miércoles, 23 de mayo de 2007

¿Qué sería ahora del "jump"?


Roland Barthes es ya una institución en Francia. Triunfa con libros de mitologías y sociología, y trabaja en el Centro Nacional de Investigación Científica, en París. Es, como buen francés, un seguidor habitual del ciclismo. En sus teorías mitad sociológicas, mitad místicas y un poquito pedantes y relamidas, también hay un pequeño lugar para el deporte. Nacido en Chebourg, en la baja Normandía, disfruta con los progresos de su paisano Jacques Anquetil, al que le ha visto disputar y brillar imberbe un Gran Premio de las Naciones y ahora denomina "Maitre Jacques" tras vencer en varias ediciones del Tour de Francia, creciendo no sólo como ciclista sino también como psicólogo en carrera.

Como digo, el ciclismo es un tema al que suele referirse, sobretodo en sus ratos de reflexión menos "institucionales". Una de sus expresiones más conocidas es la de "jump". Cuando divaga de ello lo denomina como "impulsos irregulares que descargan de forma espontánea en el cuerpo de un ciclista elegido por los Dioses que le hace acometer misiones sobrehumanas". Como una carga eléctrica que ahora te da, ahora no, que te recarga de la energía necesaria para conseguir heroicidades que sin ella no podrías conseguir. Cuando hace estas reflexiones, a quien se refiere principalmente es, por supuesto, a Charly Gaul. El "demonio" para los franceses o "ángel de las montañas" para los demás mortales, el luxemburgués es el mayor y mejor representante del "jump", es capaz de realizar cabalgadas y ataques locos que incluso le salen bien. Es probablemente el mejor escalador de la Tierra, tan sólo igualado por otro que tiene alas, pero no celestiales, sino animales, "el águila de Toledo", Federico Martín Bahamontes. Los dos, seres extraños e incomprendidos, se encuentran en la carretera como dos ciclones, pero en vez de explosionar se complementan. Son amigos. Pese a que Gaul no habla español y "Fede" tan sólo chapurrea un francés malo como si fuera un indio "Je fatiguée, trés, trés!"

Los dos mejores ciclistas cuando la carretera se empina, con el permiso de dos italianos enfrentados, se enfrentan a la mejor generación que jamás pobló las carreteras mundiales con un velocípedo de dos ruedas. Y todos especialistas... rodadores, sprinters, contrarrelojistas... hay de todo, para todos. Sin ser los actuales y hemotransfusionados "superhombres para un roto y un descosido" que igual te ganan una clásica que te ganan una contrarreloj o en una cima de leyenda, los ciclistas de los 50 y principios de los 60 te destrozaban en su terreno. Anquetil y Riviere avanzaban a pasos agigantados en las cronometradas, Plankaert, Van Steenbergen o Van Looy arrasaban con sus locomotoras de puro músculo y perfectamente engranadas(haciendo abanicos 30 años antes de que los "inventase" Manuel Sáiz) a todos los "juncos" escaladores antes de que llegase la montaña. Y luego éstos se vengaban en los puertos... Loroño y sus broncas con Bahamontes... no había tregua, el Tour se ganaba en cada especialidad. Y aparecía el "jump".

La inspiración, la heroicidad, se rompía la carrera, llovía, un pinchazo en mal momento, un ataque a 150 kilómetros de meta, una última oportunidad de vencer... ahí estaba la inyección de energía eléctrica que cruzaba los cables de los elegidos por los Dioses, aquellos tocados por la varita de la deidad ciclista. Eso era el "jump", Fausto Coppi era pureza, Charly Gaul luchaba además contra los elementos, contra la lluvia, contra la nieve, contra la congelación, contra superman y batman si hubieran intentado coronar junto a él ese Bondone helado del Giro de 1956, o en Chamrousse 2 años después a 170 kilómetros de meta. Eso era el "jump". Y el "jump" era muy valioso, pues podía hacerte ganar carreras que parecían perdidas. O dar un espectáculo recordado por décadas. Uno de los habituales de esta "especialidad" era "el pedaleur de charme", Hugo Koblet. El suizo, el ciclista sin discusión más elegante de la historia del ciclismo, hacía hazañas increíbles solo dignas de los semi-dioses, y aún era capaz de coger su esponja, aclararla en agua o directamente con el bidón y peinarse y acicalarse como la ocasión lo merecía, porque era probable que en meta hubiera un grupo de "admiradoras" tan sólo para verle a él, galán sin igual, y no era cortés saludarlas sucio por el esfuerzo. Y eso que estaba casado con una de las mujeres más hermosas de la época, la modelo Soja Bühl.

En la clásica escapada de Bahamontes por los puertos, ahí estaba el "jump"... en las intentonas locas de Raphaël Geminiani, ahí estaba el "jump". Sólo las centrales nucleares propias, como Jacques Anquetil, o Eddy Merckx, o ya más actualmente Miguel Induráin rehusaban del "jump". Ellos no lo necesitaban. Su ritmo era lo suficientemente rápido y constante para no necesitar el fogonazo, ellos eran de ritmo, de ahora si, ahora también. Simplemente la actitud separó a unos de otros. Y como todos os podéis imaginar, las malas lenguas recelaban del "jump". Para muchos, desarrapados y malintencionados desconocedores del ciclismo y de su base mental, "jump" = anfetaminas. Ese componente excitante de las pastillitas blancas debía ser el que explicara las heroicidades, "esas cosas seguro que tienen truco" algunos decían. Triste visión de la realidad. Las anfetaminas estaban suficientemente extendidas para no ser la causa de un fenómeno aislado. Recordaban las simpaminas de Fausto Coppi, las de los laboratorios Recordati, de Milán. Pero, como dice el propio Barthes, las anfetaminas son sólo "esa atroz parodia del "jump", tan criminal, tan sacrílega como querer imitar a Dios" y están demasiado extendidas. A mediados de los 50 no hay ciclista en el pelotón que no las tome, es más, ni siquiera están prohibidas.

Por lo tanto, ese empuje extra, ese momento de inspiración sí podía ser natural, podría ser la diferenciación de los buenos y los mejores, ya no tan sólo en un plano físico, sino también en el mental, una fortaleza psíquica que diera la victoria. Las anfetaminas eran tan sólo un recurso para sufrir menos, y ayudaba. Pero se pasaban. Todo al final terminó en las faldas de un monte pelado con mucho viento, en los brazos de un ciclista inglés criado ciclisticamente en Flandes, Tom Simpson. A pesar de todo, a pesar de que el británico, al que ya dedicaré en su momento su propio artículo, fuera tan sólo la punta del iceberg, el "jump" seguía siendo la base. Seguía siendo la clave de muchos triunfos, la clave que hacía que la ecuación no se resolviera como en un principio parecía. Había otros factores, no sólo valía con la racionalidad. Todo eso, la energía repentina, la sorpresa, la valentía, la decisión acertada en el momento acertado pero jugándosela, eso era un "momento jump" de Roland Barthes.

Y eso no provenía de un elemento químico. Pero queda aún libre la pregunta... ¿qué sería ahora del "jump"? o mejor: ¿qué ha sido de él ya? ¿alguien creería una hazaña en el ciclismo actual? La respuesta es no. El último momento de irracionalidad, de creatividad nos llevó al más triste de los mundos subterráneos, el ciclismo de fuegos artificiales se apagó definitivamente el 20 de Julio de 2006, y fue Floyd Landis el encargado de mojar la última pólvora que quedaba. Aquella etapa, que podría haber pasado a los anales de la historia, quedará para la carroña de la inquisitora sociedad ciclista de la actualidad. Si ahora vemos a alguien probar a 150 kilómetros de meta con varios puertos por pasar no pensaremos en Roland Barthes, ni en el "jump" al que se refiere este escrito. Pensaremos, si llega a buen puerto, que, valga la redundancia, proviene de dicha operación. Si falla, será una intentona más engullida por un torpe, amarrador y confiado pelotón. Una ola en el océano de las ilusiones en carretera.

Tristemente el ciclismo es ahora eso. Un deporte sin esa especia extra, que se le puede llamar "jump" como se le puede llamar "mariposas" o "tararí que te ví". La propia dirección del ciclismo actual, equivocada, nos lleva de forma incrédula a todo aquello que significaban esas 3 consonantes y una vocal que evocaba todo aquello que hizo grande este deporte. Cuando el resultado de la ecuación no era siempre el racional. 2+2 a veces eran 27. Y ganaba Gaul, un larguirucho de largas piernas y expresión serena. Y ganaba Bahamontes, un cabeza loca sin cultura que se había ganado la vida trapicheando. Y había oportunidad de que Roger Walkoviak se riese del Tour y de la falta de gallos. Y cabía la posibilidad de que las pedaladas que veías en cada instante pudieran ser una parte de la gran historia del ciclismo. Algunos dirán que eso se marchó porque la técnica ha mejorado, y noséqué cosas más relacionadas con aerodinámicas, con recuperaciones y túneles de viento. Y mienten. Y fallan. Y se justifican. El problema es mental. Las alas del resultadismo han llegado a hacer que todos quieran el raciocinio, y muchas veces la capacidad cerebral se utiliza para lo menos bueno. Para adulterar resultados con hemotransfusiones. Ahora todos llegan a la cote de Ans... total, 250 kilómetros de Lieja-Bastogne-lieja con constantes subidas los hace cualquiera. El caso es saber qué ocurre en los últimos 3 kilómetros.

Mañana se pasa en el Giro el col d'Izoard, uno de los templos más sagrados de la historia del ciclismo. En él, el "jump" se hizo visible con las gestas de legendarios como Pelissier, como Louison Bobet, como Fuente y Ocaña, como Fausto Coppi. En ese homenaje a la historia del ciclismo que hay al comienzo de la caisse déserte, la parte más dura de la ascensión entre rocas fundidas y un paisaje lunar extraño, está el monumento en el que dos grandes, Bobet y Coppi, se dan la mano. Mañana el nuevo ciclismo, el de la "igualdad" mecánica y física(esto es, científica) volverá a arrastrar sus penas por allí. Veremos si el "jump" vuelve a darse, por acción de ese Dios ciclista que dentro de su sabiduría, nos ha contado en los últimos años que se está extinguiendo su ilusión.

Alberto.


2 comentarios:

David dijo...

Pues otra vez chapeau

Tienes toda la razón. En aquellos años ser 2º era ser el primero de los perdedores. Ha sido vergonzoso todos estos años ver al 2º de la general del Tour tirando cuando el 3º de la general atacaba de lejos ¡por defender el 2º puesto!. Supongo que es más interesante comercialmente ser 2º en la general que dejarse ver durante 6 horas luciendo maillot y mantener al aficionado en vilo sin despegar las cejas de la pantalla. Quizá es que nosotros no tenemos ni idea ni de ciclismo ni de marketing.

Anónimo dijo...

¡Qué artículo más bonito!

la filosofía del ciclismo en estado puro. Perdida, eso sí. Pero no por ello menos añorada.

Gracias.