoles durante 50 años, siendo el primer ganador de Milán-Turín así como el primer español y único hasta Juan Antonio Flecha, en llegar al podio de la París Roubaix, si bien en el periodo en que más se humanizó el "infierno del norte", demuestra la versatilidad y capacidad del español. Nunca lo suficientemente valorado en el país de los escaladores y las grandes vueltas. Ahora, cuando corredores como Óscar Freire tienen una forma particular(y en este caso parecida, con mucha inteligencia y táctica), algunos solo recuerdan los "records" y los hitos del de Moncada, pese a que la importancia y la grandeza de Miguel Poblet está por encima de datos y palmareses, es el primer ciclista diferente, ese es quizá su mayor hito.

jueves, 15 de mayo de 2008

Ése no es el camino


Acabo de leer ésto. La verdad es que mi intención en el siguiente artículo era hablar de las aventuras y desventuras de Miguel Poblet, pero trataré brevemente el tema, después de lo que va a pasar en la próxima etapa y lo que ya pasó en el desembarco en la bota desde Sicilia y sin "descanso". Porque la huelga de piernas cansadas de la etapa del otro día bastante fue ya, y la valentía de Rik Verbrugghe fue deleznablemente acompasada por un pelotón tristemente holgazaneado, poco predispuesto al ciclismo. Simplemente por el traslado desde Sicilia a Calabria, el pelotón se negaba a hacer lo que se espera de profesionales: competir. Y por una vez, y no son muchas veces las que ocurre, estoy de acuerdo plenamente con el alcalde de San Felices de Buelma, José Antonio González Linares, que en su recuerdo al tristemente fallecido Juan Manuel Santiesteban, trata de "mojigatería" la protesta. Y recuerda, para el lector poco dispuesto, que esos traslados han existido siempre. Pues claro que han existido siempre, y en muchísimas peores condiciones. Así como peores carreteras, más kilometraje, peores máquinas, material...


Lo curioso del tema es que los ciclistas para lo que se unen es para estas cicaterías bananeras. Permiten controles en cualquier situación personal por insospechada que ésta sea, que se les controle como si del mal de Creutzfeldt-Jakob se tratase con pasaportes biológicos, con papeles deleznables y en la mayoría insufribles ejemplos de la incapacidad de sus dirigentes, que se les vitupere en los peores momentos, que todos se laven las manos y sean ellos, acompañados o no de primas, eso no viene al caso, los que realmente acaben siendo los culpables de todo en relación al dopaje, a las trampas, a la falta de ética y moral. Se atacan entre ellos, haciendo de forma habitual leñas del árbol caído rival, así como flacos favores como de "modelos" que acompañaban por ejemplo la ridícula carta de la UCI. En todo eso los ciclistas demuestran su total falta de unidad, de escrúpulos a la hora de competir, de buscar la desgracia ajena que acerca el éxito propio, aunando en el deterioro general del deporte que practican. Pero, en un ejercicio de cinismo y mezquindad sin parangón, se unen en cosas como ésta, quejarse por traslados, por nimiedades que no llevan a ninguna parte, que apenas se notan en nada, que han pasado en momentos anteriores, que pasan y que seguirán pasando, acostumbrados a unas normas en las carreras. Pero para éso sí hay unidad.


Pues señores, vuelvo al título del post: ése no es el camino. No se puede dar el brazo a torcer en los momentos claves y ser una piña para protestar por unas condiciones que hubieran soñado los ciclistas de no hace tanto tiempo. El ciclismo es un deporte honroso, que premia el esfuerzo, individual y colectivo, por igual. En ese mismo esfuerzo radica su importancia y heroísmo. Y es más, es justamente la base del deporte que practican de forma profesional. Pero como en el ciclismo de los últimos años parece ser que se ha convertido en un símbolo de modernidad(¿?) o incluso lucha anti-dopaje(¡!) reducir drásticamente el kilometraje de las etapas de cara al "espectáculo", ahora eso de sobrepasar los 200 kilómetros para un profesional da la sensación de que está mal. Hay mucha tensión, hay mucho cansancio, o eso se escribe. Mientras la cobra Riccardo Riccó promete dar guerra a Di Luca hasta en los sprints. ¿Esto no es ciertamente un sinsentido? Historicamente el ciclismo ha sido un deporte muy sufrido, cualquiera que lo haya practicado en mayor o menor medida sabe perfectamente de lo que se trata. Pero no hay que olvidar que los ciclistas son profesionales, y que el recorrido del Giro de Italia se sabía desde hace bastante tiempo, no son hechos puntuales como una nevada mañanera o una rotonda en obras.


Pero bueno, así se hará, se acabará antes y se dará una vuelta menos de espectáculo para los aficionados, que como estamos viendo pese a ser días de diario y momentos poco importantes en el desarrollo de la carrera, no faltan a su cita italiana en las cunetas, con pancartas, adornos y bienvenidas. Para eso sí parece que hay unidad, para dar una vuelta menos a un circuito de unos cuántos kilómetros que, como siempre pasa en el ciclismo con este tipo de recorrido, premia a los fans, pero en lo que se trata a derechos inalienables de un profesional(que se lo pregunten a Jacques Anquetil como reaccionaba), como la privacidad o la libertad, es mejor mirar a otro lado mientras sea el rival el que es acosado, detenido, tratado de forma bejatoria o insultado. Pues me voy a permitir una opinión, que es la que da título al escrito, ése no es el camino. El camino no es luchar por la nimiedad y privar de 30 kilómetros a los aficionados o a los ciclistas de la zona, o lo que sea. El camino no es poner en tela de juicio un traslado corto, un recorrido algo largo(ridículo si miramos números en carreras de no hace tanto tiempo) o esas pequeñas cosas que surgen en carrera, como si fueran niños ofendidos que buscan el favor y la atención de sus papás. Así no se consigue respeto, se consigue que las viejas glorias, como ese corredor que ganó a Merckx en un prólogo del Tour de Francia, te den una lección de ciclismo.

miércoles, 7 de mayo de 2008

La grandeza no renuncia al Giro.


En el ciclismo, como en la vida, hay una serie de interrogantes que muchas veces tiene una nimia importancia pero que llevan mucho a la forma de pensar de cada uno...¿qué fue antes el huevo o la gallina?, todos lo hemos escuchado. En el ciclismo esto significaría: la grandeza de los ciclistas y de las carreras a quién le fue otorgada primero, ¿fueron los ciclistas los que hicieron grandes las carreras, o fueron las carreras las que hicieron grandes a los deportistas que en ellas competían? Como casi siempre, es una respuesta confusa y poco clara lo que puede farfullar nuestro cerebro a ésto. Muchas carreras han tenido grandes participaciones y no han sido nada, y muchos ciclistas han participado en grandes carreras y sus nombres ni siquiera nos han trascendido. Es muy probable que una mezcla de ambas cosas haya sido la culpable de que unas carreras y unos ciclistas hayan sido tomados como legendarios, y muchos otros no. En estas fechas, cuando llega Mayo y las clásicas aún permanencen en nuestra memoria titineantes, aparece ante nosotros una de esas carreras legendarias que con su propio paso, con su propia personalidad, se ha convertido en algo más que un referente, se ha convertido en algo indispensable, sin lo que no podría seguir el calendario por mucho que lo intentasen. Por supuesto me estoy refiriendo al Giro de Italia.



La primera grande, que pasó durante un tiempo siendo la segunda, y da igual si fuera la tercera. Es lo mismo porque el carácter de la corsa rossa es único, y es precisamente éso lo que le diferencia de otras carreras, grandes o pequeñas. Se podrían ocupar varios artículos hablando del nacimiento de una criatura cuyo padre, Armando Cougnet, sacó del anonimato y de los problemas y cuyo padrino, Vicenzo Torriani, convirtió en la mágica travesía que es hoy, siendo uno de los grandes negociadores del ciclismo, y uno de los más controvertidos, con grandes decisiones unidas a recorridos ridículos o interesados. Pero esa no es la intención de nada de ésto. El Giro de Italia es grande porque es de Italia, en ningún otro lugar seguramente esta carrera sería nada parecido de lo que fue y de lo que es. El país transalpino es uno de los países del ciclismo por antonomasia, y junto a Bélgica y Francia el primer motor que desarrolló la capacidad profesional de este deporte. Curiosamente, es Italia la nación que ha conseguido cierta regularidad en su nivel ciclista, que evidentemente varía en cada época, pero que no tiene dientes de sierra tan evidentes como los bajones y crisis francesas(en la actualidad) y belgas(sobretodo en corredores de grandes vueltas).



En todo caso Italia está claramente impregnada, y su ciclismo también, de la capacidad de la exageración. Italia, la exagerada Italia. La de los Montesco y los Capuleto, Coppi y Bartali, Moser y Saronni. Con su carrera que es capaz de pasar de ser un duelo de titanes escaladores con puerto tras puerto, a ser una competición entre sprinters y contrarrelojistas en su lucha por los segundos. El Giro siempre ha sido una competición de todo o nada, una carrera que se ha desarrollado entre las etapas llanas más aburridas gracias al piano piano de los cappos velocistas del pelotón y los espectáculos más arrolladores, con los mitos del Gavia del 88, o la subida al Bondone de 32 años antes, entre tantas otras. Una competición donde casi siempre los grandes han rendido tributo a la importancia del país que la vio nacer, donde el héroe italiano de turno se enfrentaba a sus rivales a muerte, a la máxima expresión de sus fuerzas. Los sucesivos campionissimi: Constante Girardengo, enfrentado a los Pélissier, Alfredo Binda que no tenía muy buena relación ni con Girardengo ni con Bottecchia, el "malo malísimo" italiano que era así de malvado porque prefería correr el Tour de Francia a la carrera patria, Fausto Coppi y Gino Bartali con Magni de invitado, Gastone Nencini contra la pléyade de extranjeros, Gianni Motta, Felice Gimondi contra Merckx y Fuente, o mejor, Fuente contra todos los demás, Moser y Saronni. Chiapucci y Bugno, contra un extraterrestre.



Todo eso concentrado en una carrera que el año que viene cumplirá 90 años. Y que comenzó como una forma de ganar prestigio y dinero de la Gazzetta, además de aplacar los ánimos del Corriere della Sera, que empezaba a hacerse un hueco con carreras de automóviles. Una carrera en la que poco se puede escribir este año de nuevo, pero que no por repetido se convierte en olvidable. Algunos de los puertos, de las costas y de los pueblos que se recorrerán este año nos llevarán, como todos los años, por las gestas de antaño, por los héroes del ayer, que hoy vemos bajo el trasluz relajado y glorioso que deja atrás el tiempo pasado. Algunos, como el Passo di Giau, el de Pordoi o el Gavia, nos recuerdan gestas de tiempos inmemoriables, de la dama bianca en la llegada esperando a su querido, a los gregarios de Fiorenzo Magni agarrando del culotte a su líder para no perder ni un gramo de fuerza, a las luchas entre italianos, las bajadas milagrosamente a salvo de Gastone Nencini, la nieve de Mayo en la maglia rossa... otros como el Mortirolo, o Plan de Corones, luchan en la historia por tener un lugar relevante, para entrar en el libro que sólo los más grandes en los lugares elegidos escriben su gloria. En Italia, como pasa en muchos lugares del Tour de Francia o los monumentos del ciclismo, se puede olisquear, se puede sentir el pasado, el alma de este deporte.



Y ante eso es difícil mantenerse al margen, mantenerte en un plano en el que tan sólo el palmarés y la preparación, términos que muchos creen se inventaron allá por los años 90 pero que llevan docenas de años en el ciclismo, tienen importancia en tu carrera ciclista. Algunos lo consiguieron y lo consiguen, pero todo tiene su precio. Lance Armstrong nunca quiso reverenciar al Giro de Italia en su plenitud. Tenía otros objetivos más importantes. Por eso si es en algo el mejor de la historia, sería en la historia de carreras en concreto, jamás del ciclismo en general. Porque el ciclismo, como siempre digo, recibe de su historia su activo más valioso, y al hilo de sus leyendas construye, o mejor, debería construir el futuro. Y los grandes, y la grandeza, siempre ha pagado un peaje en la carrera italiana. Y en muchas ocasiones se ha llevado mucho más de lo que había apostado. Así se puede entender que un corredor como José Manuel Fuente, el tarangu, sea más recordado en Italia, donde era un héroe, que en España. O cómo corredores de la talla de Eddy Merckx, Hugo Koblet, Jacques Anquetil, Rik Van Looy, Bernard Hinault o Miguel Induráin hicieran grande, y se hicieran más grandes, rindiendo tributo al Giro de Italia.



En todo caso el Giro no necesita de homenajes no sentidos para ser una carrera única. Al contrario que la Vuelta a España, tiene una personalidad clara y evidente que la propia historia ha ido apoyando y asentando, sin necesidad de publicidades cicateras ni de lustrosas pomposidades. El Giro de Italia es la carrera de los italianos, y por eso es lo que es y ha sido lo que fue. Y en gran parte el orgullo de ello reside en su propia autoproclamación. Porque la necesidad de respaldo no es tanta cuando existe una seguridad en el ser, en lo que se ha sido y en lo que se será. Ahora bien, que cada cuál sepa qué camino quiere seguir dentro del ciclismo. El Giro siempre se reserva su histórico derecho de admisión, esta carrera, por su carácter y su importancia, no perdona, el éxito sólo está reservado para aquellos convencidos de lo que quieren en ella y tienen la valentía de mostrarlo. La leyenda espera, para el que quiera tomarla. Por eso la grandeza no renuncia al Giro, por eso, la importancia de esta carrera es la impronta del propio ciclismo, por eso la llama del Giro de Italia sigue centelleando en las mentes de casi todos los aficionados, y lo seguirá haciendo, mientras el mes del Giro siga su curso. Benvenuto Maggio!