
Es curioso que pese a ser temas diferentes, el nacionalismo, el politiqueo o el fanatismo personal, por ejemplo, incidan de una manera tan pareja dentro del deporte, ya no sólo en el que nos atañe, sino en todos. Siempre además lo hace de una manera: dividiendo, creando una diferenciación tan grande en algunos momentos que lleva a enfrentamientos sobretodo en los que cultivan esa mentalidad. En algunos deportes está tan extendido que se hace absolutamente normal. Ese es el caso del fútbol, de ultras, hooligans y demás bárbaros, que toman el deporte como método de escape de diversas actitudes por lo general violentas. El baloncesto, sobretodo en los balcanes, Turquía y Grecia, ha sufrido de algo parecido. Y digo sufrido porque es justamente eso, es algo extra-deportivo que daña la imagen del deporte en sí. Porque si algo nos enseña el deporte, o siempre ha pretendido hacerlo es unos valores que acompañan a la realización física, llámese respeto, llámese igualdad, llámese luchar en buena lid. Eso es justamente lo que nos impide la acción de estos métodos fuera del deporte que se incrustan sobre todo en la mente de algunos. Y el ciclismo no ha sido ni mucho menos ajeno a estas corrientes, y en muchos de los casos el resultado ha sido lamentable.
En la Europa hipernacionalista de los años 1910 y 20, evidentemente una actividad física tan intensa y sufrida como el ciclismo se convirtió en ocasiones en el caballo de batalla de muchos que veían en el "éxito de su nacionalidad" la prueba definitiva de la superioridad de su país. Diversos hechos en la prueba más importante, el Tour de Francia, así lo muestran, con acciones incluso de la organización para que fuera un corredor local el que se llevara el triunfo final. En los fascismos ocurre algo parecido, y tristemente la figura de Gino Bartali se muestra como la más clara. Un hombre profundamente católico, que fue utilizado por Benito Mussolini para demostrar la invencibilidad de la raza italiana. Lo cierto es que a il vecchio, que por aquel entonces le denominaban más el monje volador porque no sobrepasaba la treintena, la utilización política le sirvió para granjearse muchas simpatías pero también enconadas enemistades. Pese a ello, Bartali siempre fue muy claro en sus convicciones, que distaban mucho de ser las que defendía el Duce. Como demuestra que ayudase a más de 1.000 familias judías a escapar de las garras nazis portando documentación falsa en el interior de los tubos de su cuadro, cuando iba a entrenar de localidad en localidad con la completa benevolencia de los militares italianos y alemanes.
Pero esa bonita anécdota no empaña la enconadísima rivalidad que tuvo con el otro genio de su tiempo, algo más joven, mucho más alocado y de ideas filocomunistas Fausto Coppi. Aunque personalmente jamás se llevaron mal e incluso el profundo respeto que se tenían mutuamente les llevó en muchas ocasiones al entendimiento, en Italia, en la Italia rota de posguerra se convirtó en otro caballo de batalla más que llevar al frente ideológico. La derecha tradicional contra la izquierda laica. Y los resultados: peleas, problemas y muchos y lamentables incidentes emborronando actos, homenajes, entrenamientos... simplemente por las ideas personales de dos rivales en lo deportivo. En algunos casos se trataba de diferencias que ni siquiera tenían que ver con la nacionalidad, era más personalista todavía. Los defensores de un ciclista en concreto contra los defensores de otro. Como si de hinchas del Standard de Lieja contra hinchas del Círculo de Brujas se tratase, las peleas entre aficionados de Van Looy y de Van Steenbergen, dos de los mejores ciclistas belgas de la historia son legendarias. O entre Loroño y Bahamontes en nuestro país, más bien Bahamontes y por otro lado los demás. Aunque en la España de los años 50, donde los hijos de republicanos lo pasaban mal para entrar en la federación, cundía más el amiguismo y "el enchufe" que realmente ideologías enfrentadas. Aún a Bahamontes se le eriza el cabello a la hora de hablar de Loroño, de Puig o de Bernardo Ruíz.
Si vemos lo que nos ha dejado este halo de incomprensión e intolerancia básica es simplemente enfrentamientos, o peor, episodios bochornosos. Como ya se relató hace casi un año en el blog, Eddy Merckx recibió un puñetazo en el hígado por un francés harto de los triunfos de un belga en su carrera. Lo que puede que le costase el Tour. A Bernard Thevenet la propia organización le encubrió de un positivo en su segunda victoria de 1977, a las órdenes de cierto médico de legendario y novelesco mote. Y otras barbaridades así han ocurrido a lo largo de la historia gracias a ello, como el no menos bochornoso episodio de Perico por la sierra de Madrid y la organización y equipos españoles parando a Robert Millar, impidiendo la reacción del Peugeot-Shell, y todo porque había que dar españolización(del más popular además) a la carrera. En la actualidad las ideas irreconciliables parece ser que se han acabado una vez la guerra fría, los boicots de juegos Olímpicos y demás eventos mundiales parecen haberse extinguido. Los años 80 llegaron al ciclismo con corredores del bloque del este, y de países con poca tradición como Irlanda, Estados Unidos o del cono sur ganando en carreras importantes, mostrandose y demostrando que el ciclismo es un deporte internacional, que huye de equipos cerrados(simples uniones de patrocinadores y patrocinados) y de patéticas comparaciones entre países.
Pero en diversos países ha vuelto de nuevo el problema. Sobretodo en los de menor tradición. En Bélgica por ejemplo, incluso en Italia y cada vez más en Francia(si el revanchismo lo permite) el ciclista es aplaudido siempre, y respetado. Y si honras cualquier carrera patria eres considerado uno más. Tom Simpson, Andrea Tafi, Fiorenzo Magni, Eddy Merckx, José Manuel Fuente... han sido respetados fuera de sus fronteras por todos. Y muy queridos en otros lugares lejanos al de su nacimiento, por muchos motivos. En la actualidad se repite viendo como Juan Antonio Flecha u Óscar Freire son más respetados en Europa que en su país de origen. Pero en España las corrientes de opinión creadas a partir de victorias puntuales están haciendo al aficionado que llega al ciclismo una especie de hooligan decidido, obligado a tomar partido en unas divisiones que nadie hizo. Hoy en día es muy común pasarse por foros y comentarios en general de ciclismo con personas que acuñan frases como ¡vamos Caisse d'Epargne! o ¡Euskaltel!. ¿Están haciendo vítores a una marca publicitaria?Porque es justamente eso lo que son. O esas concentraciones de opiniones cerradas que se denominan como el ciclista del que es uno fanático: valverdistas, freiristas, mayistas, y todo tipo de diferenciaciones absurdas y sin motivo ninguno.
Ese tipo de diferenciación lo que hace es incidir en la base del fanatismo, de la falta total de objetivismo a la hora de valorar una carrera, una temporada, un deporte, una situación. Es convertir todo lo bueno de la honestidad, sufrimiento e igualdad del ciclismo en una verdad sesgada, en una forma de contar con protagonistas, antagonistas y luchas sin piedad, lo que está totalmente fuera de lugar. Si algo ha enseñado el ciclismo por encima de cosas buenas o cosas malas es que en la carretera se esfuerzan todos, sean de España, de Nueva Zelanda o de Rusia, y que se apelliden Contador, Schleck o Boonen. La victoria depende de muchos aspectos, y precisamente no de cuánto se enfrenten los seguidores de unos con los otros. El ciclismo está por encima de nacionalidades, de lugares y momentos, la grandeza de ello radica en la imposibilidad de cuadricular la heroicidad y el esfuerzo ni en un espacio ni en un tiempo. Y ni mucho menos en una personalidad. Lo contrario a ello es llevar a la división, como el 7 veces ganador del Tour Lance Armstrong, en la ilustración. Sus salvas pro-norteamericanas sólo recibieron el resquemor del Tour, lo que no es positivo ni para uno, ni para los otros, y se llegó a problemas como el apedreo de los autobuses de equipo, amenazas... cosas que para nada tienen que ver con el deporte y mucho menos en un deporte individual con importancia del equipo como el ciclismo. Pero no porque se llame Motorola o Super U, sino porque varias personas, de diversa nacionalidad normalmente y formas de pensar trabajan juntas para un bien individual que acaba convirtiéndose en un bien común. ¿Es tan difícil verlo así?
Es mejor que entren nacionalismos, personalismos y politiqueos varios que lo único que hacen es dividir, es diferenciar e impedir la objetividad, un disfrute pleno. Para terminar simplemente recordarle a Thor Hushovd sobre la bobada del boicot. Si no estás de acuerdo con la política china estás en tu perfecto derecho, pero realmente no presentarte al desfile es una forma bastante cínica de demostrar lo que piensas. No vayas a China. No optes a ganar la medalla de oro en unos Juegos Olímpicos, eso estaría mejor para protestar. Pero quizá antes de eso deberías pensar que si protestas contra la falta de derechos humanos en China existen otros países que tienen unos tratos semejantes y sin embargo sí disfrutas en sus competiciones deportivas, ninguno es justificable pero con esas acciones estas diferenciando un trato parejo. Y eso incide no sólo en ciclismo, realmente un deporte que dentro de su debilidad pocos focos se va a llevar en toda esta madeja que se está formando. La política, y todo lo que ello conlleva está muy bien en su determinado momento, pero hay lugares que no están hechos para ella. Y otros muchos que sí, utilicémos aquéllos y dejemos en paz lo que no tiene nada que ver.