martes, 29 de mayo de 2007

Parte I: Fede, un ciclista buscavidas



París, velódromo de Saint Denis, un día soleado de 1959. Federico Martín Bahamontes concluye la etapa entre Dijon y la capital gala en el puesto 59, el penúltimo en el pelotón. El sprint jamás fue lo suyo. Los llaneadores, esa tropa de robustos ciclistas de más de 1.80 y muslos como piedras son los que se la juegan, esa no es su guerra. El ganador ese día es Joseph Groussard, un bretón que por primera y última vez ganará una etapa del Tour de Francia. Dentro de su modestia, el cazaetapas francés defiende los colores de su extraño equipo para la carrera más importante del mundo, el equipo del ouest-sudouest, y lo hace colándose entre Dino Bruni y Arrigo Padovan, co-equipiers en Italia, que se molestan, y acaban pagandolo quedándose sin la victoria.

Atrás, muy atrás en el pelotón en el llano, como siempre, los españoles. Los sufridores, los folclóricos, los pobre-hombres... han estado desde hace 20 años siendo protagonistas en la montaña, pero nada más. No son más que eso, un grupo de escaladores extraños y únicos que se llevan entre ellos mal. Afortunadamente, este año Loroño no es de la partida, y la tensión es menor. El equipo ha sido preparado para sólo un hombre, para un hombre que en ese paseo por el mítico velódromo que fue propiedad de Henry Desgrange viste de amarillo, un hombre con unos rizos en el cabello característicos, moreno, duro, escalador, un auténtico prototipo de ciclista español de la época. Federico Martín Bahamontes es el protagonista de esta historia, una historia con final feliz, pero realista, como casi siempre ocurre en las historias en España. Federico Bahamontes no es un gallardo adalid de corte nobelesco como Hugo Koblet, el pedaleur de charme. Tampoco es un icono de clases sociales ni del progreso, como Fausto Coppi. Ni siquiera se acerca al taciturno genio de honesta mirada Charly Gaul. Federico no es nada de eso, hace tan sólo unos pocos años no es más que F.Bahamonde en el voletín oficial de la Unión Velocipédica Española(UVE), un joven que da pedaladas muy cortitas y erguidas en su bicicleta toledana.

Porque fue en Toledo donde nació el primer ganador español de la historia del Tour de Francia, que, en ese 18 de Julio de 1959, recorría alrededor del velódromo parisino, emocionado, junto a sus compañeros de la selección y escoltado por un gran ramo de flores. Un 9 de julio de 1928, en Val de Santo Domingo, un pequeño pueblo de esa provincia, daba a luz Victoria Bahamontes a un niño, delgado pero fuerte. El padre, Julián Martín, natural de esa localidad, intentaba, como podía, conseguir dinero para sacar adelante a la familia. Trabajaba de peón caminero hasta que dio el gran salto y se fue a un cigarral cercano a Toledo a labrar las tierras y a cuidar de las gallinas. En ese cigarral, al empezar la guerra civil, fueron instalados los morteros que iban a machacar el Alcázar de la capital toledana por parte de los republicanos. Alejandro Federico, que así se llamaba el crío, había dejado el colegio una vez había aprendido a leer y escribir, era la vida la que le tenía que educar de su propia forma en una España dividida, y de posguerra después. Estas enseñanzas cotidianas fueron los rasgos principales de la personalidad del ciclista mágico que después surgiría de un niño aquejado de malnutrición y que casi está a punto de morir por el tifus después.

Como chiquillo de familia humilde, Fede tiene que salir a trabajar desde muy joven, siendo carpintero antes que recadero, sin demasiada fortuna. Con los amigos juega al futbito, sin hacerlo mal del todo. Como recadero sube y baja sacos de patatas, cajas, lo que sea. Se fortalece. Pese a ser un chico enclenque de 1.70 de estatura y 50 kilos, el duro trabajo le hace fuerte, y se ven en él rasgos de resistencia y vigor, que tan importantes serán después en su dura profesión sobre la bicicleta. No sin muchos esfuerzos familiares, su padre le compra su primera bicicleta, por 250 pesetas, una gran suma para esa España de los años 40. Con ella lleva los recados por la capital, por la puerta de la Bisagra, por la plaza de Zocodover, por la cuesta empinadísima del Cristo de la Cruz. Es recadero de día y por la noche hace carreras con sus amigos, se dedica al estraperlo, al trapicheo para sacar un dinero extra, su propio carácter extravagante, extrovertido a veces y cambiante le ayuda. Consigue un trabajo en el taller de bicicletas en Toledo, y allí aprende los secretos del oficio, que le ayudarán unos años después a conseguir su propio taller en el Zocodover. La facilidad con la que monta, y a la velocidad a la que va le hacen dar el pasito hacia las carreras más modestas.

Su forma de montar, característica, le hacen único. Sube muy fácil, con la espalda erguida, con las manos en el centro del manillar, dando muchas pedalas rápidísimas. Así, sin levantarse del sillín, destroza en las cuestas a todos los rivales, amigos en un principio, jóvenes con futuro después. Sus primeras carreras se centran en su zona. Fue segundo en la Toledo-Torrijos-Toledo y en la clásica a Los Puertos de Guadarrama, dejó a todos de rueda en el Alto de los Leones, con algunos ciclistas profesionales en el pelotón. No terminó la carrera, pero su nombre se empezaba a notar. Más cuando venció en la vuelta a Málaga y en el Circuito del Sardinero en solitario. Su segundo apellido, muy poco común, era el elegido para denominarle "Bahamonde", en relación al caudillo, aunque otra forma de nombrarle era el lechuga, apelativo con el que se le conocía de joven en Toledo por su apariencia. Finalmente participa con la selección de Castilla la Nueva en el campeonato nacional por equipos contrarreloj, en donde acaban séptimos. Está germinando la semilla que florecerá poco después.

Su primera aparición seria será en 1953, en la Vuelta a Asturias. Como muchos otros ciclistas de la época, apenas tiene fondos para llevar a esas carreras, y con 100 pesetas en el bolsillo, 3 días antes de la carrera sale de Toledo con su bicicleta hacia el principado. Son 700 kilómetros antes de correr la vuelta. Y además vence en la primera etapa, con varios puertos, donde realiza una auténtica exhibición escalando, poniendo la primera piedra hacia el reinado de la montaña que conseguirá finalmente. Destrozado en la última etapa, finaliza en la general vigesimoprimero, pero ha dado una lección en los duros puertos asturianos subiendo, con su estilo. Ante la pregunta de por qué no se pone de pie en las subidas, Fede contestará unos años después: "Al principio la gente se extrañaba...¡toma! ¡si es que no sabía ponerme de pie!. Cuando aprendí a ponerme de pie fue utilizando la canción del anuncio de Cacaolat, que lo llevaba escrito en el propio maillot algunas veces"... ya era un tipo extraño, ya era un fanfarrón, y eso cautivaba a algunos, de forma tanto positiva como negativa. En la Volta a Catalunya brilla con luz propia, siendo 8º en la general y llevándose la montaña. Su nombre y sobretodo su apellido se están haciendo conocidos entre el mundillo ciclista.

El año siguiente es el año definitivo, su año de despegue, donde se convertiría en el gran escalador que pretendía ser, pero a los ojos del mundo entero. La principal noticia fue su mecenazgo por parte de Santiago Mostajo, que, a través de sus contactos con constructores de material franceses, le permitió, junto a otras jóvenes promesas , disputar carreras en la costa Azul a las órdenes nada menos que de Charles Pelissier, el hermano de Francis(que dirigía al equipo profesiona La Perle) y Henry, dos grandes del Tour. Bahamontes no se amilana, y consigue, a las afueras de Niza, una gran victoria en la subida al Mont Angel. El gran público empieza a saber de un chaval español que devora los kilómetros de subida, como demostrará poco después en la bizikleta eibarresa. De ahí, al Tour de la mano de Julián Berrendero, el negro de ojos azules, que había sustituído a Mariano Cañardo al frente de la selección española. La ausencia del animador español del año anterior, Jesús Loroño, marca a una selección nacional en donde el único que parlotea es Bahamontes, en la salida del avión que les llevará a Amsterdam, donde comienza la ronda gala.

Por supuesto, es la primera vez que montará un avión que tardará más de 11 horas en hacer llegada en la ciudad holandesa. "Me veo con fuelle" dice Fede a la salida. Está exultante, tiene unas ganas enormes de mostrarse. Algunos le preguntan sobre sus ansias de fugarse siempre el primero en los puertos cuanto antes, él responde
"Cuando en plena carrera veo que nos aproximamos a una montaña me pongo muy contento. Yo en las subidas me escapo enseguida porque así los coches sueltan el polvo a los demás". En las carreras ciclistas, Bahamontes es sinónimo de paz religiosa, o eso dice él. Es un ardiente defensor del sacrificio y de la renuncia a los placeres para competición. Con la mejor de sus sonrisas(con los dientes descoyuntados) dice "Para ser un buen ciclista no debes caer en las tentaciones" aunque su fama de mujeriego y de amante de la buena vida ya es un hecho entre los conocidos. Así, el joven toledano se presenta al Tour de Francia de 1954, contra todos esos grandes ciclistas que pueblan las carreteras francesas.

Y, en lo que en la montaña se refiere, derrotará a todos sin compasión. Pasará en cabeza por los Alpes y por los Pirineos, puerto tras puerto dominando claramente, escalando como el que más, llaneando como el que menos. Pasará primero por puertos como Galibier, Bayard, Peyresourde, Tourmalet, Aubisque... delante de los Bobet, Dotto, Kubler, Ockers... ases de la época que no podían con el cuando la carretera se empinaba pero que en el llano le sacaban horas. Y no sólo en el llano, en el descenso siempre perdía su ventaja ganada en la subida, o se dejaba coger por el grupo de elegidos. Y es que Bahamontes no bajaba bien. Como él mismo ha dicho, hay dos vertientes... una, porque tenía miedo, como contaba "en una carrera me caí bajando Montserrat y fui a parar a un cactus, desde ese día tengo miedo bajando" y otra como relataba "es que en Francia las carreteras son buenas, y todos bajan muy rápido y me corto enseguida, ya que estoy acostumbrado a que en España se baje con más cuidado". Sea como fuere, una de las anécdotas más conocidas del ciclismo español la protagonizó en la cima de La Romeyre, tras coronar en solitario, como casi siempre.

En las estribaciones del primer puerto de la jornada, La Romeyre, Bahamontes va acompañado de 3 ciclistas, 2 franceses(el bretón Jean Mallejac que fue segundo en un Tour y Jean Le Guilly) y un suizo, Fritz Schaer, que fue finalmente segundo en la etapa tras Lucien Lazarides. En los primeros kilómetros de la subida, el coche de l.a selección suiza llega hacia su ciclista para decirle que no releve, y en ese momento saltan unas piedrecitas de la calzada que van a parar a la rueda de Bahamontes rompíendole varios radios de una de sus ruedas. Para que no le rozase, Fede destensó el freno de esa rueda para poder seguir hasta la cima, y les dió los dos habituales hachazos con los que reventaba a sus rivales, uno para probar como van las fuerzas y el otro el definitivo, para marcharse en solitario. Y por supuesto se fue solo. Y coronó tranquilamente con un par de minutos de ventaja. Pero así no se podía bajar, y le tocó esperar en la cima. Y a Bahamontes, clown, extraño y suyo, muy suyo, no se le ocurrió otra cosa que pasar el rato comiéndose un helado, en un puesto cercano. Se acercó al vendedor y, sin hablar siquiera ya que no sabía nada en absoluto de francés, con 2 dedos se lo señaló: "deux boules" murmuró el comerciante, y le preparó un cucurucho con 2 bolas de helado de vainilla, que se tomó Federico Martín Bahamontes en la cima de la Romeyre, esperando a que el jeep que había provisto la organización para Julián Berrendero y la selección española llegase. Y así estaba él, lamiendo su helado en medio del Tour de Francia.

Y la prensa se ensañó, fotos por doquier... daba la impresión de que se tomase la carrera a cachondeo, así ilustraban los tabloides sus ediciones como una anécdota divertida de la carrera. El chaval de Toledo todavía seguía siendo un chaval, un hombre con una grave falta de seriedad y formas en ocasiones, lo que le seguirá toda su vida deportiva. En todo caso, había nacido un ciclón mediático y deportivo sin control en España. No parecía que nadie pudiese hacerle sombra después de ganar el maillot de la montaña del Tour con tanta facilidad. Había nacido una estrella.


continuará...

viernes, 25 de mayo de 2007

fin de semana sin historias... échame una mano!


Ante todo, pedir disculpas por no poder actualizar el blog estos días, probablemente hasta el lunes. En todo caso no quiero que ésto se quede así. Ni mucho menos. Y más teniendo Giros que visitarán santuarios como los de las 3 cime di Lavaredo, el lugar que vio nacer a El Caníbal de las grandes vueltas.
Por lo tanto, como si fueran "deberes atrasados del cole", os propongo una idea: que me propongáis los temas que más os gustaría revivir, disfrutar o conocer más profundamente. ¿Cómo fue la etapa de Les Orres? ¿ Cómo era la relación entre Cavanna y Coppi? ¿Existía dopaje en otros tiempos y cómo era?... lo que queráis. Mi intención cuando vuelva será la de homenajear a Louison Bobet y sus cabalgadas en el Izoard, a propósito de la bonita etapa que pudimos disfrutar ayer y que nos hizo apartar de nuestra mente, por unos instantes, la asfixiante atmósfera que nos viene desde Alemania. Y después hablaré de los temas que me propongáis, en el caso de que os guste la iniciativa y tenga algo de lo que comentar. Como es habitual, esperaré vuestras proposiciones "decentes", en los ciomentarios. Muchas gracias, y nos vemos en unos días.
Alberto

miércoles, 23 de mayo de 2007

¿Qué sería ahora del "jump"?


Roland Barthes es ya una institución en Francia. Triunfa con libros de mitologías y sociología, y trabaja en el Centro Nacional de Investigación Científica, en París. Es, como buen francés, un seguidor habitual del ciclismo. En sus teorías mitad sociológicas, mitad místicas y un poquito pedantes y relamidas, también hay un pequeño lugar para el deporte. Nacido en Chebourg, en la baja Normandía, disfruta con los progresos de su paisano Jacques Anquetil, al que le ha visto disputar y brillar imberbe un Gran Premio de las Naciones y ahora denomina "Maitre Jacques" tras vencer en varias ediciones del Tour de Francia, creciendo no sólo como ciclista sino también como psicólogo en carrera.

Como digo, el ciclismo es un tema al que suele referirse, sobretodo en sus ratos de reflexión menos "institucionales". Una de sus expresiones más conocidas es la de "jump". Cuando divaga de ello lo denomina como "impulsos irregulares que descargan de forma espontánea en el cuerpo de un ciclista elegido por los Dioses que le hace acometer misiones sobrehumanas". Como una carga eléctrica que ahora te da, ahora no, que te recarga de la energía necesaria para conseguir heroicidades que sin ella no podrías conseguir. Cuando hace estas reflexiones, a quien se refiere principalmente es, por supuesto, a Charly Gaul. El "demonio" para los franceses o "ángel de las montañas" para los demás mortales, el luxemburgués es el mayor y mejor representante del "jump", es capaz de realizar cabalgadas y ataques locos que incluso le salen bien. Es probablemente el mejor escalador de la Tierra, tan sólo igualado por otro que tiene alas, pero no celestiales, sino animales, "el águila de Toledo", Federico Martín Bahamontes. Los dos, seres extraños e incomprendidos, se encuentran en la carretera como dos ciclones, pero en vez de explosionar se complementan. Son amigos. Pese a que Gaul no habla español y "Fede" tan sólo chapurrea un francés malo como si fuera un indio "Je fatiguée, trés, trés!"

Los dos mejores ciclistas cuando la carretera se empina, con el permiso de dos italianos enfrentados, se enfrentan a la mejor generación que jamás pobló las carreteras mundiales con un velocípedo de dos ruedas. Y todos especialistas... rodadores, sprinters, contrarrelojistas... hay de todo, para todos. Sin ser los actuales y hemotransfusionados "superhombres para un roto y un descosido" que igual te ganan una clásica que te ganan una contrarreloj o en una cima de leyenda, los ciclistas de los 50 y principios de los 60 te destrozaban en su terreno. Anquetil y Riviere avanzaban a pasos agigantados en las cronometradas, Plankaert, Van Steenbergen o Van Looy arrasaban con sus locomotoras de puro músculo y perfectamente engranadas(haciendo abanicos 30 años antes de que los "inventase" Manuel Sáiz) a todos los "juncos" escaladores antes de que llegase la montaña. Y luego éstos se vengaban en los puertos... Loroño y sus broncas con Bahamontes... no había tregua, el Tour se ganaba en cada especialidad. Y aparecía el "jump".

La inspiración, la heroicidad, se rompía la carrera, llovía, un pinchazo en mal momento, un ataque a 150 kilómetros de meta, una última oportunidad de vencer... ahí estaba la inyección de energía eléctrica que cruzaba los cables de los elegidos por los Dioses, aquellos tocados por la varita de la deidad ciclista. Eso era el "jump", Fausto Coppi era pureza, Charly Gaul luchaba además contra los elementos, contra la lluvia, contra la nieve, contra la congelación, contra superman y batman si hubieran intentado coronar junto a él ese Bondone helado del Giro de 1956, o en Chamrousse 2 años después a 170 kilómetros de meta. Eso era el "jump". Y el "jump" era muy valioso, pues podía hacerte ganar carreras que parecían perdidas. O dar un espectáculo recordado por décadas. Uno de los habituales de esta "especialidad" era "el pedaleur de charme", Hugo Koblet. El suizo, el ciclista sin discusión más elegante de la historia del ciclismo, hacía hazañas increíbles solo dignas de los semi-dioses, y aún era capaz de coger su esponja, aclararla en agua o directamente con el bidón y peinarse y acicalarse como la ocasión lo merecía, porque era probable que en meta hubiera un grupo de "admiradoras" tan sólo para verle a él, galán sin igual, y no era cortés saludarlas sucio por el esfuerzo. Y eso que estaba casado con una de las mujeres más hermosas de la época, la modelo Soja Bühl.

En la clásica escapada de Bahamontes por los puertos, ahí estaba el "jump"... en las intentonas locas de Raphaël Geminiani, ahí estaba el "jump". Sólo las centrales nucleares propias, como Jacques Anquetil, o Eddy Merckx, o ya más actualmente Miguel Induráin rehusaban del "jump". Ellos no lo necesitaban. Su ritmo era lo suficientemente rápido y constante para no necesitar el fogonazo, ellos eran de ritmo, de ahora si, ahora también. Simplemente la actitud separó a unos de otros. Y como todos os podéis imaginar, las malas lenguas recelaban del "jump". Para muchos, desarrapados y malintencionados desconocedores del ciclismo y de su base mental, "jump" = anfetaminas. Ese componente excitante de las pastillitas blancas debía ser el que explicara las heroicidades, "esas cosas seguro que tienen truco" algunos decían. Triste visión de la realidad. Las anfetaminas estaban suficientemente extendidas para no ser la causa de un fenómeno aislado. Recordaban las simpaminas de Fausto Coppi, las de los laboratorios Recordati, de Milán. Pero, como dice el propio Barthes, las anfetaminas son sólo "esa atroz parodia del "jump", tan criminal, tan sacrílega como querer imitar a Dios" y están demasiado extendidas. A mediados de los 50 no hay ciclista en el pelotón que no las tome, es más, ni siquiera están prohibidas.

Por lo tanto, ese empuje extra, ese momento de inspiración sí podía ser natural, podría ser la diferenciación de los buenos y los mejores, ya no tan sólo en un plano físico, sino también en el mental, una fortaleza psíquica que diera la victoria. Las anfetaminas eran tan sólo un recurso para sufrir menos, y ayudaba. Pero se pasaban. Todo al final terminó en las faldas de un monte pelado con mucho viento, en los brazos de un ciclista inglés criado ciclisticamente en Flandes, Tom Simpson. A pesar de todo, a pesar de que el británico, al que ya dedicaré en su momento su propio artículo, fuera tan sólo la punta del iceberg, el "jump" seguía siendo la base. Seguía siendo la clave de muchos triunfos, la clave que hacía que la ecuación no se resolviera como en un principio parecía. Había otros factores, no sólo valía con la racionalidad. Todo eso, la energía repentina, la sorpresa, la valentía, la decisión acertada en el momento acertado pero jugándosela, eso era un "momento jump" de Roland Barthes.

Y eso no provenía de un elemento químico. Pero queda aún libre la pregunta... ¿qué sería ahora del "jump"? o mejor: ¿qué ha sido de él ya? ¿alguien creería una hazaña en el ciclismo actual? La respuesta es no. El último momento de irracionalidad, de creatividad nos llevó al más triste de los mundos subterráneos, el ciclismo de fuegos artificiales se apagó definitivamente el 20 de Julio de 2006, y fue Floyd Landis el encargado de mojar la última pólvora que quedaba. Aquella etapa, que podría haber pasado a los anales de la historia, quedará para la carroña de la inquisitora sociedad ciclista de la actualidad. Si ahora vemos a alguien probar a 150 kilómetros de meta con varios puertos por pasar no pensaremos en Roland Barthes, ni en el "jump" al que se refiere este escrito. Pensaremos, si llega a buen puerto, que, valga la redundancia, proviene de dicha operación. Si falla, será una intentona más engullida por un torpe, amarrador y confiado pelotón. Una ola en el océano de las ilusiones en carretera.

Tristemente el ciclismo es ahora eso. Un deporte sin esa especia extra, que se le puede llamar "jump" como se le puede llamar "mariposas" o "tararí que te ví". La propia dirección del ciclismo actual, equivocada, nos lleva de forma incrédula a todo aquello que significaban esas 3 consonantes y una vocal que evocaba todo aquello que hizo grande este deporte. Cuando el resultado de la ecuación no era siempre el racional. 2+2 a veces eran 27. Y ganaba Gaul, un larguirucho de largas piernas y expresión serena. Y ganaba Bahamontes, un cabeza loca sin cultura que se había ganado la vida trapicheando. Y había oportunidad de que Roger Walkoviak se riese del Tour y de la falta de gallos. Y cabía la posibilidad de que las pedaladas que veías en cada instante pudieran ser una parte de la gran historia del ciclismo. Algunos dirán que eso se marchó porque la técnica ha mejorado, y noséqué cosas más relacionadas con aerodinámicas, con recuperaciones y túneles de viento. Y mienten. Y fallan. Y se justifican. El problema es mental. Las alas del resultadismo han llegado a hacer que todos quieran el raciocinio, y muchas veces la capacidad cerebral se utiliza para lo menos bueno. Para adulterar resultados con hemotransfusiones. Ahora todos llegan a la cote de Ans... total, 250 kilómetros de Lieja-Bastogne-lieja con constantes subidas los hace cualquiera. El caso es saber qué ocurre en los últimos 3 kilómetros.

Mañana se pasa en el Giro el col d'Izoard, uno de los templos más sagrados de la historia del ciclismo. En él, el "jump" se hizo visible con las gestas de legendarios como Pelissier, como Louison Bobet, como Fuente y Ocaña, como Fausto Coppi. En ese homenaje a la historia del ciclismo que hay al comienzo de la caisse déserte, la parte más dura de la ascensión entre rocas fundidas y un paisaje lunar extraño, está el monumento en el que dos grandes, Bobet y Coppi, se dan la mano. Mañana el nuevo ciclismo, el de la "igualdad" mecánica y física(esto es, científica) volverá a arrastrar sus penas por allí. Veremos si el "jump" vuelve a darse, por acción de ese Dios ciclista que dentro de su sabiduría, nos ha contado en los últimos años que se está extinguiendo su ilusión.

Alberto.


lunes, 21 de mayo de 2007

Merckx en 1975, o cómo perder un Tour por un puñetazo

Hemos escuchado miles de veces esta historia. La verdad es que las leyendas y las historias sobre Eddy Merckx, el Caníbal, son de las primeras que los osados "neo-interesados" por el ciclismo histórico se encuentran por sus caminos hacia las verdades del pasado. Debe ser porque el ciclista belga, no flamenco ni valón, belga, siempre ha estado rodeado de ese aura mística del que domina a sus adversarios y es magnánimamente tratado como el mejor. Porque no nos vamos a engañar: Eddy Merckx es el mejor ciclista de la historia, tanto por resultados y palmarés, como por su propia visión de este deporte. Un periodista italiano hacía la comparación entre, quizá, los dos máximos exponentes de la genialidad en el ciclismo de una manera muy elocuente: "Fausto Coppi é piu grande, Eddy Merckx é piu forte", exaltando ante todo la fortaleza, no sólo física sino también mental, del ciclista de Meensel-Kiezegem.


Merckx se pasó casi una década dominando las carreras a su antojo, demostrando su superioridad ante rivales de talla mundial, algunos totalmente obsesionados con él, como Luis Ocaña, otros haciendo lo que podían, como Raymond Poulidor, Lucien Van Impe, Joop Zoetemelk, Felice Gimondi... pero era imposible. El monarca belga se permitía incluso "rellenar huecos" en su palmarés, como en su visita a la Vuelta a España en 1973, o en sus siempre golosas tajadas primaverales. Como decía Antoine Blondin, una de las más prestigiosas personalidades del periodismo deportivo, "dominaba al pelotón mundial con un despotismo feudal que asfixiaba al ciclismo a largo plazo". Ese despotismo, ese reinado, tuvo su final en una de las más tristes acciones en los más de 100 años de historia del Tour de Francia, de manos no de sus rivales, sino de un aficionado francés harto de su dominio al que la organización del Tour hizo poco o nada en tratar de parar en su horrible agresión en el Puy de Dome.

Muchos dirán que el empuje de Bernard Thevenet le hizo ganador del Tour, sobretodo si provienen del país galo. Craso error. La culpa de todo ello la tuvo el puñetazo, y las maléficas consecuencias que tuvo para Merckx. Los hechos comenzaron en una soleada tarde del Viernes 11 de Julio, etapa número 14, en la subida al Puy de Dome, el volcán que domina majestuoso las cercanías de Clermont-Ferrand, el orgulloso hogar de, entre otros, Raphaël Geminiani. Quedan 5 kilómetros para la meta en la cima, una cima en la que el Caníbal ya sufrió derrotas como la de 1971 ante Luis Ocaña que fue el punto y seguido a los devastadores ataques del español. Una cima que se le resiste, nunca ha ganado en ella. Nunca ganará en ella. En ese momento en el grupo de cabeza ataca Thevenet, le sigue Lucien Van Impe, el escalador flamenco, uno de los rivales más encarnizados de Eddy en los años en que coincidieron. Merckx hace lo de siempre, pone su ritmo, pum-pum-pum, cediendo una corta distancia ocular donde controla las distancias. Así se mantienen hasta los últimos 100 metros de la subida. Van Impe ha superado a un Thevenet que flaquea. Eddy Merckx se va a levantar de su sillín para realizar su habitual sprint final, todo potencia, como si le alimentase de energía toda una central nuclear... pero aparece el desdichado, el fanático.

Un fanático harto de que su país no ganase nada en "su " carrera. El belga recibe un puñetazo en el costado que le castiga el hígado. Le deja sin respiración. Delante Van Impe gana la etapa con Thevenet cediendo 15 segundos. Merckx trata de llegar a meta, exhausto y conmocionado. Pierde 49''. Está asustado, está enfadado, pero ante todo está descorazonado. Nadie ha impedido una brutal agresión en medio de un espectáculo deportivo donde la "perfecta organización" es uno de sus signos de identidad. Thevenet se le acerca en la general, a casi un minuto. Bueno, parece que la cosa no va a pasar a mayores. Mientras el agresor es identificado y "puesto a disposición policial", los ciclistas hacen las maletas hacia Niza para intentar disfrutar de su merecido día de descanso, a la espera de los Alpes. En el seno del equipo Molteni cunde el nerviosismo. Afortunadamente el médico personal de Eddy Merckx, de vacaciones en la costa azul, llega a tiempo para ver a su paciente: "el golpe ha sensibilizado la región hepática, no es grave". Le receta un aunticoagulante sanguíneo para facilitar la renovación de la sangre e impedir doloroso hematomas. Además le prescribe Glifanan, un calmante para el dolor.

El compuesto activo del Glifanan es la glafenina, que, farmacológicamente: "es un derivado del ácido antranalítico, un analgésico. La elevada incidencia de reacciones anafilácticas que produce hace que cause anafilaxis, que crea hepatoxicidad, nefrotoxicidad y trastornos digestivos." Esto es, hace que haya más toxicidad en el cuerpo y causa problemas de hígado y estómago. El día de descanso Merckx lo pasa intentando reposar, pese a que la zona del puñetazo está muy contracturada y apenas puede dormir. El Caníbal, un auténtico obsesionado con dormir y descansar siempre lo suficiente y que padece ciática desde el accidente en el velódromo de Blois de 1969 a poco que no descansa en posición correcta, llega en condiciones bastante malas a la decisiva etapa alpina de 217.5 kilómetros con fina el Pra-Loup, la estación de esquí más importante de los alpes del Sur a la que se accede tas subir un puerto bien asfaltado de 6 kilómetros con una pendiente media de 8%. Una subida más. Pero no lo será para Eddy Merckx.

Merckx comienza renqueante. Tiene problemas digestivos, pese a ello, intenta comer y alimentarse bien ya que la etapa se hará dura. Thevenet está nervioso, está situado muy cerca en la general, debe aprovechar la supuesta debilidad de su rival para intentar vencer el Tour. Hace constantes amagos, sube a cabeza de un pelotón perfectamente controlado por la guardia color tabaco de Molteni, el equipo del dorsal 1. En el antepenúltimo puerto del día, en Champs, se produce alguna escaramuza, pero Merckx controla bien y no sucumbe pese al dolor. En la base del puerto, ha mandado a Janssens a por una pastilla de Glifanan, y parece que le va bien. El dolor remite en Allos, un puerto largo y tendido, perfecto para él. A 1 kilómetro de meta, ante el calor y el esfuerzo ve sofocado a Bernard Thevenet, y ve que es el momento. Cambia de ritmo y el borgoñés no le puede seguir, nadie le sigue. Se va en solitario, está sentenciando. Pasa con 25 segundos de ventaja en la cima, pero baja como nunca. En un desscenso técnico, está rodando a más de 100 por hora, aumentando la ventaja a casi 2 minutos al pie de Pra Loup. Tiene el sexto Tour en la mano, Thevenet incluso ha pinchado.

Pero el sueño amarillo se vuelve negro en las primeras rampas. La alegría en su pedaleo se esfuma. De repente, se empieza a sentir mal. No es una pájara, porque no siente hambre. Pero sus piernas no dan más de sí... le cuesta respirar, el estómago le arde. Se agarra renqueante a la bicicleta, intentando seguir. Detrás viene Gimondi, a mil por hora, desencadenado sabiendo que le va a volver a tocar ser segundo tras el rey. Pero esta vez el rey está acabado... le pasa como un ciclón en pos de la meta. Detrás, tras una curva aparece Thevenet. No se lo puede creer, es Merckx el de delante. Como no se lo cree se pone a su rueda. Pero se da cuenta que casi va parado, se gira a un lado y se marcha(momento de la fotografía que ilustra el artículo) hacia su primer Tour. En menos de 4 kilómetros, Merckx pierde 2 minutos y el amarillo. Merckx, en meta, como siempre, no se justificaba: "da igual el tiempo perdido, lo he intentado todo y he perdido todo. Se acabó. No ganaré este Tour". Al llegar al hotel, la visión de su costado era dantesca. Tenía un moratón enorme y tenía casi hasta el pecho contracturado. Al día siguiente, pese a auto-prohibírselo, recurre de nuevo al glifanan. Intenta escaparse en Vars, pero nadie le ayuda ni le da un relevo. Al final Thevenet le ataca en el Izoard y le saca en meta otros 2 minutos. Lo peor está por llegar.

La batalla del Tour está perdida, pero aún tiene que llegar el calvario. En la última etapa de los alpes, en Valloire, al pie del telegraphe, en terreno neutralizado, Merckx tiene un enganchón y se cae de bruces. Se aplasta el pómulo contra el suelo. Tiene destrozada la mandíbula. Pese a no poder comer siquiera alimentos en la etapa, manchado de sangre, ataca en el Aravis y en la colombiere, y en meta sprinta con todas sus fuerzas para sacarle un segundo a Thevenet y Zoetemelk. Llega al hotel con la cara rota. Con la cara desfigurada. Todos le aconsejan que se retire. Pero él no lo hace. Comenta: "no puedo retirarme, eso restaria méritos a la victoria de Thevenet". Sigue en carrera. La siguiente etapa es una dura contrarreloj de 40 kilómetros. Merckx la disputa con un basto maillot algodón que se pega a su cuerpo magullado, ya que le han robado el maillot especial de seda. No puede más que beber líquidos. En meta dice "hoy he descubierto el dolor". Le quitan el maillot con tijeras. Aún así asiste a la ceremonia de coronación de Bernard Thevenet en los campos elíseos de París por vez primera en la historia del Tour. Además, para ayudar a sus compañeros a ganar dinero, corre todos los criteriums post-Tour para poder llevarse a algunos co-équipiers y que consigan los suculentos premios en metálico que dan por tan sólo participar. Merckx puede por fin comer sólidos un mes después, en agosto. Ha perdido el Tour no por un pájara, no por una caída, un pinchazo o un descuido. Ha perdido el Tour por un puñetazo, y las consecuencias de él. Pero ha demostrado, una vez más, que se trata del mejor, sin discusión. Eddy Merckx no ganó su mejor Tour de Francia por un fanático y por la dejadez y permisividad de la organización.

domingo, 20 de mayo de 2007

un duro camino para los "forzados de la ruta"





Como no podía ser de otra manera, mi primer comentario en este blog, el que lo inaugura, hablará de lo que ha sido, es y puede ser el ciclismo, este deporte tan duro a veces pero que tantos y tantos buenos momentos ha dado a unos espectadores que, estupefactos, admiraban las gestas leyendo los periódicos y sus crónicas primero, escuchándolas en la radio despues y viéndolas en la televisión finalmente. Este deporte, tan creador de opiniones como de afición, es ahora un deporte en peligro de ser arrebatado a su misma esencia, en peligro de convertirse(si no lo es ya), en un triste espejo de lo que algún día fue.

No pretendo en esta primera introducción llegar al típico y manido "cualquier tiempo pasado fue mejor", no. Mi intención es ver lo que fue el ayer, contrastar lo que es hoy y adivinar que puede ser mañana. Por eso no he encontrado mejor forma de comenzar que parafraseando esas frases de Albert Londres en Le Petit Parisien en relación al abandono de Henry y Francis Pelissier del Tour de 1924. Y, haciendo un paralelismo con aquella situación, llevarlo al presente con las diferencias que entre ese momento histórico y la triste actualidad hay. Pero antes de nada, hay que explicar lo que fue y significó esa crónica, relatada en esa frase, para el ciclismo. Y es que en esa entrevista, Henry Pelissier, uno de los mejores ciclistas franceses de la historia, un auténtico talento en la carretera y todo un personaje fuera de ella, se quejaba. Y lo hacía amargamente de lo que a él le parecía un trato vejatorio hacia los ciclistas.

Hoy, casi 73 años después, las cosas han cambiado, pero quizá lo que más ha cambiado no son las bicicletas, ni los materiales, ni las etapas, las carreras ni todas esas justificaciones que les sirven a algunos para digerir lo que está ocurriendo, en absoluto. Lo que más ha cambiado es la mentalidad. Más allá de que hayan pasado Coppis, Bartalis, Merckxs, Hinaults, Ocañas o Manzanos, la actualidad se mira y se vive con un pensamiento diferente a la rebeldía, a la búsqueda de la libertad, a la valentía que emanaban esas palabras. Todos esos valores se han perdido en pos de la mercantilización brutal, del aguantar a toda costa y pese a todo el esfuerzo que se ha realizado para llegar hasta este momento de la película. Como si de un vidente se tratase, Pelissier terminaba aquella entrevista diciendo "¡me llamo Pelissier, no Azor!", en relación al nombre de su perro. Curioso, demasiado curioso.

Hoy los perros no se utilizan para protestar contra las injusticias y vejaciones que padecen los ciclistas, se utilizan para identificarlos(a algunos) en las listas de galenos siniestros y sus cuatreros. Hoy el ciclista ha dejado de ser el protagonista único y principal de este deporte para ser un simple número, una simple identificación en un sumario o un resultado, aislado o encadenado, que le hacen en muchos casos prescindible. ¿y cómo es posible que un ciclista no tenga sitio, o mejor, no se lo hagan, en el ciclismo? Pues porque el ciclista ha vendido su alma, ha vendido su orgullo, y todo de forma triste, de forma pobre. Hace 70 años los ciclistas eran orgullosos deportistas, respetados como auténticos héroes que hacían hazañas incomparables. Hoy el ciclista es una parte de la drogodependencia, seres tristes e incluso melancólicos que aparecen en nuestras vidas por fogonazos, sea en forma de escándalo o en forma de resultado. En resumen, el ciclista parece no tener siquiera alma de deportista, parece que Fernando Alonso y su coche con motor de cientos de caballos es más deportista "sobrehumano" que tíos que corren 200 kilómetros durante días.

Y basta ya de justificarse, de aflicciones, de auto-compadecencias. La culpa es de los ciclistas. Que aguantan la tiranía, que han cedido hacia ella, que han permitido las vergüenzas que cada vez son más evidentes. ¿Quién ahora se pondría a la vera de la cama de Eddy Merckx en aquel hotel del Giro de 1969, lamentándose por ser líder a costa de que diera positivo?¿Quién emularía ahora a Felice Gimondi? No. Ahora sólo leemos y escuchamos cosas como "el que juega con fuego se acaba quemando"(Francisco Mancebo, implicado en la OP sobre Roberto Heras y su positivo en la Vuelta de 2005), "quiero que todo se aclare y me den el Tour cuanto antes"(Oscar Pereiro, posible implicado en la OP sobre su antes amigo y compañero Floyd Landis y la posibilidad de que le descalifiquen por dopaje). Eso es lo que convierte el ciclismo actual en la cloaca que es. Eso y no la Eritropoyetina, la hormona del crecimiento y las tasas de hematocrito.


El ciclista de hoy es capaz de montar números tan irrisorios y lamentables moralmente como el de Iván Basso hace unos días. Y cobrar. Porque no nos engañemos, como si de "paracaidas dorados"(término económico creado a mediados de los 90 que habla sobre las cláusulas que se imponían algunos directivos en el caso de cambios en el sistema director de las empresas, pagándoles una gran indemnización a los salientes) se tratase, esta gente "de común acuerdo" se marcha de sus equipos y luego sueltan estas memeces. El propio ciclista, en vez de revolverse ante lo injusto, ante la esclavitud y el dominio de un amo frustrante y feudal, toma sus cochinas monedas y se olvida. Ése es el juego. Un juego peligroso. El juego de las dudas, el juego de "hasta que me pillen todo vale". Y luego cobrar y callar, aunque la víctima sea yo. Importa poco el deporte, no importa siquiera el orgullo y decencia personales. Todo por la pasta, por la supervivencia aunque sea humillante.

Ante esa auténtica bajada de pantalones los que llevan las riendas tan sólo pueden aplaudir con las orejas. Con un desembolso de dinero zanjan temas que podrían dar con sus huesos en la cárcel, sobretodo en algunos países. Qúe fácil, qué sencillo. Ellos, qe por sus resultados, por su dinero y poder hacen cualquier cosa, se encuentran el camino fácil para seguir. Y así estamos, en esas condiciones. La verdad es que me tengo que reir cuando leo o escucho a algunos decir que en el pasado también se hacía cualquier cosa por dinero en el ciclismo. Por supuesto. Algunos recogían hasta tubulares usados para venderlos en mercados más reducidos en países como España. Claro que sí. Pero eso era supervivencia, ahora es mercantilizar el alma, cosa bastante diferente.

Así está la cosa. Así está este mundo. Mientras los poderosos amasan dinero y mueven sus hilos desde los despachos y los coches, los que pedalean bailan a su ritmo y repiten sus palabras como si de marionetas de ventrílocuos se tratasen. Y los aficionados... ¿qué hacen? pues como siempre, eso va por barrios. Un porcentaje elevado aplaude como fanáticos un deporte moral y estructuralmente muerto, como el que anima a un moribundo a morir en una guerra perdida de antemano. Lo justifica, cree lo que le quieren hacer creer y duerme tranquilo tras ver la victoria del superhombre hormonado exógenamente al que idolatra. La prensa, cínica como siempre, asiste impertérrita ante semejante despliegue de falsedad, de encubrimientos y de tristeza. Intenta llevar a la masa, conisguiéndolo en muchos casos, hacia sus líderes creados, hacia los héroes falsos y tristes del ciclismo actual. Da igual que estén en listas, que vomiten tras transfusiones o que finjan lesiones hematocríticas. Da igual. Ellos los utilizan como siempre, como ejemplos, mejores o peores, de cómo es la "buena vida". Sobretodo en España, utilizándose de un público poco instruído que ha dormido siempre la siesta viendo el Tour desde que Perico atacaba a todos y vomitaba con "papillas en mal estado".

La hipocresía reinante ahuma los cerebros de muchos, sin dejarles ver cómo de podrido está este mundo y cúanto necesario es decir la verdad, sea buena o mala para nuestro héroe al que adoramos sin contemplaciones pese a que no sea más que un patético bufón complaciente que representa aspectos tristes de un mercantilismo super-explotador. Esa es la vida de hoy. Difícil, pero aún se puede cambiar. Y todo comienza con la verdad. La verdad nos debe ayudar a aprender a vivir con lo que el ciclismo es hoy y a poder ver la solución para conseguir lo que debería ser partiendo de la base actual. Y la verdad no debe doler. La verdad tiene que ser el instrumento para desenmascarar a los culpables, sean quienes sean. Y elegir un nuevo camino, un duro camino, pero que sea el que nos lleve a un ciclismo que no sea ridículo defender.

Y en este post intentaré, como mortal que soy, arrojar un poco de luz sobre esa verdad, la actual, la pasada y la futura. Pero no todo será hablar de lo malo, también habrá momentos para lo que algún día el ciclismo fue, cuando los chuparruedas eran alegres personajes de lo que los grandes se apartaban, y donde los resultados no lo eran todo, simplemente eran una parte más. Intentaré comentar algún resultado actual, mexclando con historias míticas del ayer, introduciendo algunas nuevas secciones de las que espero todos los que me lean puedan disfrutar. Esto sólo acaba de empezar.


Alberto.